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Antes que nada, quiero felicitar al Sr. Michael Molina Matus por la gran iniciativa que ha tenido en crear espacios donde podamos expresar y compartir nuestras ideas. Es fácil decir las cosas, pero no todos llevamos a cabo lo que pregonamos. En ese sentido, a veces es necesario tomar la iniciativa y alzar la mano para pedir una oportunidad y poder participar en los proyectos comunitarios que contribuyen, de alguna u otra forma, al desarrollo de nuestro pueblo; sin embargo, muchas veces nos quedamos esperando a que nos inviten porque no somos capaces de tomar la iniciativa y allí es donde está el éxito del creador del Panóptico. Por ello, en está ocasión, quiero reconocer que fui yo el que solicitó participar en esta plataforma de análisis, esperando que muchos más se sumen a este proyecto.

 

Debido a mi formación académica, así como a las actividades profesionales que realizo dentro de mis funciones consulares, no podía dejar pasar la oportunidad de iniciar este primer artículo sin tratar el tema del fenómeno migratorio, el cual he vivido apasionadamente durante los últimos 4 años. No solo he estudiado el tema, sino que también he convivido con la comunidad migrante que radica que en los Estados Unidos, donde la mayoría vive sin ningún documento que acredite su residencia legal en ese país. No solo han sido mexicanos a los que me ha tocado visitar, sino también a nuestros hermanos centroamericanos, quienes, además de tener que cruzar el río Bravo, tienen que recorrer todo nuestro territorio y los riesgos que esto implica.

 

Tuve mis primeras experiencias con los migrantes al participar en el programa “Consulado Sobre Ruedas” del Consulado de México en los Ángeles, California, en el año 2007. En ese momento no tenía conocimiento de lo que sería mi gran aventura en los Estados Unidos y lo único que se me venía a la cabeza era lo que había escuchado en Ixhuatán cuando veía las largas colas de personas formadas frente a Telecomm-Telégrafos, especialmente los sábados, cuando la gente iba a recojer el dinero que les enviaban sus familiares desde los Estados Unidos, una que otra expresión como “¡Qué pena ellos, tienen dinero, su papá está en los Estados Unidos!”. Cuando algún migrante regresaba al pueblo y cortejaba a alguna muchacha, de repente se decía: “¡Déjalo que se case con él! ¡Total! ¡Viene de los Estados Unidos!”. Tan grande era mi ignorancia en ese momento que pensaba que todos los migrantes vivían escondidos por temor a que los atrapara la policía.

 

Conforme fui conociendo el sistema judicial y administrativo de los Estados Unidos fui descubriendo más a fondo la problemática que enfrentan los migrantes indocumentados. Uno de esos problemas es la falta de una identificación, pues, en los Estados Unidos, la credencial para votar que emite el INE, lo que antes era el IFE, no es válida para las autoridades estadounidenses ni para la mayoría de los establecimientos comerciales, lo cual pone en estado de vulnerabilidad a nuestros migrantes. De ahí la importancia del trabajo de los consulados en expedir documentos como la Matrícula Consular de Alta Seguridad, la cual, afortunadamente, ha sido reconocida por la mayoría de los estados de la Unión Americana. Aun más grave son las condiciones de los migrantes indígenas, quienes muchas veces no hablan el español, y ni qué decir del inglés, lo que dificulta la comunicación con las autoridades en caso de que tengan algún accidente. Esto ha abierto una ventana de oportunidades para encontrar empleo como traductor -lo cual es muy remunerado- para aquellos paisanos que hablan 3 lenguas: el inglés, español y su lengua indígena.

 

En esa aventura por el sur de California, tuve la fortuna de reunirme con los migrantes ixhuatecos, aquellos que tienen años viviendo del “otro lado” y no pueden regresar a México por la falta de documentos pero que añoran las tradiciones de su pueblo. Ahí pude darme cuenta que la vida no es fácil para ellos, muchas veces realizan actividades que nunca se imaginaron hacer cuando vivían en Ixhuatán. Muchos de nuestros paisanos se privan de cosas como comprarse un pantalón, ir al cine, comerse un helado, tomarse una cerveza, entre otras cosas porque tienen que enviarles cada semana dinero a sus familiares en el pueblo. No es fácil lidiar con la cultura de la sociedad americana ni con la soledad que implica vivir lejos del terruño y de la familia, por lo que a veces tienen que esperar cada semana a que amanezca en domingo para comprar una tarjeta de teléfono y hablar con sus seres queridos.

 

No obstante lo anterior, también hay historias de éxitos como la de aquellos que superaron la barrera del idioma, que se esforzaron para asistir a la escuela comunitaria de idiomas después de un día complicado de trabajo, quizás teniéndose que subir al transporte público sin haberse bañado, soportando que uno que otro americano se tapara la nariz o las miradas incómodas de los usuarios del autobús. No obstante, ellos lograron anteponerse a estos obstáculos, pudieron aprender y hablar el inglés con fluidez para después contratarse en trabajos mejor pagados. Algunos llegaron a ser gerentes en los trabajos donde se iniciaron desde el puesto más bajo y que ahora se han podido comprar una casa o han podido iniciar su propia empresa, hay otros migrantes que pudieron ahorrar un capital suficiente para construir una casa en Ixhuatán o los que pudieron pagarle la universidad a sus hijos y hubo otros que pusieron su propio negocio en el pueblo gracias a los sacrificios que hicieron cuando estuvieron en los Estados Unidos.

 

Para los ixhuatecos exiliados en los Estados Unidos, esta experiencia en el extranjero también ha representado un reto de vida, donde hay una diferencia sustancial entre el primer día que pisaron el territorio norteamericano y la actualidad. Nuestra comunidad ixhuateca en el exterior no es la misma que hace 5 años, pues ahora sabe valorar más nuestra deliciosa gastronomía y nuestras hermosas costumbres. Hay paisanos que suelen escuchar la radio de Ixhuatán, mediante el internet, como “La bicicleta ixhuateca”, del maestro Clemente Vargas Vásquez. De igual manera, así como la gente que vive en Ixhuatán celebra la fiesta de la Virgen de la Candelaria, también ellos se organizan para celebrarla en ese ambiente ixhuateco exiliado, lejos del terruño que los vio nacer y donde se puede apreciar la solidaridad y la capacidad de organización que han aprendido a desarrollar, unos por el trabajo que hacen y otros necesidad. En esas reuniones también se baila La Sandunga, se comen deliciosos tamales y se conservan nuestras tradiciones.

 

Mi reconocimiento a esos héroes ixhuatecos que viven en los Estados Unidos, quienes con su trabajo han aportado remesas para que sus familias tengan una vida digna en Ixhuatán; gracias a eso, ahora muchos de sus hijos son profesionistas que contribuyen al desarrollo de nuestro pueblo. Cuando estuve en California, visité a la familia de mis primos Miguel y María Cabrera, quienes viven en Santa Ana desde hace algunos años y a quienes doy las gracias por la hospitalidad que tuvieron conmigo. También visité Plascencia, un pequeño poblado ubicado en el Condado de Orange, California, donde se respira el ambiente ixhuateco. Allí viven muchos coterráneos, quienes se reúnen cada domingo para jugar al futbol o al beisbol. En ese lugar conviví con la familia Altamirano Aquino, quienes me llevaron a dar un recorrido por esa ciudad y a reunirme con un grupo de paisanos ixhuatecos, a algunos de ellos tenía años de no verlos, como el caso del amigo Orestes Orozco.

 

En otra ocasión, visité Seattle, Washington, ubicado en el noroeste de los Estados Unidos, casi en la frontera con Canadá. Allí me tocó un clima maravilloso y fui bien recibido por la familia del señor Sergio Morales, donde tuve el gusto de acompañarlos a una boda donde asistieron muchos ixhuatecos, otros de El Morro, de Cerro Chico y algunos de San Francisco del Mar. Allí pude ver una convivencia muy bonita, donde aprovecharon la oportunidad para bailar la maravillosa música de nuestra región oaxaqueña del Istmo de Tehuantepec gracias a los servicios de nuestro paisano Totti, quien ha emprendido un exitoso negocio de sonido musical en Seattle. Ojalá que también tenga la oportunidad de seguir visitando a nuestros paisanos que viven en Madera, Washington D.C., Atlanta, Orlando, Dallas o los que viven en pequeñas comunidades de Tennessee.

 

Cada que vean a una familia que acude a la oficina de Telégrafos de Ixhuatán a recoger un envío de dinero o cada que algún migrante haga una aportación económica por cooperación desde los Estados Unidos, quiero que recuerden que ese dinero no ha sido ganado fácilmente, sino que representa el esfuerzo y sudor de nuestro hermanos ixhuatecos que viven en el exilio. Los dólares no se regalan en los Estados Unidos, se ganan con trabajo, esfuerzo y dedicación. Por ello, hay que reconocer la entrega de nuestros paisanos migrantes y agradecer las remesas que envían a sus familiares, ya que ese dinero alimenta familias y contribuye al bienestar de la economía de Ixhuatán.

Los migrantes ixhuatecos

Florentino Cabrera García

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