A Na’ Cata, mi abuela
Cuando se acercaba la fecha de Todos Santos, la abuela Cata nos hacía participar a todos en las actividades a realizar: ir al panteón para limpiar y pintar las criptas de los bisabuelos, arreglar la mesa de los santos, cuidar de las flores del patio para que florearan más por esos días e ir a algún rancho a comprar calabazas para dulces. Ella junto con mis tías arreglaban la mesa, la llenaban de comida que le gustaba a los bisabuelos, a familiares y vecinos que ella recordaba mientras nosotros escuchábamos atentos sus palabras; colocaba frutas de la temporada, panes, flores y, sobre todo, veladoras y velas porque las luces eran las que guiaban a las almas desde el cielo hasta la casa, era lo que les indicaba el camino para llegar a visitar a sus seres queridos, que los esperaban con emoción. A pesar de que eran solo las mueres quienes participaban en el rito, la abuela nos juntaba a todos: nietas y nietos "para que aprendan a hacer las cosas cuando yo me muera", nos decía.
Para creer un poco más en sus palabras, para que nadie levantara las frutas de la mesa, que raras veces las consumíamos, la abuela nos contaba relatos que nos dejaban un poco asustados, otro poco incrédulos, otro poco contentos por las celebraciones; de estos relatos recuerdo varios, pero uno es especial por lo fantástico del hecho, pero, además, porque lo escuché en más de una ocasión en distintas versiones, entre familiares adultos. La versión que les presento es la que viene a mi memoria:
Hace muchos años, en Ixhuatán llegó a vivir una familia. Entre las hijas había una que se peleaba constantemente con su mamá, a pesar de las llamadas de atención del papá y de los consejos de los vecinos, esta no hacía caso; con el paso del tiempo, se casó con un ixhuateco; no cambió para nada su mal humor, al contrario, parecía que cada vez más su mal humor iba en aumento. Así pasaron los años, la mamá murió, y, en el primer Todos Santos, el marido sugirió a la mujer que adornara su mesa, que le ofrendara a su difunta madre la comida y bebida que a ella le gustaban en vida, que comprara flores, velas y veladoras para alegrar su alma la noche de la visita. La mujer, incrédula, refutó al marido diciéndole que ella no creía en tonterías; el marido trató de convencerla, pero no lograba nada; la mujer, cansada de las palabras del marido, fue con los vecinos y compró la calabaza más grande que encontró, la llevó a su casa y colocó en medio de la mesa de los santos, "si es cierto, mi madre comerá bastante", dijo mientras sonreía.
Se cuenta que, la noche de Todos Santos, la mujer no podía conciliar el sueño y, cuando apenas se quedaba dormida, escuchó voces de fiesta que venían de la calle, y un tañer agudo de campanas que venía de quién sabe dónde le produjo un escalofrío; se levantó de su hamaca, vio al marido y a sus hijos que dormían plácidamente, las luces de las veladoras crepitaban en el altar, las voces se escuchaban cada vez más cercana, "a estas horas de la madrugada, ¿quién jijos se le ocurre andar todavía en la calle", dijo para sí misma. La curiosidad la invadió y se asomó a la calle a través de la ventana. En la calle, vio un río de gente que caminaba en dirección al cementerio: las mujeres con canastos en el brazo, lleno de flores, de frutas, panes y dulces; los hombres con sus sombreros brindaban y platicaban gustosos, todos cargaban cosas y celebraban con júbilo. Cuando iba a cerrar la ventana, le llamó la atención una anciana que caminaba en la parte de atrás de la multitud, se le veía cansada, no alcanzaba a distinguirla bien por la oscuridad, pero, cuando en un claro de la luna la vio, la mujer lanzó un grito de horror que despertó a su marido.
Cuenta la leyenda que la mujer enloqueció aquella noche, que deambuló por el pueblo durante muchos años, que iba de casa en casa, narrando que a quien vio en aquella noche era a su madre cansada de tanto cargar aquella enorme calabaza.
Estimado lector, esta leyenda la escuché en varias versiones, en voz de mi abuela y de otros parientes ixhuatecos, a lo mejor vosotros tenéis otra versión, ojalá quisieras compartirla.