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23/8/2016

 

Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo

porque no es lo que importa llegar solo ni pronto,

sino llegar con todos y a tiempo.

León Felipe

 

Actualmente es presidente del Centro de Derechos Humanos Tepeyac. A sus 90 años, no deja de caminar. El misionero de la paz que el 15 de agosto cumplió 45 años arribó al Istmo de Tehuantepec.

 

El padre obispo Arturo Lona Reyes fue parte importe del Grupo de Obispos Amigos (GOA), quienes nos ofrecieron un pensamiento diferente y la posibilidad de construirnos en un cristianismo sin culpas ni represiones; en un cristianismo que construye la comunidad. Algunos le llamaron teología de la liberación. A ese grupo pertenecían Samuel Ruiz García, San (Óscar Arnulfo) Romero de América, Méndez Arceo, Leonidas Proaño, Pedro Casaldáliga, entre otros.

 

Por supuesto que no está exento de contradicciones. Pertenece a una Iglesia cuya jerarquía dista de ser la mejor representación del Cristo de la historia. Pero ahora no hablaré de sus errores, algunos de los cuales he podido decírselo en persona. De él mismo dijo hace cinco años: “Yo, Arturo Lona Reyes, un hombre común como me hizo caer en la cuenta aquel niño de Cabestrada, poblado de la parroquia de la Virgen de la Candelaria, cuando me vio llegar a su comunidad y le decía a su madre: ‘Es igual que todos’”.

 

El padre obispo, como el pueblo le llamó, ha caminado cada rincón del Istmo de Tehuantepec en todos los medios habidos: desde las lagunas de la zona ikoojts a la selva alta de los Chimalapas, desde las planicies hasta las montañas cafetaleras. Ha sido un ser humano más en el velorio, en la fiesta, en la asamblea, en la reunión de grupo.

 

Dejó de limpiar el borde del cáliz cuando un grupo de campesinos mixes le puso a prueba. La autoridad tomó de la jícara y la pasó al lado opuesto; la jícara dio vuelta a todo el grupo; al final tomaría don Arturo, y todos le quedaron mirando para ver su reacción. Sin limpiar el borde, sin hacer gesto, bebió de aquella jícara donde todas las bocas habían bebido. Ese día fue aceptado como parte de aquel grupo, como uno más del pueblo. Se hizo mixe, chontal, mazateco, mixteco, chinanteco, ikoojts, zapoteco, zoque y mestizo. Por ello, el pueblo cristiano, le llama el padre obispo y le confiere el título de “Obispo de los Pobres”.

 

Por su trabajo real y desde las comunidades, hace una opción preferencial, elige vivir con y por el pobre. Con ello se adelanta a esta misma opción asumida por la iglesia latinoamericana en la conferencia de Puebla en 1979.

 

Su sensibilidad al problema ajeno, ponerse en los huaraches del otro que sufre, le hizo dar paso a las diversas formas de pensar y de actuar. En los años 80, dio paso a las propuestas de unificar el movimiento religioso de las Comunidades Eclesiales de Base al movimiento social del Istmo que en aquellos tiempos encabezara, no únicamente, sino principalmente, la antigua COCECI (nos cuenta que les recomendó no aliarse a partidos políticos, pero no le hicieron caso).

 

Fue así que en 1992 nace el Centro de Derechos Humanos Tepeyac de la Diócesis de Tehuantepec, cuya historia contaremos otro día, y que toma en sus manos la defensa de los indígenas encarcelados injustamente. Y después se da a la tarea de la defensa de los pueblos indígenas.

 

Pocos años antes había nacido el Centro Popular de Apoyo y Formación a la Salud (Cepafos), una experiencia que pretendía formar promotores comunitarios de salud para atender a los enfermos en lugares donde, a pesar de haber médicos, no se tiene el dinero para acceder a las medicinas de farmacia, pero sobre todo con la idea de recuperar y valorar los saberes medicinales ancestrales.

 

Aunque con menor participación personal, fue partícipe de la creación de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), que se convierte en una de las primeras empresas indígenas en producir café orgánico y exportarlo a diferentes países.

 

Su cariño hacia los jóvenes lo seguimos constatando después de más de cuatro décadas. Cuando le planteamos el proyecto de a extensión en San Francisco del Mar, allá en el departamento que le prestan en Lagunas, nos ofreció la ayuda que un obispo amigo suyo le acababa de ofrecer. Nos dijo: “Yo quiero mucho a los jóvenes porque sé que ustedes pueden transformar este mundo. Yo sé que esos jóvenes que ustedes acompañan van a hacer cosas grandes".

 

Lo que recibe en una mano, como ayuda para su persona para sus gastos personales, la otra mano lo reparte entre los pobres. En enero de este 2016, ante el conflicto que se vivía en San Francisco la Paz, Chimalapa, comunidad chinanteca desplazada, propusimos en el área de educación dar seguimiento a estudiantes de bachiller, acción que toma en sus manos junto con el equipo de Tepeyac. Aquella propuesta ha dado como resultado la creación de una extensión más del bachillerato de Asunción Ixtaltepec. Este 24 de agosto se inaugura el primer grupo de bachillerato en una comunidad marginada, olvidada de los chinantecos, olvidada por el gobierno oaxaqueño y hasta por los mismos Chimalapas.

 

Hace 45 años, el 15 de agosto, fue ordenado obispo en la catedral de Tehuantepec, fue evangelizado por los pobres, y se convirtió en “la voz de los que no tienen voz”; habló a nombre de los pueblos originarios que habitan el Istmo de Tehuantepec. Ellos, los privilegiados de siempre, que esta vez no tuvieron el cobijo de la jerarquía, han intentado destruirlo desde aquella época.

 

En los años 90 tuvo una visita canónica, es decir, una visita enviada desde Roma, exprofeso para revisar sus formas de actuar y dirigir la Iglesia. En el caso de Ixhuatán, que tras la expulsión de los jesuitas había quedado confrontada internamente, un grupo de ixhuatecos fue a visitar al entonces delegado apostólico Girolamo Prigione, quien facultado desde Roma hace la visita a Ixhuatán y San Francisco del Mar en busca de grupos armados que el obispo había formado. Por supuesto que no encontró nada, tales cosas solo estaban en la cabeza de unos cuantos.

 

El 15 de agosto de 2000, al cumplir 75 años de edad y de acuerdo con el derecho canónico, presentó su renuncia como obispo de Tehuantepec, renuncia que le habían solicitado muchos años antes. Ya sin la responsabilidad de ser dirigente de la Iglesia, se dedicó con mayor fuerza al trabajo con los pobres.

 

Con 11 atentados, de los que resultó ileso, múltiples amenazas de muerte y descalificaciones al mayoreo, Arturo Lona continúa su labor como incansable mensajero de la paz.

Obispo de los pobres

Manuel Antonio Ruiz

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