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Dijeron los más viejos que los gritos los hay diferentes por sus tonalidades, su fuerza, su causa y su razón, y también contaban que se grita por miedo, por coraje, por dolor, por autoritarismo, por no encontrar la paz interior, por querer sobresalir ante los demás y también por autoridad.

 

Dijeron los más grandes que la voz de Hidalgo, en su grito, era de quien tiene autoridad. No exigía, pero sí obligaba a reunirse para actuar a favor del mismo pueblo. La autoridad para gritar se la dieron los que han carecido, ayer como hoy, de voz; a quienes no se les voltea a ver el rostro, quienes han sido excluidos, marginados, relegados de la vida digna, son los pobres, trabajadores, empleados, campesinos, mujeres, homosexuales, indígenas de nuestro país.

 

En la comentada entre los más jóvenes se empezó a escuchar un rumor, y es que se decían que las fiestas patrias durante dos siglos han servido para recordarnos año tras año que no podemos seguir esperando que otros hagan la revolución. Han dicho algunos que, si no somos sensibles al sufrimiento propio y el de nuestros vecinos, no seremos libres jamás.

 

Decían los más viejos que el grito de Hidalgo fue ofensivo para los poderosos de su época, como lo es hoy para quienes celebran estatuas que no pueden rebelarse. Fue una gran noticia para quienes por 300 años habían soportado las penas de vivir sometidos a un extraño, que, en nombre del Dios, sembró el pánico, el odio, el desprecio y la muerte. Los más jóvenes, entonces, dicen que hoy tiene que ser noticia para quienes, después de 500 años de despojo de nuestra identidad y territorio, seguimos siendo invadidos por los mismos gachupines, quienes no han llegado en carabelas, sino con sus megaempresas trasnacionales.

 

Hay algunos que cuentan que la sumisión del hombre a la economía, el desconocimiento de las minorías, resucitar los problemas agrarios en tiempos electorales, ofrecer programas de migajas ofensivas, intimidar a los estudiantes por informar las consecuencias de los megaproyectos que llegarán a Ixhuatán, entre otras acciones, han sido las armas violentas que los gobiernos han utilizado en contra del pueblo. Los más jóvenes ahora dicen que cada seis años se anuncia que se termina la pobreza, como en este grito se anunció que, después de nueve meses, Ixhuatán ya cambió porque ahora sí hay desarrollo, mientras que millones de seres se esconden tras una cuota mísera que cierra la boca momentáneamente, que antes se llamaba PECE, luego le llamaron Solidaridad y luego le pusieron Progresa y luego, mejor, Oportunidades y que ahora mejor dicen que se llama Prospera.

 

Cuentan que aquel grito en boca del cura Hidalgo es la voz potente del hombre que escucha el grito de los campesinos que no pueden producir a falta de medios; es el grito de los indígenas expulsados de su territorio para hacer centros comerciales o vacacionales; es también el grito de los pescadores que ya no encuentran alimentos; el grito de los maestros reprimidos, el grito de las organizaciones civiles perseguidas. El 15 de septiembre es un homenaje a los que han aceptado ser la voz de los que no pueden expresar su voz.

 

Cuentan los más grandes que hay otros muchos gritos que se han escuchado y reprimido como el “Ya Basta” que gritaron los indios zapatistas en 1994 o el “Ya Cayó, Ya Cayó” de los oaxaqueños en 2006; así como cuentan que siguen gritando los obreros, campesinos, pescadores, trabajadores todos que han quedado en el desempleo durante estos años; así también han gritado nuestros presos políticos, nuestros desaparecidos, el grito de quienes han sido asesinados en este sexenio y a los que no son héroes, sino efectos colaterales.

 

Cuentan los más viejos que los gritos pueden seguir existiendo. Y que faltan que otros grito más se sumen en los barrios, en las casas, en las escuelas, en los caminos, en los campos de trabajos. Es posible que estos gritos lleven a una situación de buen vivir.

 

Además, informo que la comisión del municipio que prometió escuchar a los jóvenes nunca llegó.

La voz de los sin voz

Manuel Antonio Ruiz

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