9/1/2016
Este ejercicio es para valientes, que no se autodestruyan; para gente que lea y vuelva a leer sin perder la razón. La razón de lo que se es. Este ejercicio es para los que pierden todo lo que los rodea y conservan en las entrañas el cálido sabor de la burla, que con elegancia practican a diario. Este ejercicio es para los que conocen la armonía sin hacer nada de lo otro, solo fingir; para los que saben disolver el placebo en su torrente neuronal. Es ejercicio de tristes, de disidentes alegres. Es ejercicio de pensadores, de románticos, de gente que sabe ir y venir como en un río de aguas turbias, ejercicio de salmones.
Ahora que pruebo agua salada quiero regresar a la fría y oscura naturaleza de la que escapé. En mi retorno veo que el camino para mí es largo, lejos (aún) de la parte superflua de la sociedad donde anduve flotando. En este primer paso ando rondando y veo, leo y callo. A mis años debería saber lo que todos saben… y no sé nada. Estoy perdido o se me olvida todo rápido. ¿Será que por andar leyendo ya no me siento de ningún lugar?
No nací en Ixhuatán, no me preocupa. ¿Pero acá en qué viento nos trepamos? Deberíamos responder preguntas entre nosotros, no ser egoístas. Somos zapotecas por nombre del pueblo. Ando en la calle y cada vez dudo más en el significado superficial que le damos a nuestro nombre, pueblo entre hojas. Muchos árboles que solo sirven de sombra; la sombra es para los que han trabajado mucho o para los flojos. ¿Y qué tal si en una sombra nos reunimos a platicar sobre lo que nos aqueja? Si no nos gusta estar entre gente también bajo una sombra se cuelga una hamaca y se puede leer un libro o dos. Entonces de algo sirviera el nombre del pueblo entre hojas y anduviéramos todo el tiempo como el barón rampante entre hojas y hojas de libros y hojas de mangos y humo de los torpes pensamientos que son quemados.
Es triste. Se lamenta que todos andemos en pena, que no podamos salir a la calle un rato sin dejar a nuestros familiares con el miedo de que algo nos pueda suceder. Lejos de los accidentes cotidianos, las mentes torpes de los que obran a diestra y zurda, y ya no son los criminales cuidadosos, sino los torpes convictos con rabia, que parecen cada vez más salidos del ejército mexicano, que reprime y violenta pueblos y sociedades, siembra pánico y se ríe del terror (porque se ríen, ahora se ríen); entonces llamémosle paramilitares dos punto cero, patriotas de los patriotas, gente que decide tomar en sus manos la responsabilidad de mantener al pueblo enjaulado en sus casas para que se liberen viendo la televisión. Expertos admiradores del sistema de Porfirio Díaz, policías secretos viajeros del tiempo, lo corriente de la Gestapo, héroes anónimos que nos hicieron quedarnos en casa para no desvelarnos el sábado y despertarnos temprano para ver el último programa de Chabelo.
Nunca lo he pensado así, pero va llegar el día si esto sigue. ¿Y si les decimos: "No, gracias"? Si en vez de andar compartiendo en Facebook cadenas que son para WhatsApp llegamos todos a reunirnos un día; no en una fiesta, tampoco en un chisme. Nos reunimos y nos conocemos no por otras bocas, no por los vistazos casuales. Nos decimos, nos contamos, nos enumeramos todos y que no se pierna nadie más. Y si alguien se pierde nos perdemos todos y nos metemos en los pozos de nuestros vecinos a buscar al perdido, a buscar al número que hace falta, al hermano que no llegó hoy a la reunión. Nos conocemos todos, y nadie sabe y no sabemos quién se lo llevó. No está en los techos, en los baúles, bajo los escritorios de la policía. En las faldas de sus amantas no se encuentran, y su hombre no sabe nada de ella. ¿Entonces en dónde está? Si aquí no se pierde nada. ¿Quién se lo llevó? Si la muerte no tuvo razones. ¿No durmió en tu banqueta? Si las cantinas cerraron a su hora. ¿Estará enfermo? Si por aquí ya no hay chikunguña.
Y se pierden nuestros hermanos, se nos van muriendo. Y se calla más temprano el pueblo. Ya no alcancé queso en el mercado, cerraron temprano la farmacia y hay fiebre en mi casa. Quiero llenarme de mundo, y el mundo me teme, y le temo al mundo. Es porque no nos conocemos, porque nos hemos hablado a la distancia y nos matamos con palabras vagas que decimos en nuestras pláticas de relleno, esas diarias llenas de chisme. Porque nos aburrimos e inventamos, pero no historias ni cuentitos: inventamos y decimos que el vecino se volvió loco, que está hablando con su loro, como si el animal le entendiera. Y no leemos ni siquiera los rostros ya cansados de nuestros padres, que esperan toda la noche el más mínimo ruido para dormir intranquilo, en vigilia, como hemos dormido.
Y cuando voy al panteón se hace más chiquito; los pasillos apenas transitables, las tumbas nuevas, las cruces que lamentan. Y las mujeres que se quedaron sin hijos y los hijos que se quedaron sin padre, porque huyó, estaba borracho y mató. Se van a quién sabe dónde. Quisiéramos ir con ellos, y nos enteramos de que allá adelantito también mataron, también murieron, y quisiéramos ir más allá, pero no podemos: de aquí somos, aquí nos quedamos y nada hacemos.
¿Por qué no nos vimos ese día, cuando se presentó en la casa de la cultura "Réquiem para un Alcaraván"? Ahí pudimos haber estado. Me pudiste ver y contarme y decirme: "¿Sabes qué? Cuídame y te cuido. Te conozco ahora, cuando convergen nuestros sentimientos ante la actuación del artista que baila y llora, de verdad llora". Es ahí cuando nos vemos reflejados en el arte, a los ojos y en el cuerpo del que baila. Cuando hay pintura ahí quedamos, cuando haya poesía nos escuchamos; de eso hablo, de eso hablamos los que nos ejercitamos y comenzamos a nadar cuesta arriba, como salmones. Por aquí no hay de esos pescados.
Tomada de www.bellanova.it