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Todas las personas que habitamos este planeta vivimos desde hace unos cinco mil años en una estructura de organización social llamada patriarcado, que no es más que un sistema en el que el varón ejerce una plena autoridad: define las normas, los comportamientos morales -ya sea en lo político, legal o religioso-, decide sobre los procesos económicos y productivos y, por si fuera poco, es la batuta de la gran mayoría de los hogares.

 

El patriarcado ha regido durante los últimos cinco milenios, aproximadamente, el avance de las diferentes civilizaciones humanas bajo las banderas de la opresión, el dominio, la imposición, la violencia y el exterminio.

Este sistema imperante en todos y cada uno de los países y culturas del mundo había venido imponiendo sus prácticas con la bien definida intención de someter a toda aquella persona que no asumiera una postura de obediencia y sumisión, principalmente hacia las mujeres o hacia quienes se identificaran con lo femenino. El patriarcado odia a las mujeres.

 

Pero, afortunadamente, un puñado de mujeres valientes, pensantes y hartas del oficio de panteoneros que venían ejerciendo los hijos sanos del patriarcado comenzaron a fines del siglo XVII a filosofar sobre esta tiranía que solo derivaba en destrucción, dolor y muerte. Así nació el feminismo.

 

Aunque fue hasta el siglo XIX y principios del XX cuando el feminismo tomó mayor fuerza tras el engranaje de académicas y activistas, fue a partir de la década de los años 60 del siglo pasado cuando las mujeres mexicanas podíamos celebrar logros como el derecho al voto y a ser elegidas para un puesto de representación popular, ser candidatas a estudios universitarios, ejercer libremente nuestra sexualidad sin terminar en una hoguera, exigir derechos laborales, y recientemente en este nuevo siglo, nuestra principal lucha es contra la violencia de género.

 

Por supuesto, la historia de la lucha feminista es mucho más amplia, como toda acción de rebelión ha dejado represión, tortura y muerte a su paso –las hermanas Mirabal, por mencionar un caso-, pero ha habido logros, pocos, pero muy importantes.

 

Y menciono pocos no por la cantidad, sino en comparación con el objetivo común de los diferentes feminismos que encabezamos millones de mujeres en todo el mundo: la desaparición del sistema patriarcal y la creación de un nuevo sistema, más justo, equitativo para todas, todes y todxs, en el que principalmente las mujeres vivamos sin miedo a ser asesinadas solo por nuestro género.

 

Los feminismos cuestionan constantemente todos los modos y estructuras que el patriarcado ha impuesto alrededor del mundo. ¿Por qué? Porque ha quedado demostrado que no ha funcionado: migración, pobreza, exterminio, guerras, violencia en todas sus instituciones, violaciones de derechos humanos, colonización, pandemias, hambruna, dictaduras, curas pederastas, varones machistas, xenofobia, feminicidios, y más, cortesía del sistema patriarcal.

 

El feminismo no busca igualdad ni equidad, persigue justicia y la erradicación del patriarcado, así como la construcción de un nuevo sistema en el que las mujeres tengan la categoría de seres humanas y no sean asesinadas bajo el argumento del castigo; una nueva forma de vida en el que las mujeres dejemos de ser tratadas como objetos sexuales, moneda de cambio, propiedades o peor que incubadoras sin emociones ni cerebro.

 

El feminismo, cualquiera que se ejerza, busca que ser mujer y todo lo relacionado con nosotras no sea motivo de ofensa, chiste, burla, vergüenza, ataque, denostación o entretenimiento, y es solo a través de esta forma de vida como se puede lograr.

 

Sin embargo, las feministas, que es como nos nombramos las mujeres que pretendemos fervorosamente destruir el patriarcado, nos enfrentamos al odio que emana de los hijos de este último.

 

Somos receptoras de ofensas, amenazas, burlas, críticas, prejuicios, ataques y constantes cuestionamientos sobre la necesidad o legitimidad de nuestro movimiento y/o sistema de vida. Ser feminista y vivir como tal es odiosamente agotador, se necesita de vísceras resistentes, una alta dosis de hartazgo social, constante preparación académica, activismo diario e inagotable paciencia para replicarlo a través de todos los medios posibles.

 

Y no resulta suficiente ser feminista, es indispensable formar feministas, todo el tiempo y en todas partes, con quienes se muestren interesadas, con las que lo necesiten, con las niñas y los niños que están ávidos de una nueva forma de existir; es urgente extender el feminismo sin descanso ni desánimo.

 

Necesitamos más feministas y pro feministas en este mundo que despierta a diario con el secuestro de cientos de mujeres en Nigeria, el asesinato de siete mujeres en toda la república mexicana, la violación de niñas en el Medio Oriente, la venta de indígenas en Chiapas y Oaxaca, la exaltación de una tradición misógina como lo es la celebración de la virginidad de una istmeña, la condena de alguna mujer centroamericana por haber tenido un aborto espontáneo, la esposa golpeada, la ausencia de políticas públicas para las mujeres en los gobiernos mexicanos, las mujeres sudafricanas o de la India que tienen como primera experiencia sexual la violación tumultuaria, las amas de casa infectadas con el VIH, las migrantes indocumentadas de todo el mundo a las que no les queda más que la prostitución para sobrevivir, las madres que se mueren en el parto de su décimo hijo, y me tomaría semanas recopilar las vejaciones patriarcales que ya me tienen asqueada.

 

Necesitamos feministas y pro feministas, que estén “dispuestxs” a desprenderse de los privilegios patriarcales en caso de que sean varones; que tengan la valentía y el deseo enorme de que usted mujer y todas las mujeres que la rodean puedan jactarse y sentirse felices de ser mujeres en vez de vivir con miedo de todos y por todo; que la indignación por la discriminación hacia quienes no nos asumimos varones ni heterosexuales nos dé el empuje necesario para levantarnos cada día y decir en voz alta que hemos decidido declararle la guerra al maldito patriarcado.

 

Esta feminista pone su corazón en cada letra que escribe y su esperanza en cada persona que la lee y llama a transgredir, a romper estructuras, a dejar de ser cómplices de un sistema que tiene como objetivo matar a cada mujer que no acepte vivir como objeto.

Necesitamos feministas

y pro feministas

Cinthya Lorena Vasconcelos Moctezuma

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