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Tengo cierta memoria que me lastima,

y no puedo olvidarme lo de Hiroshima

(y de los 43 y de la Condesa y del río Sonora

y del maestro Galeano y Acteal y del Charco y del SME y de…)

Cuanta tragedia

(Heredia)

 

Ya no cabe la rabia en las letras. Las escribimos para que, si no nos jaquean la página del Panóptico Ixhuateco, otros hombres y mujeres de futuro sepan que no estuvieron en nuestras manos la destrucción y la muerte. Para que sepan que hubo hombres y mujeres que se esforzaron por cuidar la vida.

 

Cuentan los más viejos y viejas que los abuelos de nuestros abuelos, los y las que se crearon la madre tierra, habían puesto ellos y ellas unas luces en las esquinas y en las puertas del territorio. Muy prontitas y vivas estaban las luces vigilantes.

 

Cuentan ellos y ellas que estas luces se quedaron fijadas para que, cuando las noches cayeran, las gentes de los pueblos no se confundieran y para que, aunque se oscureciera completamente, las gentes pudieran ver las cosas tal como son.

 

Pasaron los tiempos y los ciclos, y los más viejos y viejas se hicieron memoria y conciencia que cuelga de los grandes árboles que se cuidan las orillas del río Ostuta. Y se nacieron nuevas generaciones.

 

En esos tiempos nuevos y de modernidá, cuentan los más antiguos que llegó un mal nagual del norte que traía como noticia el desarrollo y se puso construir desarrollo. Bonitas quedaron las palomeras del desplazamiento; bonita y con mucho trabajo quedó a refinería. Grande desarrollo mostró la presa de Jalapa, que dio mucho dinero a los cañeros (que no a los campesinos que sembraban caña), que sea, brillaba más el desarrollo que las luces que los más antiguos colocaron para alumbrar las conciencias.

 

Y entonces sacaron ellos, los naguales invasores, un juguetito que traían que brillaba mucho más, ese juguetito se llamaba dinero.

 

Entonces las gentes empezaron a quedar ciegas. No podían ver nada más que dinero. Así fue que, como ya no alcanzaban a ver que el otro era su vecino, que era su compadre, que era su hermano o hermana, lo empezaron a ignorar y a veces pensaban que era su enemigo. Si alguien lo llamaba su atención que le decía, no, ahí no es bueno, o ese es tu compadre, no lo maltratas; muinos se ponían.

 

Entonces los unos y los otros hicieron guerras, se pelearon a muerte con sus hermanos y vecinos, con sus abuelos y sus tíos, y decían que los otros eran inferiores y menos inteligente y menos blancos y gente sucia y apestosa. Y del otro lado decían que estos eran fuereños, que eran aprovechados de la buena voluntad de ellos, y unas y otras cosas se lanzaban al punto de llegar a las balas y a las quemas de casas.

 

Fue por ese tiempo que algunos y algunas que no sabían qué hacer para parar tanto pleito se recordaron los cuentos más antiguos y buscaron donde estaba las luces que podían iluminar las conciencias. Lo buscaron y rebuscaron.

 

Fue que un día, allá, alejado, en una de las esquinas más lejanas y abandonadas, había un grupo de gente que parece que nunca se baña, de gente de greñas largas, de gente que se viste feo.

 

Ya que se acercan más, con las luces que ven ahí, se dan cuenta de que no todos tienen esos aspectos que dan miedo, que además hay otros que no tienen ese aspecto y que son sus mismo hijos e hijas, y así se dan cuenta de que hay un ley que dice que no debe juzgarse a las personas por gustos y aspectos con que se ven.

Y entonces que están allá reunidos en ese lugar prohibido para visitar, o para estudiar, se dan cuenta de que ahí están esos que no quisieron becas de estudio para ir en otras escuelas de gente de bien y se van con gente que no sirve y los ven que cada vez aumenta más su luz.

 

Fue entonces que, cuentan los abuelos más viejos y viejas, se descubrieron que las luces que iluminan las conciencias fueron colocadas en los ojos de los más jóvenes y jóvenas.

 

Que son ellas y ellos que están reunidos para buscar la manera de decirle a los viejitos y viejitas que han quedado ciegos con el dinero que tiene mayor valor un su armadillito que recorre el campo; hay mucho más valor en una su liebre que salta feliz en las playas; que mucho vale un su venadito que aún huye de los cazadores en la Isla de León.

 

Esos jóvenas y jóvenes con luces en los ojos estaban buscando cómo decirlo a los más viejos que tiene más valor el camarón y pescado en la laguna que muchos miles de pesos por una renta de tierra.

 

Así fue que las juventudes, de todas sus formas de peinarse y de vestirse, fueron a mirar a los ojos de los hombres y mujeres de los pueblos para darles otra luz, para iluminar las conciencias y entender que el dinero no se come, que muriendo el río y el mar se acaba la vida y se acaba el futuro.

 

Por eso, hasta el día de hoy, se cuida mucho a los jóvenes y jóvenas y se cuida a las nuevas generaciones.

 

Si tú eres joven que nos lees, no pienses que te ponen límites porque nomás así lo quieren, no: es porque tú eres una luz que necesita iluminar las conciencias de Ixhuatán.

Tomada de www.khia.belzona.com

Las luces que se miran

Manuel Antonio Ruiz

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