Si algo caracteriza al estado de Oaxaca y principalmente a la región del Istmo es que su población tiene una participación social y política relevante en comparación con otros estados. Y no es para menos, somos una de las entidades más pobres de la República Mexicana, también de las más olvidadas.
En la última década, Oaxaca destaca en el panorama internacional por los “focos rojos” que con anterioridad sólo se encendían en épocas electorales y que ahora sólo necesitan de cualquier tipo de conflicto no atendido o resuelto para recobrar vida.
Este despertar de la población civil alcanzó incluso a la región de los Valles Centrales, específicamente a la capital del estado que si bien tiene en su haber levantamientos porriles, políticos y universitarios, no había registrado un movimiento social como el del 2006, cuando el magisterio y la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) paralizaron en todos los sentidos al estado.
El Istmo de Tehuantepec es la primera referencia que la opinión pública nacional tiene al mencionarse el estado de Oaxaca. Desde cualquier ámbito, al mencionar la palabra Oaxaca, la asociación primera que la mayoría de las personas hace es hacia esta región.
Políticamente activa y participativa más que ninguna otra región, segunda región en importancia económica en la entidad, en cuestión cultural, por supuesto que la garbosa e impactante de las istmeñas nubla hasta la mente más ecuánime, ni se mencionen los sones tan representativos de la idiosincrasia oaxaqueña adorados por decenas de músicos de todo el mundo, y ¿hace falta que mencione a don Andrés Henestrosa y a Francisco Toledo, sin que nadie que comparta la oriundez no suspire?
Basta una movilización de cualquier índole en el Istmo de Tehuantepec para que toda la región Sur Sureste del país se paralice. Bloqueos carreteros se anuncian incluso con horario para que todos los sectores económicos se preparen y tomen las precauciones.
El Istmo de Tehuantepec es una zona de gran influencia a nivel nacional y creo que existe la total certeza de ello en sus habitantes.
Dentro de toda este torbellino social, económico y cultural que es el Istmo de Tehuantepec, ¿en dónde están sus mujeres?, participando, afortunadamente. Las mujeres de esta región, del estado y de todo el país, han sido históricamente utilizadas como piezas claves dentro de la logística de todo activismo político o social.
Campesinas, maestras, madres de familia, estudiantes, comerciantes, promotoras culturales, lideresas, indígenas, bases de partidos políticos, todas las mujeres istmeñas parecen volcarse a las calles para organizar, nutrir y mantener un acto político, electorero o social.
Lo mismo tapan carreteras, botean, promueven el voto, llevan alimento a los manifestantes, cuidan a los infantes sin clases, van de casa en casa, llevan gente de su comunidad a la plaza para el mitin, pintan mantas o marchan por las calles.
Hay una clara y alta participación cívica de las mujeres istmeñas en la vida político social de su región, pero ¿en dónde están los beneficios para ellas? Qué obtienen con todo esto. Yo, como mujer que vivo en cualquiera de los municipios istmeños, ¿he visto una mejoría en mi calidad de vida tras luchar decididamente por un objetivo? O es que solo me están utilizando.
Las mujeres tenemos que pasar esa barrera del ámbito privado al público con miras a beneficiar a toda nuestra población pero principalmente a las niñas, mujeres y adultas mayores.
Si bien salimos a las calles a participar, las tareas que nos asignan siguen quedándose en el ámbito privado, seguimos dirigidas por hombres quienes siguen siendo mayoría. Debemos aspirar a la equidad de género es nuestra participación cívica así como en los beneficios que se logren.
Debemos asegurarnos que somos tomadas en cuenta no sólo para rellenar una calle en la manifestación, para intercambiar guardias con quienes levantan la cuerda en la carretera para pedir cooperación o para quedarnos a mantener funcionando la colonia mientras todos se van a hacer las gestiones a la cabecera municipal o distrital.
Si bien cada comunidad o pueblo distribuye roles, es indispensable vigilar que estos roles sean equitativos y justos para todos y todas, de lo contrario jamás veremos beneficios reales para nosotras, es decir, la forma de organización comunitaria debe transformarse e incluir a las mujeres en la misma medida que ha venido haciéndolo con los hombres.
También nosotras podemos encabezar cualquier lucha cívica o gestión que tenga como finalidad el mejoramiento colectivo pero con perspectiva de género, esto es, que tanto las niñas como los niños continúen sus estudios hasta donde el esfuerzo propio y comunitario les impulsa.
Que todas las mujeres de cualquier edad se alfabeticen para superar ese penoso tercer lugar regional en analfabetismo; que las mujeres conozcan sus derechos y dejen de ser violentadas; que los programas sociales no sólo lleguen a quienes apoyaron al candidato durante la campaña electoral; que las mujeres dejemos de vivir en esa burbuja de fantasía llamada matriarcado.
Si en el Istmo o cualquier región oaxaqueña el matriarcado fuera una realidad y no una posibilidad de las pocas que nacieron con empoderamiento económico o de “linaje”, no tendríamos cifras de precariedad tan lamentables para nuestro género.
Tenemos que sentarnos a analizar por qué las mujeres no estamos saturando las Escuelas Normales Rurales y del Estado, las Universidades ni los Tecnológicos.
¿Por qué las mujeres seguimos quedándonos en lo privado de nuestros hogares, comunidades, escuelas, centros de trabajo? ¿Por qué no estamos saliendo a pedir por nuestros propios derechos? ¿Por qué seguimos prestándonos a alcanzar los sueños, exigencias, metas, clamores y necesidades de otros?