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7/9/2016

 

La nostalgia del amor perdido; amante perpetuo perdido en el amor de lo prohibido en una monocromía de monótono color de ansias perdidas; humillante ante la vida efímera viéndola pasar con pequeñas dosis de placer, desgastada sin nada que ofrezca nuestra monótona existencia.

 

Pero la vida cambia de repente tras un salto cuántico, valga la analogía. Todo me llevó hacia mi vieja computadora, en la rutina en que había estado viviendo sin vivir; pasar la vida sin sueños que me hicieran sentir que estaba vivo. Entré a internet y excavé buscando relacionarme con un mundo que nunca pensé que estuviera ahí. Acaso moriré sin remedio, sin haber vivido a mi manera.

 

De repente los recuerdos me invadieron en un ayer lejano y feliz guardado en el archivo de los recuerdos que mi mente traicionera abrió para decirme o recordarme que las etapas de la vida hay que saberlas vivir porque se van rápido y nos hacen llorar en el umbral del final; aunque llegó y me dijo haber caminado con el viento arriando mis velas a puertos de libertad.

 

Haber arañado la luna y los recuerdos de antaño; haber acariciado el amanecer sin cadenas y llorar sin testigos; arañar el ayer con la brisa de mi mar bajo el techo de arboles y pabellones, y ese olor y sonidos del retumbo eran caricias para mis oídos. De ayeres con recuerdos como ir a Aguachil en carreta; el olor a estiércol, a sal, al amor de mi madre complaciente de suave terciopelo. Qué quietud y abandono de prejuicios en la inmensidad del mar que bañaba la arena; a los amantes invitándolos a soñar que no hay ayer ni futuro, solo el hoy relativo, momentáneo, convirtiéndose en un todo, y que mañana ese hoy sería arrepentimiento, dolor, lágrimas y recuerdos.

 

Por momentos regresé a ese pasado dulce y enfrenté a la realidad. Pretendí querer  cerrar los ojos no por morir, sino por no haber hecho algo que me dijera que yo estaba haciendo que mi vida tuviera un motivo y sentido. Pero la realidad tocó mi puerta, y en el arcoíris en mi ventana no encontré más que una frágil imagen surcada de colores, una imagen tal vez hecha por Picasso; un rostro que ni siquiera simulaba un parecido a alguien; como un arcoíris que rompía el espacio, y no había más que mirar, sino su rostro.

 

Irrumpí con un “hola” tímidamente sin saber lo que descubriría detrás de ese saludo. Presagio de aventuras y andares de caminos tratando de romper lo establecido del sistema; palabras que huelen a sangre, y el dolor a flor de piel por los resabios de la vida derrochaba o algo más. Necesidad de ser amada, cortejada, se notaba ansias en sus textos, y en ese momento comprendí que no había salida para mí, sino solo en sueños.

 

Caí en sus palabras y supliqué su amor, algo que siempre había deseado. El ruego de mi presencia y compartir lo reprimido de nuestras vidas. Vi la puerta abierta, y entramos cogidos de la mente, racional y concientes del peligro. Su mundo no era mío.

 

Arribé muy tarde en el amanecer de su vida. No sabía que me tragaría el dolor ni lo amargo y sombrío de lo que me esperaba detrás de aquel inicio inesperado con promesas de amor irrenunciables. El futuro era corto para aquel sueño transgresor de mi tranquila vida. Las caricias de sus palabras taladraron el deseo dormido de mi cuerpo, que se irguió de entre los muertos.

 

La vida era cálida y hermosa; los caminos se bifurcaban, y solo había uno por decidir, lo que me hizo preso porque la trampa del deseo se apoderó de mí. Los años perdidos en el tiempo se quedaron indefensos ante la rabia de mi cuerpo reclamando encontrar lo negado por los años. No fui conciente de mí.

 

Todo me arrastró hacia el fango de lo clandestino y traiciones por venir. Dolores, agravios insospechados, la puesta de mi vida estaba cayendo y se aferraba al tiempo canalla, y vi la claridad de mi vida en el zenit donde inconciente y dormido dejé pasar la belleza de la vida de una flor con pétalos virginales dormidos aún. La miré todavía en plena orgía con los pétalos caídos dejando ver el inicio de la vida donde se gesta la pasión, donde siembras la vida y encuentras la paz de haber fundido tu cuerpo en otro.

 

Reflexioné timido ante mi arrogancia perpetua que el día había llegado en que todo hombre necesite más que su fría lógica para definirse o sostenerse ante sí mismo cuando el atardecer empiece a declinar y tenga que enfrentar a su conciencia o a Dios y la cobardía haga presa de uno ante lo desconocido. No vacilaré en enfrentar la verdad de lo finito, donde nadie ha llegado y regresado para contarlo, solo le contaré mi vida a mi conciencia proscrita del tiempo que pasó en efímera y clandestina intransendencia.

 

Era una rosa con espinas parte de esa creación legitima de la reacción. Para alcanzar sus objetivos de manera legítima, ella era un libro abierto en su vida tal vez ingenua; pero esa rosa tenía espinas y sobresalía del jardín de los reclamos. No faltaba quien la quería para adornar su harem, pero sus espinas también herían. No era fácil de someter a los caprichos de sus detractores.

 

El tiempo marchitó esa flor; ya ni sus espinas fueron suficientes; sus pétalos se abrieron y cedieron a fuerza del capricho de la naturaleza. Muchos la tuvieron y adornaron el altar de su ego; no tenía dueño ni le rendía cuentas a la vida: solo volaba al capricho del viento aquí y allá; de mano en mano, pero la espina seguía ahí. ¿Quién osaría ponerle la mano encima con la fuerza bruta? También era delicada y frágil a la tentación.

 

Era demasiado tarde; la sabía efímera. No cabía en mi vida. Gran ego el de ser el escogido de sus deseos alterados por la libertad y carente de prejuicios. Solo había vacíos por llenar para alcanzar lo pleno; atisbar sus sueños, salvaje, irreverente. Se veía plenitud y cierto asomo de capricho en su mirada; presagiaba orgasmos desenfrenados, y yo tan huérfano de aquello.

 

La nostalgia de las noches de bohemia en nocturnas charlas de café con claro antagonismo en los posibles cambios radicales de un país que va de picada por el lastre de una sociedad ciega y gobernantes sin asomo de lo justo para una nación hundida en la miseria, y muchos sentados en una riqueza ajena, lejana e inalcanzable. ¿Pero acaso solo los antros serán el cobijo de esta juventud desorientada por el alcohol y drogas y desenfreno sexual? Ella era parte de eso, donde las amazonas ya asumen el papel protagónico en el acecho activo del decadente histórico machismo, donde ya somos trofeos de sus conquistas.

 

Pero ella qué puede esperar de sí misma si ya solo le queda un camino. Continuará  su espíritu aventurero y seguirá la vida en la infidelidad clandestina que otorga el mejor de los goces: saciar lo prohibido tiene su toque en un preludio mágico.

 

Lo prohibido nos seguirá tentando con su magia alucinante de lo clandestino. Es la cereza en el pastel que maquilla la moral de la falsa sociedad que le otorga la autoridad y la Iglesia para poder poseerse y no caer en pecado o terminar en el cadalso que te otorgan los que ostentan el poder de dioses, así toda tu vida a través de la Iglesia es un control absoluto a través del miedo lucrativo.

 

Afortunado con mis creencias, acertado o equivocado, tendremos que vivir en una libertad ficticia con un precio esclavizado de por vida; con una identidad de control a cuestas donde cada paso que das tiene un precio. Haz un balance al final del camino y sabrás si viviste o pasaste por la vida siendo un objeto de producción para el beneficio de otros.

 

En esa analogía de utopías habría que resaltar lo negativo, que también es parte de la naturaleza humana y que tenemos que afrontar en nuestro camino de escollos. En la lucha de explotaciones tanto social como del medio que nos rodea, y que es parte de nuestra sobrevivencia y a la que somos indiferentes, porque, ante lo estéril de nuestras luchas donde se involucran historias de amor y realidad social, todo es parte del juego del placer y la avaricia.

 

Solo el tiempo podría quitármela. La quietud de su espíritu caducó, y en un amanecer el lecho de nuestras noches se vio vacío. El espacio que ocupaba la extrañó. No dejó huellas en su partida; nada escrito, solo la huella en mi alma, que presagiaba nostalgia y sinsabores mortales.

 

¿Quién podría irrumpir en su andar de aventuras? Otro amor. La lloré noche a noche y vi su inmaculada imagen en el altar del perdón, de los arrabales clandestinos, entregada a los placeres; pero la vida es el azar, y tal vez un día hubiéramos unido nuestros caminos si los dados nos hubieran favorecido.

 

Este relato es ficticio. Cualquier parecido con otro es mera coincidencia.

Nostalgia de un amante clandestino

Manuel Eugenio Liljehult Pérez

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