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Alguna vez me he preguntado: ¿qué hubiera sido de mí, ideológicamente hablando, si en vez de leer en mi niñez y adolescencia la revista Siempre!, de oposición al gobierno, hubiera leído el diario El Nacional, gobiernista? Por supuesto que eso nunca lo sabré, tampoco tiene la menor importancia ya.

 

            Nací a mediados del siglo XX y fui educado con libros de textos que exaltaban el patriotismo y la veneración a los héroes. De inmediato fui atraído por la figura de Benito Juárez. Así como él fue, soñaba ser yo. Los otros grandes de nuestra historia, Hidalgo y Morelos, los miré siempre como personajes míticos más que seres de carne y huesos. Y los protagonistas de la Revolución, Madero, Zapata, Villa,  Carranza y Obregón, solo el primero, llenaba mis pupilas. La razón de ello, lo sabría más tarde,   se debió a que Madero fue un idealista de nobles sentimientos, mientras que los otros fueron guerreros –si no es que facinerosos-, como algunas veces los llegaron a llamar. Necesarios, claro, para lograr la libertad por la que se venía peleando desde los tiempos de la Conquista.

 

            Adolescente, cursando la escuela secundaria en 1968, me tocó enterarme de una realidad nunca imaginada: la de que un gobierno reprima a sus jóvenes estudiantes. De entonces a la fecha nunca más le di al gobierno siquiera el beneficio de la duda, recibiendo de ellos, a cambio, mucha frustración e ira al ver cómo se las gastaban. Aunado a que los políticos mostraron ser cada día más corruptos e ineptos, me convirtió en un opositor ideológico, nunca un activista a ultranza, a pesar de ser joven e idealista como muchos otros, que incluso algunos de ellos tomaron el camino de la violencia revolucionaria.

 

Desde aquel tiempo, pues, me convertí en un observador que en el ámbito de sus actividades, intenta mostrar lo que considero debemos ser como ciudadanos, esto es: capacitarnos para competir por los puestos de estudio y de trabajo, pelear por nuestros derechos sociales, políticos, religiosos, económicos; no permitir el nepotismo, compadrazgo, amiguismo, la corrupción ni la mediocridad en los distintos niveles de gobierno; organizarse para dotarnos de mejores leyes aplicables con justicia y equidad, y no conformarnos con reformas que solo benefician a los sátrapas,  élites gobernantes, ricos codiciosos e insaciables, etc., remedios paliativos estos, que conducen a México muy lento en su desarrollo y a los mexicanos muy lejos de los satisfactores a que tiene derecho.

 

            Aquel México que me tocó vivir de los años 60 hasta el año 2000, fue uno que, aunque yo lo quisiera, no podría olvidar. El presidente de la República era más que un  rey, así dicho título nobiliario no estuviera estipulado en la Constitución. El autoritarismo rampante tuvo su cenit con Gustavo Díaz Ordaz. Echeverría y López Portillo, con sus excesos y excentricidades folclóricas, pusieron las bases para el estrangulamiento de las empresas paraestatales.  Carlos Salinas, mañosamente, intentó camuflarlo con rasgos de modernidad, siguiendo los pasos que le marcaron el FMI y el Banco Mundial. Expresó que su generación de tecnócratas, comandada por él, claro, gobernaría al país por 25 años. Jamás  contempló una variable básica –no obstante creerse un genio de las finanzas y la política, solo por haber estudiado en el extranjero-: aquella que gritaba silenciosamente que México ya no era más el país mil veces engañado y vilipendiado, dispuesto a soportarlo todo.

 

            México, desde los años de Elías Calles, había sido saqueado sistemáticamente por su clase política  y empresarial corruptas e impunes. El país, pues, en tiempos de Salinas, ya no daba para más. El tráfico de influencias y la discriminación, así como la desigualdad social, eran ya intolerables.  El EZLN en Chiapas y toda aquella gente que se sintió robada en la elección de 1988, se organizó en distintas asociaciones, partidos políticos, etc. El desmantelamiento artero y turbio de las empresas paraestatales, así como las sospechas de que Salinas y su grupo estaban saqueando al país en gran escala, precipitó una las crisis económicas más terribles que se haya tenido. No era para menos si el país estaba endeudado con el capital extranjero hasta las cachas. Era también de esperarse cuando el tráfico de influencias estaba a todo lo que daba –orquestado y liderado por un hermano de Salinas, Raúl- lo mismo que los prestanombres estaban a la orden del día. El narcotráfico, hay que hacerlo notar, estaba en una feliz connivencia con el poder, cada quien dedicado libremente a lo suyo, pues. El campo y los campesinos, justo aquellos que producen los alimentos que dan de comer a los demás, abandonados a su suerte desde hacía rato…

 

            La debacle económica que le estalló en las manos a Ernesto Zedillo en 1994, que Salinas calificó con cierta razón como “el error de diciembre”, afectó a los de siempre, a los jodidos. El número de personas en pobreza extrema creció y desde entonces a hoy, no obstante los programas de beneficencia implementados por el gobierno para evitar el estallido social, no ha mostrado mejoría significativa, así  digan lo contrario. Esa pobreza expulsó del país a millones de mexicanos, quienes emigraron a USA en donde, aunque también son maltratados, al menos tienen ingresos que en México nunca soñaron  tener. Son ellos quienes, mes a mes, con sus remesas de dólares, apalancan –¡quién lo dijera!- la economía del país. Pemex, una vez expropiado a los ingleses en 1938, tampoco ha dejado de hacerlo.

 

Debo recordar que durante años el gobierno aseguraba que México estaba en malas condiciones económicas porque la clase trabajadora era floja, ignorante, mal calificada, irresponsable, derrochadora y otras lindezas por el estilo. Asimismo, señalaban la “mordida” como el signo de la corrupción de las clases medias y bajas;  hasta le inventaron a los trabajadores el “ahí se va” para dizque comprobar la falta de capacitación del mexicano. Cebo que muchos mordieron, es verdad. Por eso, hace unos días la OCDE, organismo del que México es miembro, se sorprendió al ver que en sus estudios los mexicanos, a pesar de trabajar mucho más y ganar mucho menos que los ciudadanos de los otros países miembros, dijeron ser más felices y estar más satisfechos que aquellos. También se afirma que la mano de obra mexicana es más barata que la china que ya es mucho decir. O, parodiando a Fox: que los mexicanos hacen los trabajos que ni los mismos chinos realizan tan baratos.

 

Por haber vivido el sistema de gobierno encabezado por priístas corruptos y abusivos, cuando en el año 2000 ganó Fox y el PAN la presidencia, dudé que un hombre tan visiblemente ignorante pudiera gobernar al país. Tuve también temor que el estado perdiera su laicidad. No fue así gracias a una sociedad que, repito, ya estaba harta de los abusos de un partido por más de 70 años. La entonces etiquetada “sociedad civil”, impidió que el país entrara a una regresión religiosa. La gente, acostumbrada a constantes devaluaciones de la moneda y a concomitantes hiperinflaciones, por fin vino a tener sosiego en los últimos años de Zedillo y los seis de Fox. Se siguieron aplicando las políticas económicas neoliberales, esto significa que las ganancias fueron siempre para el capital autóctono o foráneo, mientras que las pérdidas para la nación, para los que pagamos impuestos. Pemex siguió siendo la fuente de nuestra economía, de donde fluía el dinero para rescatar banqueros y empresarios carreteros ladrones e ineptos, entre otros. Aprobado por la SCJN el anatocismo, los ricos tuvieron luz verde para depredar más y mejor.  

 

Con Felipe Calderón volvimos otra vez a las andadas como nación. Ya no en los vaivenes económicos de antaño, pero sí en una ruta harto peligrosa como lo es el de la violencia. Una vez ella se introdujo en la agenda del gobierno, nuestras vidas como nación se ha complicado sobremanera. Aconsejado y apoyado por USA, Calderón emprendió lo que se ha dado en llamar la “guerra contra el narcotráfico”, apoyado en México por los empresarios y la clase política, que en el siguiente gobierno y excepto unos pocos, se han estado desmarcando. Decenas de miles de muertos, mucho dinero tirado a la basura y los índices  de inseguridad disparados a la alza en todo el país, hasta en los más apartados rincones. Si bien es cierto no existe un estado fallido o ingobernabilidad generalizada como algunos afirman, estados como Michoacán, Estado de México, Tamaulipas, Guerrero y Veracruz, se han convertido en espacios seriamente conflictivos. Y lo peor es que no hay para cuándo cese la violencia. Empecinados a no cambiar de política respecto de las drogas –cuando USA ya lo está haciendo-, el estado mexicano se pertrecha adquiriendo más armamentos y haciendo más gastos en seguridad. A ciencia cierta los ciudadanos no sabemos si es por el narcotráfico tanto armamento sofisticado, o es que se tiene planes de usarlo también contra quienes protesten. Al tiempo…

 

Con una frontera amurallada en el norte del país, con ineficaz resultado en el combate a la pobreza, con la caída en el turismo nacional y extranjero, con los derechos humanos atropellados donde la tortura es una prueba reina, con el apoyo siempre eficaz de los medios de comunicación –sobresaliendo Televisa- y con una oposición segmentada por envidias y hambre de poder y de riquezas, el PRI supo aprovechar la coyuntura y regresó a la presidencia en 2012. Enrique Peña Nieto y lo que él representa iniciaron con un pacto con el PAN y el PRD para apaciguar las aguas. Y una a una, apoyados por esa “izquierda moderna” como se hace llamar el PRD en el poder, y una derecha encantada porque cree que el PRI lleva a la práctica su plan de gobierno antes pospuesto, los legisladores priístas y el ejecutivo han aprobado las reformas que ellos mismos, en dos administraciones panistas, no solo se opusieron a llevar a cabo, sino que las boicotearon,  afirmando que no eran viables y que no había por qué reformar la Constitución. No solo han reformado la ley fundamental, sino que han cambiado todo aquello que estorba a sus propósitos e intereses. Solo están a la espera de las leyes secundarias y  terminar así con una era que los priístas ahora califican de atraso y oscuridad. Ellos, que en su momento fueron bien calificados de dinosaurios.

 

 Lo cierto es que, se diga lo que se diga, la economía del país no levanta y los signos de tormenta no dejan de amenazar. Ahora mismo, con datos de INEGI, se habla que la economía mexicana está en recesión. Videgaray, secretario de hacienda, de inmediato ha salido a negar tal cosa. Los que nos ganamos la vida con un trabajo honrado vemos que las cosas, si bien no están a niveles de hace 20 años por ejemplo, no muestra la mejoría prometida por los políticos de toda laya. Los cambios que han llevado a cabo en lo político, por ejemplo, no son más que maquillaje, tal como ocurrió con el IFE que pasó a ser INE, sin que la gente esté convencida que sirva para lo que dicen habrá de servir: elecciones confiables, campañas equitativas y resultados respetados por todos. En las mismas condiciones se halla el IFAI, que al parecer retrocedió en su calidad, esta todo el tiempo cuestionada. En el IFT, después que nos dio esperanzas y ante la tardanza de las leyes secundarias en telecomunicaciones, no muestra ya los signos de robustez que su líder mostró en un principio. En este país, solo si se tiene la fama de un Alfonso Cuarón o las armas en las manos como los grupos comunitarios de autodefensas o el EZLN en el pasado reciente, la gente es atendida y escuchada. De no ser así, no hay debates porque temen que la gente se apropie de lo que es suyo: la libertad de decidir. Por eso el afán del gobierno de limitar Internet, so pretexto de las leyes secundarias. No les gusta lo que se dice en las redes sociales que, si bien es cierto no han tenido el impacto que se han visto en otras sociedades –como Egipto- donde incluso han coadyuvado para cambiar el gobierno, cada día va teniendo preponderancia, dejando atrás una época de pleno dominio televisivo con Televisa a la cabeza. El gobierno anhela  ser más un país como Turquía –donde se canceló Internet por unos días hace poco- o China, que un país donde se respete los derechos a ser informados y la libertad de la gente. En esa misma dirección están siendo encaminadas las peticiones para regular las marchas en el DF y Quintana Roo, entre otros lugares.

 

En fin, nuestra vida social y comunitaria requiere más que grandes reformas –que también son deseables, claro- un cambio de actitud de nuestra clase política. Ya no es tiempo que una tal Rosario Robles se haya expresado del modo en que lo acaba de hacer, al decir que mucha gente pobre y marginada se reproduce, tan solo para conseguir más dinero del programa Oportunidades, y que por tanto, una vez detectada la trampa,  tendrán derecho al programa solo quienes tengan tres hijos como máximo. Si lo que pretendía la señora era llevar a cabo, colateralmente en SEDESOL, un programa para evitar más población, no era ella la indicada.

 

Asimismo, habrá que ser muy vigilantes que políticos convertidos en empresarios administren la renta petrolera –de la que se dijo no se tocaría ni con el pétalo de una rosa- inviertan en Pemex sus millones mal habidos. Políticos que como gobernantes o legisladores aprobaron lo que convenía a sus fines económicos y que, una vez conseguido, se retiraron a administrar campantemente su riqueza. Fox ha reiterado su deseo de invertir en la marihuana una vez se autorice su uso recreativo, como en USA. Esa falta de probidad y ética es la que domina en los políticos y es la que urge aplicar correctivo legal y moral. Por parte de la ciudadanía, ya es tiempo que deje de vender su futuro tan solo porque siente –cual si fuese de su equipo deportivo- los colores de su partido o instituto político. Se trata de ser conscientes, de tener información suficiente y emitir un voto razonado. Así mismo, exigir sean retirados tantos legisladores plurinominales que sirven para engrosar la nómina y el menoscabo del erario. Sí, hay mucho por hacer, una reforma política de gran calado. Pero  nada de eso se hará si no se toman en nuestras manos, y como propias, las exigencias sociales y políticas más apremiantes de quienes están en situación precaria.

 

Los políticos, estoy convencido de ello después de vivir tantos años en el viejo sistema que hoy quiere volver por sus fueros, no cambiarán por propia cuenta, por lo que la sociedad debe obligarlos a ser servidores que para eso se les paga y muy bien, mucho mejor que en países de primer mundo. Basta ya de seguir viendo a los votantes como los zoquetes que les dan el poder sin que ellos se vean obligados, por ley, a informarles de qué hacen con el poder que se les confirió. Por eso urge una reforma política verdadera, no puro maquillaje para que todo siga igual. Cuando ello ocurra yo dejaré de ser un amargado como dicen todos aquellos que siempre han apostado al ganador o que viven orondos en su conformismo o bienestar.

El México de ayer  vs. el México de hoy

Juan Henestroza Zérate

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