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Hace unas décadas, la tecnología alcanzó a desarrollarse de manera significativa con la llegada de las redes de comunicación inalámbricas y el desarrollo de aparatos electrónicos como el celular, que en su momento servía para comunicarse únicamente por voz. Antes, solamente podíamos ver la ciencia ficción.

 

La modernidad ha alcanzado a nuestras comunidades a tal grado que la invasión de las nuevas tecnologías han abarcado hasta los pueblos más lejanos, en los que quizá no se cuenta con los servicios básicos (vivienda, alimentación adecuada, servicios sanitarios adecuados y educación), pero, en cambio, ya encontramos iPods y iPhones y otros de todos los tipos y marcas. Para todos los integrantes de la familia (según nos dice la TV) existe un aparato de esos para la “comunicación”.

 

Actualmente, la demanda por los teléfonos celulares ha crecido gracias a la mercadotecnia que esta rama se desarrolla en todos los medios de difusión que han logrado posicionar a estos por encima de cualquier otro aparato de su tipo. Quizá sea algo muy simple, como el tener el medio para comunicarnos de esa manera, pero las afectaciones socioafectivas pueden ser mayores de las que pudiéramos pensar.

 

El hecho de plantear una convivencia sana nos remonta a pensar a los días donde toda la familia se reunía para hablar, jugar, escuchar y promover de afectos a los suyos; lo mismo sucedía en las calles, donde los niños y niñas jugaban de manera motora (corriendo, saltando, pateando, atrapando, reptando) con un esfuerzo físico considerable que al final del día impactaba en una mejora en su desarrollo físico.

 

La facilidad con la que se pueden adquirir estos equipos nos permite observar que en la mayoría de las viviendas de nuestras comunidades las familias están atrapadas por el uso de la tecnología en los aparatos móviles.

 

Los lazos socioafectivos únicamente se desarrollan con la convivencia directa, los cuales sirven como medio eficaz en el desarrollo familiar y social. Muchos de los mecanismos de comunicación, redes sociales o apps, permiten estar en contacto electrónicamente con los que están lejos, pero poco nos sirve si los utilizamos de la misma manera con quienes están a nuestro lado en casa porque cuando somos llamados a la mesa a comer no dejamos el teléfono, y suele suceder que toda la familia revisa sus notificaciones sin tener un diálogo o plática que mantenga una manera activa de interacción.

 

No puedo decir que los avances tecnológicos sean malos, pues ha quedado demostrado que, en cuando se trata de cumplir buenos objetivos, ayudan mucho al ser humano para grandes retos, sobre todo cuando de la salud se trata. Pero existe el riesgo de valorar más algo material que la calidez humana. Estamos a tiempo de rescatar el sentido humano de la sana convivencia, siempre y cuando nuestros equipos móviles sean utilizados de la manera más adecuada y con conciencia que nos permita identificar los momentos que dejamos ir sin convivir con los nuestros, donde nuestro tiempo sea valorado más por lo que interactuamos y no por lo que revisamos nuestro móvil.

 

Es necesario retomar el sano ejercicio de la convivencia sana con familia, amigos y conocidos; con los del barrio, de la cuadra, de la calle a través de la interacción directa y no vía electrónica. Ello sirve al desarrollo de nuestras habilidades lúdicas y cognitivas, puesto que, si seguimos así como hasta ahora, podremos llegar a un estado de autómatas robotizados como celuloides o tabletoides sin que la comunicación oral sea necesaria y tengamos que convertirnos en vegetales programados.

Tomada de www.actualidad.rt.com

Los celuloides y tabletoides

José Enrique Mauleón Medina

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