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27/6/2016

 

Una noche más sin atisbos de romper nuestra necesidad de hablar, de creer. Quería romper el silencio que nos separaba entre la prudencia y el arrebato de una lucha social clandestina en la opacidad del abandono total, del amor, de la muerte esperándonos con la sonrisa de saberse inevitable. Noche oscura contaminada charlando en un antagonismo de incomprensiones. ¿La lucha de clases?

 

Me aferré a una metamorfosis de locura transitoria, que así esperaba que fuera porque al fin y al cabo él pensaba que había aprendido a comprender el dolor de los más necesitados ante la mecánica del desarrollo social y económico que no alcanza a todos por lúgubres designios de quienes ostentan el poder para beneficio de unos cuantos; pero abrir los ojos a quien los tiene cerrados sin conciencia, explotado, con derechos perdidos no pretendía llevar mi vida por ese camino. ¿De dónde surgió tal ideal y valentía o amor incondicional a los desposeídos?

 

No había lugar para el convencimiento sin argumentos sólidos que pudieran arrebatarle tal deseo, solo mi amor por él, por una madre que presentía el desenlace final así como yo. Sospechas tan separados de un mundo diferente donde un padre ofrecía todo por que abandonara ese ideal, esa necedad de trascender en un cambio que hasta hoy es solo un sueño, un sueño que se lucha atrás de palabras intrascendentes, sin conciencia, sin unión, totalmente polarizado por intereses mezquinos que no nos llevarán a un cambio sustancial y justo.

 

“Haz tu familia, toma el rancho y hagámoslo producir”, escuché decir. Eso es para los pobres, para los que la hacen producir, para los que tienen hambre; solo soy el medio de cambio. Más tardaron las palabras en decirse que el abandono de tal propuesta fuera rechazada porque otro mundo lo esperaba. Qué ingenuo creer que solo pertenecía al consejo de redacción de la revista. Solo balas en sus manos que perforaban hasta sus huesos, y no faltaba algún amor de su vida que fuera la Samaritana de la verdad de saberse que un día los amores se fugaron, se fugaron de sus corazones; ya solo quedaba un hueco en el alma que había que llenar en los momentos necesarios, de urgencia; una herida, una bala presa en su cuerpo, tal vez.

 

Solo sé que me llegó tarde la verdad. A tiempo dejó un fruto de su amor, dejó una herencia de sus genes en la continuidad de la vida, un hijo, pequeñín que mi madre cobijó con todo el amor que solo esa mujer sabía dar. Daba todo esa mujer como si fuera su propio hijo, daba todo como toda madre. No pretendo insinuar nada al mundo, solo la verdad de la herida que nos dejó por sus sueños; tampoco inmortalizarlo ante los ojos de una realidad que nos aplasta, voluble.

 

Quienes lo conocieron mejor, sus amigos, sabrán más que yo. Tal vez ese mundo que nos cobijó de niños, sobreprotector, pero con la conciencia de que los valores humanos eran más que el dinero. Él sabía de la humildad de su alma; lo vi llorar, lo vi en silencio en un mutismo mortal que presagiaba su destino tal vez, impotencia ante el autoritarismo e injusticias que también el vivió.

 

Recuerdo que solía acercarse en circunstancias en las que solo un hermano a pesar de la escasa comunicación debía estar para solventar sus problemas. Así me requería, aunque después cerraba el trato con un: “Quiero estar solo”. Quién sabe qué pasaba por su mente; no tenía ni la remota idea de lo que le deparaba el futuro: integrarse a un grupo radical. En una visita me confesó tal decisión;  tal vez mi dolor fue y sigue siendo no haberlo convencido de tal locura. No tuve la capacidad ni argumentos para hacerlo desistir, solo digo hoy pero muy tarde que cuando una lucha social se encumbra y se sustenta con base en una doctrina comunista o socialista no se encumbra el pueblo, solo regresamos al mismo circulo vicioso de proseguir y perpetuarse en el poder, y lo que es peor: se convierte en dictadura en la que unos cuantos obtienen los beneficios. Así es el poder porque corrompe, corrompe hasta las mentes con las mejores intenciones.

 

A partir de ahí solo fueron argumentos estériles en reuniones familiares y de amigos allegados. Cualquier calle de la Ciudad de México era buen lugar para que platicar y descargar sus emociones y temores ante una lucha sin salida más que la muerte. Así resumo los encuentros en los que basaba su doctrina. Sabía que el poder no cede fácilmente, no importan los medios para mantener el aparato burocrático de un sistema de dictadura disfrazada de una democracia pactada. El ser humano es el instrumento de explotación para mantenerse a través de sindicatos y leyes hechas a su modo para mantenerse con total impunidad ante la soberbia y los intereses de la burguesía y aparato gubernamental.

 

¿A dónde me lleva esta reflexión? Por más que sean, los pobres no tendrán la fuerza ni la organización en una sociedad polarizada para lograr los fines de un país justo; la ley del más fuerte siempre será hacia donde se incline la balanza; la naturaleza está regida bajo esos términos, y solo la racionalidad y el intelecto nos diferencian de esta. Dios es solo un instrumento de fe, de explotación y control; cuando estemos conscientes y dejemos de arrastrarnos verás a tu enemigo a la misma altura, entonces podrás tener el valor con plena conciencia de exigir lo que te corresponde. Tampoco vivir ante la intolerancia sin dignidad con creencias para agachar la cabeza con promesas diseñadas para vivir de rodillas.

 

Solo recuerdo ese ultimo día en que irónicamente la Semana Santa nos separó. Solo le di un abrazo, y salió de mí. “Cuando regrese hablamos”, me has engañado, y sé la verdad. No era la parte pasiva de edición, era parte activa de la lucha, el juego de las balas y la muerte. Hasta ahí, se despidió de su hijo con un: “Hasta luego, hijín”, comenta mi hermana. Lo vi por última vez. Después, a nuestro regreso todo, fue confusión, caos, llamadas anónimas. Desaparecido. Esperar, solo esperar. Las reacciones no se hicieron esperar ante los hechos. Agradecemos a la señora Ibarra de Piedra por su apoyo, ya que también nos unimos a una causa común: un hijo desaparecido, y su constante lucha por hallarlo.

 

Cuando lo visité solo dijo: “Todo es parte del juego del gobierno. Si lo entendí viniendo de un gobierno fascista y totalitario…”. Tal vez tenía razón: se tapan con la misma cobija.

 

Después de un mes autorizaron entregarnos un cadáver, que días antes se anunció por los medios que había caído en un enfrentamiento presumiendo que bajo la presión había cedido. No sé, mera especulación. Tenía que ver el cuerpo en el Semefo de la Procuraduría; el transitar por esos pasillos fue eterno: cadáveres apilados sin ropa, sin dignidad era el paisaje acompañado del mal olor característico del humano. La gaveta se deslizó para dejar ver un cadáver de días en estado inicial de descomposición. Podría ser normal la muerte, y así  es, pero no estaba preparado para tal trance. No noté ni una lágrima en mis ojos. No hubo llanto ni exclamaciones que manifestaran mi dolor. No sé si era justo, y había tenido lo que merecía, como expresaron muchos por oponerse al régimen. Dos orificios vi, lo que me hizo pensar que había caído herido, como dijo la compañera que sobrevivió; el tercero, el tiro de gracia en la cabeza. Acabaron con sus ideales y sueños. Solo después mis ojos se abrieron como un grifo, y no pude contener mi llanto a gritos consciente tal vez de que también yo era culpable en parte de su caída.

 

Al final de los trámites, la advertencia sin testigos: “Dejen las cosas como están; si no, aténganse a las consecuencias”. Así fue, se tomó la advertencia como una amenaza.

 

Su entierro: acompañado de algunos de sus amigos, gente de Ixhuatán y familiares, solidarios algunos y curiosos otros.

 

Al escribir estos recuerdos solo quiero sacar de mí lo que viví y lo que te espera cuando pretendes levantar tu voz para exigir lo justo para ti y la sociedad de la que eres parte y hacer partícipe los últimos momentos de un hijo de Ixhuatán; sobre quien no esté de acuerdo, se entienda que no se perseguía lucrar ante el sufrimiento de un pueblo en aquellos días.

 

En estos momentos tan difíciles que pasa el estado de Oaxaca y el país, aclaro sin el menor asomo de protagonismo que no pretendo idealizar ni lavar su nombre ni levantarlo de su tumba para inmortalizarlo, pero sí tal vez justificarlo porque aquellos que un día lo juzgaron hoy pueden darse cuenta de que la lucha continúa ante años de explotación de un pueblo que ha estado ciego, y  para quienes así lo quieran ver y quienes de alguna manera me han preguntado sobre los últimos días del amigo, del hermano, del niño ixhuateco que jugaba con los niños de su edad y el gusto por los caballos en las visitas al rancho. Una adolescencia rebelde, reacción ante el autoritarismo paterno; una sociedad llena de prejuicios y represiones ante una juventud ávida de libertades. No se hizo esperar vestirse a la moda propio de la época de aquel pasado no tan lejano.

 

Hoy solo nos queda reflexionar que a veces la vida nos lleva por caminos y decisiones equivocadas o que tal vez haya tenido su muerte algún valor. Sí, así fue, y que las nuevas generaciones sepan que cada sola gota de sangre derramada vale para que algo se transforme.

 

No faltará quien opine: “Ya déjenlo descansar”. Su recuerdo no descansa porque sus deseos e ideales siguen latentes en nuestras conciencias. Porque hoy solo me queda expresar en su nombre su manera de pensar y cómo vio su lucha: “¿Hasta cuándo seremos esclavos de nuestra ignorancia y cobardía? Debemos aprender que nunca habrá mejor victoria que irse de este mundo como hombre libre”. Y así se fue.

Los últimos días

del eterno hermano y amigo

Manuel Eugenio Lilhehult Pérez

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