A los estudiantes de Ayotzinapa
El poeta lanza una moneda al aire, y, en el tiempo que dura entre que la moneda sale de sus manos y vuelve a caer a ella, abre una ventana y nos regala la epopeya de una patria herida y dolida, que ve entre sus hijos a un poeta que la sueña a su suerte.
En mi incipiente colección de textos literarios de escritores oaxaqueños hay algunos, muy pocos, que retratan el mundo de mi infancia, ese mundo fantástico en el que habité y habito cada vez que voy a Ixhuatán, el mundo de la palabra hecha poesía, el mundo de los relatos de un ayer que está próximo al de hoy, de un pasado cargado de experiencias que se depositan en un presente bastante halagador que nos permite comprometernos con el futuro, un mundo que descubro en las palabras de quienes hacen del pueblo un universo mágico, desde la palabra del talabartero, del campesino, del pescador, del ganadero, del panteonero, del maestro, del curandero, de las amas de casa, de los peatones ocasionales que me regalan sus fugaces comentarios, pero, sobre todo, de quienes, a través del lenguaje histórico, periodístico y literario, me hacen soñar con un Ixhuatán en el que convergen la invención y la materialización de un mundo que soñé a orillas del Ostuta.
La primera vez que descubrí en este universo, el nombre de Manuel Matus Manzo, fue hace muchos años, cuando participó en el proceso electoral en busca de la presidencia de Ixhuatán por un partido de izquierda, no recuerdo bien si era el extinto ATEI o por el PRD, en ese proceso, lo escuché hablar frente a varios campesinos en el Ejido 20 de Noviembre, el Morro. Yo venía del mar con mi abuelo, vecino de sus papás; habló fuerte, serio, con un discurso realista, nada utópico. Mi abuelo cruzó varias palabras con otros pescadores que también se habían detenido, creyeron en sus palabras, votaron por él, desafortunadamente perdió el proceso electoral.
La segunda vez que me encontré con él ya fue en su imagen de poeta. A mediados de los 90, asistí a un encuentro de escritores jóvenes del sur en la ciudad de Oaxaca, allí me regalaron varios números de la revista Guichachi Reza (Iguana rajada), en ellos leí algunos textos suyos, con una lírica ligera y rica, de versificación glamorosa y discurso contundente; después de ello, lo leí en antologías de poetas oaxaqueños y otra de escritores del Istmo de Tehuantepec.
Mi encuentro más afortunado fue hace pocos días, en la Tercera Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Chiapas. Paseando entre los puestos de las editoriales, nos encontramos mutuamente, como si nos anduviéramos buscando; sobre la mesa, dos libros suyos y otros tres de escritores del Istmo, me los llevé a la casa; allí conversamos largo y tendido, acompañados de café, totopo, camarón y queso seco y, por supuesto, mezcal para abrir el apetito.
Uno de sus libros me llevó de la mano, poco a poco, al sueño de ese mundo que soñé a orillas del Ostuta, ese universo en que las palabras quedan suspendidas en busca de un lector que pueda materializar el sueño de un ser que "soy el sueño en la garrafa de paletas/ de limón o de grosella, la horchata/ en la vitrola y el arroz molido; el arado,/ la semilla del campesino, y el cuervo,/ y el zanate acechantes y pendiente/ de siembra y de cosecha, la cajeta, mermelada/ la carne asada y la machaca, el bastón/ del arador cuyo sueño es cada surco".
En "Sol que enciende sueños" comprendí que mi tercer encuentro con Manuel Matus Manzo no es casual, más bien, es una búsqueda incansable, que aún no acaba ahí, sino que es constante. El libro, editado y publicado en 2011 por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, está estructurado en cinco partes:
Sol de sueño constante: en este apartado, Matus Manzo pone en juego su magistral dominio de la epopeya sobre un país que tiene historia y que es necesario contarla, gritarla a los cuatro vientos de cada uno de los puntos cardinales, la heroica hazaña que se yergue a lo largo de su historia, desde el pasado prehispánico hasta el presente doloroso que sucumbe y sueña con renacer en cada uno de sus sueños. La patria tiene una identidad, un nombre que atesora, un pueblo que construye símbolos y que, con ello, camina y avanza, siempre, siempre: "¿De dónde venimos de tanto caminar? ¿Quiénes somos en nuestra soledad? ¿Dónde y en qué momento queda prendido del viento el sueño del soñante?". Así nos descubrimos, en la epopeya, con una doble identidad, con una doble patria, la mexicana y mixteca-zapoteca, la de un ayer que soñamos en el presente y la de un hoy que parece un sueño permanente: "La historia nos abraza de ayeres y de hoyes; bienhebrada Patria de flores e ideas o de floridos corazones en flor mas, floreantes memorias con luz, chaneques, duendes y musas pensares. Ah mexicante acontecer de mórbidos tiempos".
Serpiente de sueños: aquí el poeta se presenta en lo colectivo, se ve a sí mismo en la identidad construida por el pasado nacional, pero también por la que está ausente, la que no está escrita en la historia, la identidad colectiva de la nación que pende de las palabras cotidianas que recoja un caminante que va de pueblo en pueblo, a lo largo y ancho de este país al que soñamos todos; en serpiente de sueños, imagino al poeta husmeando lo mismo en la historia del país, especialmente en la identidad heredada de los mexicas, como en las cosas del presente; así también imagino al poeta aferrarse por momentos a la identidad de su patria chica, la del pueblo zapoteca: "Soy de esta tierra de Bacaanda antes de toda barba y cabellera, calor del sol, pecho de oro, cientos de años labrados en piedra, en barro, en madera; entre los huesos y las pieles y en el corazón de una ceremonia solar: corazón, palabra y sangre soy".
Sol que enciende sueños: aquí, como en mi tercer encuentro con el poeta, descubro la fortuna de su lenguaje, la literalidad que hierve entre las venas de un lector ávido de sueños; la musicalidad de su lenguaje se mezcla con maestría entre la festividad y el dolor de una patria que da vuelco y retumbos entre sus sueños, el de una república triunfante, de una identidad que rescate los orígenes, el de una deuda extraviada en el pasado por la avasallante indiferencia por el pueblo.
En esta tercera parte del libro, hay un dolor más agudo, un grito del poeta por recomponer el rumbo que el país, solo en un principio, muy al principio, tuvo como sol de todos sus días; el principio de los pueblos originarios, el de la primera patria, el de la patria defendida, el de la patria soñada por hombres y poetas, o por los dioses cotidianos, de vez en vez, de tiempo en tiempo, de verdad en verdad; los versos de "sol que enciende sueños", como los de todo el libro, nos tienden al sol para secarnos de la lluvia de dolores del cual nos quejamos cotidianamente: "La serpiente se fue a comer estrellas, volverá, qué serán que ya bajaron por las esquinas los bárbaros dioses, a saltos de jinetes y de plata las espuelas en jauría, bandas o dobles pelotones. No es el ejército de oxidados fusiles, enfundadas las flechas y vacío el carcaj". Así también es fácil observar que la epopeya nos cuenta atrocidades que la historia nos recuerda que ocurren todos los días, que el lenguaje y los hechos del país son atemporales, que los encontramos al abrir los ojos, cotidianamente, que entre el siglo XIX y lo que va del XXI, la diferencia, es la posición del I (uno): "Tal lugar es un territorio incompleto, apuntemos con la flecha en blanco, daremos nuestra conciencia, vendamos una lata de manteca y una escuadra de chicharrón, hagamos una gran comida y la noticia del territorio mutilado".
Jaguar de sueño y luz: nos presenta un realidad mas utópica, un país y una identidad en proceso de composición, o de recomposición, un presente que tiene distintos matices y que se nos muestra en formas distintas, desde el arte hasta el folclor, desde el mito hasta la cotidianidad, desde lo religioso hasta la naturaleza encendida, desde la individualidad hasta lo colectivo; en cada palabra, el poeta enciende la luz del mar y calma el impetuoso ritmo de la luna que se asoma para escuchar su voz, el lirismo puro: "Unísona vibración de auroras y soles, la luna llena habla entre los vientos, más que una sola voz en vuelo, dice prestarse al barro y modelar la boca, bebe tejate y pozol con panela y el jugo suelto del maguey; da besos a la tierra y se deja oler a lluvia".
Las raíces del sueño, viento: en esta quinta parte, el poeta nos abre la ventana de un presente más cercano, aunque no hay una puerta clara a través de cual entrar y tocar la realidad, el sueño del poeta nos descubre observándonos dolorosos en una patria herida, en una patria que su cordón umbilical esta desterrada de su identidad, de su condición, de historia; sin embargo, en el asomarnos a esa ventana, el poeta nos deja la posibilidad de inventar esa puerta por la que debemos de entrar: "Pero al fin, cuando desciende de su vuelo y cae la moneda de frío, y redondo azar despeja el sueño del sol encendido".
Con los acontecimientos de los últimos días en nuestro país, "Sol que enciende sueños" es una realidad que soñamos quienes nos duele nuestra patria. En los cinco apartados que conforman el libro, Manuel Matus Manzo va del pasado al presente; desde el presente nos muestra un pasado que no está distante, desde el pasado nos muestra un futuro incierto, que no podemos dejárselo a la suerte.
Si usted, querido lector, busca en la red sus datos, seguro encontrará que Manuel Matus Manzo nació en San Francisco Ixhuatán, Oaxaca, en 1949. Estudió la Licenciatura en Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México y la Maestría en Creación Literaria en la Universidad de Texas, en El Paso.
Ha publicado cuento y ensayo en diferentes revistas locales y nacionales: “Cantera Verde” (Oaxaca); “La Talacha” (SEP, México), “Tierra Adentro” (México, DF), “Fronteras” (CNCA, México) y “Viceversa” (México, DF), entre otras. Ha participado en las antologías “Los poemas del colibrí”, de la Universidad de Guadalajara (1991); “Oficio de Cantera, Oaxacas” (1992); “Lecturas de Oaxaca” (1992); “Zapotec Strggles”, editado por Howar Cambell, Washington and Londosn (1993); “Myth And Magic of Oaxaca”, Oaxaca (1992). Es autor de los libros de cuento: “El viento es una multitud”, UABJO (1998); “El puro y el tren” (1998); “El lugar de los hombres sin sombra”, Universidad Veracruzana (1998), de las novelas: “La misma noche”, UABJO (1993); “Entre las sombras de Montealbán”, Universidad de Texas, en El Paso y Universidad Autónoma de Cd. Juárez, Chih., (1996); “Historia verdadera de Antonio Valdivia Foglia y otros incendiarios”, UABJO (1998), del libro de ensayos “Los zapotecos del Istmo de Tehuantepec”, INI (1993) y coautor de “Etnicidad, nacionalismo y poder. Tres ensayos”, editado por la UABJO (1993).
“Santuario de sueño y otras mentiras” obtuvo el Premio Nacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa 2004. Este libro reúne historias cuyo escenario es el enigmático Istmo de Tehuantepec, tierra natal del autor, por donde transitamos de voz en voz y de asombro en asombro con los personajes variopintos, envueltos en sus sueños y situaciones extraordinarias, magnificando la vida y regodeándose en las mentiras más increíbles. Manuel Matus Manzo nos acerca puntualmente a los lugares donde lo insólito se produce de lo emanado de una atmósfera llena de fiesta, hechicería, sensualidad, arrebato, permanente desafío. Las historias están ordenadas en cuatro secciones: El paso del tiempo, Santuario del sueño, Coloquio de las mentiras y Sexuario del sur, su naturaleza es la continuación significativa de la tradición oral que nos sumerge en los laberintos propios de la imaginación y el mito.
Cierto es que hablo de este magnifico poeta ixhuateco y a él y por él le quiero pedir permiso para dedicárselo a los estudiantes normalistas de Ayotzinapa.