top of page

Fue un año de la Vela de la Candelaria cuando vi tu rostro que sobresalía del cúmulo de mujeres que separaban las hojas de plátano para el tamal. Estabas glamurosa a pesar de la mañana y tu ropa que delataba aún la cama que se negaba a partir de tu cuerpo. Esa mañana era fresca, pero lucías vaporoso tu cuerpo, enfundado con la ropa deportiva que te colocaste para salir altiva y desafiar el mundo. Mis ojos se posaron en tus glúteos como si el mundo se detuviera en ese punto.


No cruzamos las palabras y no supe más de ti en el resto del día, pero tú me seguiste hasta la hamaca donde reposé la taberna que ese día llegó a mi estómago con unos camarones y varias jaibas que resintieron mi llegada.


El olor a un frito de iguana inundó mi paladar y la nariz me llevó hasta el sartén que tomé por asalto, importándome poco la advertencia de que, si seguía comiendo en ese recipiente, llovería a cántaros el día que me casaría. Me siguió no importando y no llovió cuando me tocó ir al juzgado.


La noche atrapó mi modorra y no tenía ánimos para la calenda. Ese año no había con quién salir o por quién hacerlo. Pero fue más por escapar del tedio y terminar de deglutir aquella iguana que se negaba a abandonar mi esófago.


Entre el mujerío me perdí y saludé a conocidas y a las no tanto. El trajín me arrastró a la primera parada y un brandy malísimo coció mis entrañas. La fiesta iniciaba. Por ratos tropezaba, y llegué a tu lado. Te miré y nos miramos. No me atreví a abordarte. Lucías bella en aquel jardín de flores que llevabas como huipil. Me recordaste una canción que decía que hasta la Virgen te creí ( sentí la ridiculez rozar mi cabeza).


Caminé a tus pasos y mi mirada fue tuya en las siguientes paradas. No supe en qué parte del barrio Ostuta andábamos, pero andaba y andaba sin atreverme a cruzar palabra contigo. Creí que te incomodaba porque de repente ya no me volteaste a ver.


Me di por vencido y empecé a preparar la retirada, a levantar el copo y llevar una pesca menguada. Esa noche era un pescador sin fortuna. Te sorprendí mirándome, y la noche pintó distinto. No asimilaba que tu belleza pudiese arrastrar sus ojos conmigo. No creí en mi buena estrella y cómo pasé del canasto vacío al cayuco lleno. No supe dónde la fortuna tuvo compasión de mí.


Tus pasos fueron decisivos porque a medio paseo ya íbamos platicando, sonriéndonos, coqueteándonos. Fui quien pidió retrasarnos para platicar; sonreíste porque sabías que era lo que menos buscaba contigo. Pero aceptaste. Tu prima se enojó contigo y llegamos a detenernos en la barda de la primaria. Ahí nos quedamos mientras la calenda partía.


Tus labios ubérrimos, untuosos, me atraparon, y fue el beso más sexual de mis 30 años, el más provocador, el que me hizo olvidar la ventisca que nos azotaba y la razón por la que andábamos de paseantes esa noche. Fui absoluto de ti, y nadie importó para nosotros, hasta que caímos en la cuenta de que el autobús de las 5:00 de la mañana partía y también nosotros deberíamos irnos.


El 31 estuve atento a encontrarte y mi mirada se detuvo en un vestido rojo que se untaba a ti. Ese privilegio de mujer joven te ayudaba a desafiar la gravedad. Nada estaba más fuera de lugar que mi cuerpo esa noche.


Bailamos y mi mirada se posaban en tus senos; era difícil evitarlo. Pediste que te llevara a tu casa, pero caminamos hacia la otra vela. Me convenciste de que estaríamos mejor allá. No llegamos; la barda del centro de salud nos ayudó a sostenernos porque nuestras manos no bastaron para hacerlo. Teníamos otras ocupaciones para ellas.


No tuve que pedirlo, tomaste mi mano y cruzamos con rumbo al río. La playa nos recibió con medio cuerpo desnudo y unas ansias de explorarnos, y ahí tuvimos todo a nuestro alcance, hasta el jején tuvo su remanso. Hicimos otra escala porque la pasión nos tomó el alma en el portón del Cobao; ahí un rendijo nos ayudó a separarnos del mundo y fuimos jinetes corriendo juntos, cabalgamos mutuamente nuestras formas y no hubo culpa, no importó que apenas supiéramos nuestros nombres. Ya amanecía cuando deposité mi cuerpo en la hamaca.


Te busqué entre la gente, en el monte, en la garita, en cada puesto de capitana y no te encontré el resto de la fiesta, y anduve abandonado de ti, y la vela ya no tuvo enramada.


El 4 te encontré en la terminal e iba a reclamarte. Detuviste mi andanada con otro reclamo: no te dejaron salir porque no pudiste justificar tu ausencia en la madrugada del primero y te castigaron.


Me disculpé y, en el segundo vado, tomaste mis labios para no separarlos hasta Totolapam. No supe cuándo pasamos Juchitán. De esa noche es que te estoy hablando. ¿La recuerdas?

Ringlera:


Devuelvan las garitas y las taberneras, que no se qué hacer sin ellas.


Y el mbioxho puede aparecer este año. Ojalá y logre resucitarlo.



Pante:


Haremos una escala antes de llegar a Ixhuatán en Chiapa de Corzo. Nos toca ir de Chuntae este año.

De cómo aquella calenda tuvo una noche de amor loco

Joselito Luna Aquino

bottom of page