En solidaridad con Enrique Juárez Torres,
director editorial del periódico El Mañana de Matamoros,
secuestrado el pasado miércoles 4 de febrero
por hombres armados a causa de su labor informativa
y hoy fuera del país para proteger su vida.
Si alguien pretende estudiar la historia de los cárteles de la droga en México, tiene que remontarse a la década de los 80 y dirigirse al occidente de nuestro país. En ese momento aparece en el mapa nacional el denominado Grupo de Guadalajara, la primera organización delictiva con una estructura con tintes de lo que hoy conocemos como cártel (agrupación ilícita bien diseñada y con alcances transregionales).
Si bien es cierto que, para algunos autores, como la periodista Anabel Hernández, esta célula no presenta las dimensiones de ese tipo de gremios criminales, sí resulta un parte aguas tanto por sus dominios como por quienes lo integraban. Encabezados por Miguel Ángel Félix Gallardo, esta organización estableció fuertes lazos con los cárteles colombianos, particularmente con el de Medellín, liderado por Pablo Escobar, lo que posibilitó el puente entre Sudamérica y Estados Unidos, clave en la radiografía americana de las drogas.
Otras individualidades importantes que conformaban esta agrupación fueron Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto”, tío de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, sinaloenses todos. En un sector intermedio estaba Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, y muy por debajo de estos grandes capos se encontraban sus débiles pistoleros de apellidos Arellano Félix y Guzmán Loera, sí, este último que, tras su fuga de Puente Grande, se convertiría en el narcotraficante más poderoso de la historia de la humanidad, incluso superando a “El Patrón” colombiano.
Con el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, en 1985, las cabezas de la organización cayeron, y fue en 1989, con la captura de Félix Gallardo, cuando esta se desintegró y derivó en distintas escisiones, las más importantes el Cártel de Tijuana, de los hermanos Arellano Félix, y el de Sinaloa, cuyas riendas eran llevadas por “El Güero Palma”, Ismael “El Mayo” Zambada y “El Chapo”, a estas alturas ya acérrimos enemigos ambos grupos.
El poder de Joaquín Archivaldo fue incrementándose cada vez más; sin embargo, tras el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en 1993, en el aeropuerto de Guadalajara, en un enfrentamiento contra los Arellano Félix (fuego cruzado es la versión de las autoridades –fuego cruzado que dejó 14 balas en su cuerpo y más de 50 a su Grand Marquis-), Guzmán Loera fue detenido en Guatemala y extraditado a México, donde permanecería en prisión hasta 2001, cuando escapó del penal jalisciense en el que se encontraba y lo cual mancharía la historia de la justicia nacional por dejar al descubierto la corrupción existente en distintos órdenes de gobierno.
Después de ese evento, en México ha corrido sangre por doquier. Hoy en día hay una cantidad importante de cárteles a lo largo y ancho de la república, pero es posible identificar siete como los que mayor presencia tienen: el de Sinaloa, del Golfo, Los Zetas, el de Juárez, del Pacífico, Los Caballeros Templarios y Jalisco Nueva Generación. El país vive desde hace más de una década una guerra entre estos grupos criminales por el dominio de territorios, acompañado por la putrefacción de los gobiernos, lo cual ha arrojado un panorama incluso peor que el colombiano de los 80.
Hasta antes de la edificación del modelo de narco que hoy conocemos (poderoso, sanguinario, valiente, millonario, influyente, etcétera), para muchos mexicanos que vivían en la pobreza, el objetivo a seguir era el denominado sueño americano: emigrar a Estados Unidos para trabajar, ganar dólares, mandarlos a nuestro país y conseguir lo que aquí difícilmente lograrían. Dicho ideario se ha visto modificado por otro nuevo: ser narcotraficante.
Trabajar como animal bajo el yugo del país capitalista por excelencia ha dejado de ser atractivo, y ahora se aspira a conseguir ese poder que ostentan los criminales de la droga. Se ha creado un estereotipo, basado en la realidad, de un sujeto imponente, con AK-47s bañadas en oro en sus enormes camionetas, rodeado de las mujeres más hermosas que hay, con los mejores vinos en sus mesas, las líneas de cocaína listas para inhalarlas como una bestia, con la capacidad de decidir sobre la vida y la seguridad de la gente, con el poder de dominar un territorio. Esta idea releva el ahora obsoleto sueño por cruzar ilegalmente el río Bravo y trabajar en las fábricas estadounidenses.
Resulta más seductor para algunas mentes permanecer en su país y ser poderosos que emigrar a otro y ser esclavos. Esto ha sido reproducido por distintos dispositivos, como la televisión, el cine y la música, al grado de crear toda una cultura del narcotráfico como modelo aspiracional; incluso, en gran medida, ha desplazado la idea de desarrollarse profesionalmente para alcanzar un estilo de vida determinado.
Inconscientemente, hoy estamos siendo partícipes de toda esta podredumbre social. Poco a poco vamos adoptando más estos elementos en nuestra cultura y provocando una doble operación fatal: la erradicación de las identidades propias y la instalación de una de la muerte.
El narcotráfico y el crimen organizado han costado muchas vidas, inseguridad, temor y toda una serie de factores que han dejado un luto permanente en nuestro país. Esta realidad dolorosa que padecemos se respalda en la operatividad de dicha narcocultura que hoy, sin dudarlo, celebramos.
El dolor de entidades como Sinaloa, Durango, Guerrero, Michoacán o ciudades como Juárez, Reynosa, Nuevo Laredo o Torreón, prácticamente inhabitables, tiene origen en este ya no tan nuevo fenómeno nacional.
Y, sin embargo, adoptamos narcocorridos, anhelamos la voluntad de poder en sentido perverso, festejamos la violencia. Me resisto a aceptar de manera pasiva esta lógica destructiva y perjudicial. Somos los responsables de nuestro propio destino, y espero, como lo afirma la misma autora de "Los señores del narco", que no sea necesario encontrar la cabeza de nuestros hijos sobre la banqueta de nuestra casa o el cofre de nuestro auto para entender esta miseria en la cual estamos inmersos.