La especie humana lo exagera todo:
a sus héroes,
a sus enemigos,
su importancia.ʺ
Charles Bukowski
No sé la receta para hacer mole negro, no me interesa, no me parece importante. Soy oaxaqueño por tener una educación mediocre, soy istmeño porque me creo más que los demás, soy ixhuateco porque se me olvida todo no por saber la receta del mole negro ni saber si lleva ciruela verde o roja.
De lo que se pierde aquel que no lo ha probado. Vaya delicia, y no es cualquier pescado. Es de nosotros, tiene que ser ixhuateco, esos tienen más sabor, no importa si es lisa o boca de oro, si tiene tripas y escamas.
El mole se sirve bien caliente con la intención de quemarse, y el pescado se le deja caer directamente al plato, no importa si está congelando, fresco o huele mal, es lo de menos. Con totopos de El Morro o de la Ponce, agua de horchata si se sirve en casa, una corona de cuartito si es ocasión especial, se disfruta más con una plática sin sentido, de esas que se dan a diario. Es saludable si el parlante está interrumpiendo a horas no adecuadas y volviéndonos locos. Vamos a comer, compañeros.
Luego es bonito ver los ojos del pescado, y quizá se vea el rostro de su asesino. Este tipo de comida es muy típica por estos rumbos. Casi nadie la consume porque después lo que pasa es una “terrible enfermedad”, así la nombran los aburridos. Yo lo veo más bien como una purga, mareos y alucinaciones, pensamientos rebeldes y planes a futuro. Hace unos kilómetros vi a Ixhuatán como un zepelín gigante que avanza lento, propenso a desviar su rumbo por alguna que otra turbulencia, enorme y visible al ojo cerrado, lejano y confuso para nadie, todos lo ven, pero nadie lo observa. Tiene un motor que exhala humo blanco y humo negro (se confunden los mecánicos).
Muchos niños que van diario a la escuela sin ganas, tiene mucha historia pero nadie se la sabe, todos la cantan porque es fácil, después de unos cuantos pasos me pierdo y vuelvo a encontrar en recuerdos, nunca planeo un futuro, siempre son los recuerdos que me atrapan con cada vuelta, recuerdos de la esquina donde caí de la bicicleta, cuando me dijeron esto y el otro, mientras hacía desmadre en el desfile.
El atardecer siempre cambia, y los únicos caminos que avanzan más son los que se encuentran detrás del pueblo, en las agencias, rumbo a Aguachil, en la Isla de León, hasta donde nos pertenece. Ahí sí soñamos con mas allá, por esos rumbos se sueña mucho porque no ha pasado de todo. Hay mucha tierra que no se ha pisado, pero ahí está bien. Cualquier día de estos le damos una vuelta. Aunque muy pocos campesinos quedan, todos pelean contra todos y no contra el verdadero enemigo.
Cuarenta y tantos metros después, en la plática del mole con pescado se escuchó: “¡Ah mareño, ja!”, y la respuesta fue muy clara y obvia por el tiempo vivido aquí: “Diaaaa”.
No somos mareños, pobre de aquel que le diga mareño a un ixhuateco, y aunque en broma no hay perdón fugaz. No somos mareñosm pero nos pertenece más el mar que a ellos. Vaya pensamiento ignorante. ¡Mareño, ja!
Alguien se quejó. Una espina se le atravesó en el paladar, hizo como que si no le dolía. “Ixhuateco fanfarrón”, todos voltearon a ver al que pronunció esto.
Aquí comenzó la historia del mole negro del mole negro con pescado.