En 1884, cuando el coronel Francisco León, a la sazón jefe político del distrito de Juchitán, reubicó a los mareños en Ixhuatán –entonces una ranchería de San Francisco del Mar-, contabilizaban un total de 313 habitantes: 151 hombres y 162 mujeres. En ese año, 142 personas adultas –de las cuales solo 19 eran mujeres, siempre y cuando la Guadalupe que consideré como mujer lo sea y no resulte varón- estaban obligadas a prestar tequio en la limpieza de La Mojonera, trazada esta para delimitar el ejido que habría de repartirse entre los habitantes. Tequio que no necesariamente realizaban los cabezas de familia –entre quienes estaban consideradas las viudas, que, supongo, lo eran las citadas mujeres de la lista obtenida por mí del archivo municipal-, sino todo aquel que fuese pagado por ellos.
Si a la cifra anterior agregamos los faltantes para completar los 313 habitantes que entonces eran, esto es, 171 personas más, podemos deducir que estos eran menores de edad, mujeres, ancianos y enfermos, que estaban relevados de dichas obligaciones.
En 1997 publiqué en mi primer libro: “Cuando Ixhuatán era del tamaño de una tortilla nadie se imaginó que con el tiempo vendría a ser tan grande. El pueblo comenzó en torno a la ermita de la Candelaria. Las primeras casas fueron de palma y lodo, horcones y trozos. Las calles fueron trazadas a cordel. Ahí se establecieron los Nieto, los Vicente, los Morales. Fue ahí el centro, en medio como todavía se le conoce.
“La traza del pueblo fue a la manera española, a saber: una plaza de armas separando al templo de los edificios del Ayuntamiento: palacio municipal, escuela, cárcel y mercado”. Añado: el caserío se hallaba diseminado anárquicamente más allá del panteón Calvario (calle Independencia y Porfirio Díaz), límite del pueblo por ese lado, mientras que su ladrillera se ubicaba en la hoy esquina de Av. Reforma y Amado Nervo.
Andrés Henestrosa (1906-2008), en carta a Olvido Salazar Mallén, fechada el 13 de abril de 1982, escribió: “Ixhuatán, mi pueblo natal es pequeñito: cabe en la palma de la mano, no pesa en los hombros, pero rebasa el corazón. Cuando nací era aún más pequeño que ahora en que se le han agregado unas cuantas casas más, y una calle. Tenía en el tiempo que recuerdo, una pequeña plaza, una iglesita, una escuela para unos cuantos niños y otra para unas cuantas niñas, que atendían un solo profesor y una sola profesora. Cinco calles tenía Ixhuatán, entonces: la más larga unía, por una punta, el río y, por la otra, el panteón: dos cosas inseparables de la idea de la vida y de la muerte: el río camina hacia la mar, la muerte es el mar a donde la vida fina. Mi casa estaba, está, que diga, a la mitad exacta entre el río y el panteón”.
Años después, en 1989, al recordar el día de su nacimiento, ocurrido en 1906, Henestrosa vuelve a escribir sobre Ixhuatán, ahora en estos términos: “El pueblo de Ixhuatán era más chico que ahora; de un grito se podía llamar a la mitad de sus gentes”. Sin duda, parte de realidad y parte de poesía, ambas, eso sí, hermosas.
Las dos calles de las que habla Henestrosa son las hoy calles Independencia y Constitución. La primera partía de la casa de don Jesús Pérez de doña Chica Matus –llegó al río formalmente hasta 1925- y efectivamente terminaba en el panteón actual, trazado en 1903, al cual se refiere Henestrosa porque fue el que conoció activo cuando niño, ya que el otro panteón, el primero de Ixhuatán, el Calvario, ya había sido clausurado, lo mismo que ahora: el actual está en un tris de que le suceda lo mismo.
Por cierto, colindante al Calvario, en su límite sur, vivía la familia Cazorla Vera, cuya cabeza de familia era don Bernardino, el primer herrero de Ixhuatán, quien enseñó el oficio a don Manuel Pérez. Su esposa tuvo una tienda bien surtida. En los años 60-70, la propiedad fue de don Efraín Benítez, quien tuvo la segunda paletería del pueblo, llamada Cachito, mientras que la primera lo poseyeron don Carlos Altamirano y su esposa, Ana Fuentes, los mismos que tuvieron una fábrica de gaseosas.
La calle Constitución era el camino real que, viniendo de Xocoapa y más allá, atravesaba el río en Paso Canoa y el hoy Barrio Ostuta, luego cruzaba el pueblo para perderse rumbo al Soconusco y Guatemala. Por eso Henestrosa afirma que vivía a la mitad entre el río y el panteón. En efecto, su solar paterno estuvo donde hoy está la biblioteca Martina Henestrosa, esquina de Constitución y Porfirio Díaz, lugar donde he podido contemplar las más espectaculares puestas de sol del pueblo.
Ixhuatán se fue poblando hasta tener cuatro secciones, según lo he historiado en este mismo lugar. Las construcciones primeras fueron galeras de palma, a decir de Herlinda Juan, quien lo alcanzó a ver y me lo platicó. Otro tanto me dijo mi tía Adelaida Nieto. No tardó en que las casas fueran de adobe y palma y más tarde de adobe y tejas, quizá en el momento en que se hizo oficial el traspaso de los huaves a Ixhuatán. Un prototipo de estas últimas casas, por fortuna aún en pie aunque en ruinas, es la propiedad que se ubica en la esquina de Justo Sierra y Constitución y que perteneció a Isabel Fuentes en los primeros años del siglo XX. Finalmente, las casas se construyeron de ladrillos, tejas y concreto.
Parecida metamorfosis a la de las casas sufrieron las calles, que en un principio fueron de tierra; más tarde, de arena, tierra, basura y cascajo, y finalmente, de concreto o asfalto. En este último proceso, además, se angostaron, corriendo el riesgo de que el sobrante se lo apropien los vecinos habituados a ello, a veces con construcciones a claras luces fuera de la ley. Otros ya comenzaron a invadirlos construyendo fosas sépticas o instalando puestos de venta, lo que, aunado a la ocupación de las banquetas, pone en riesgo la integridad física de los peatones, a quienes, dicho sea de paso, deberán indemnizar de acuerdo con la ley en caso de ocurrirles un accidente en su área. Peatones que, por cierto, no se han sincronizado a los nuevos tiempos y caminan muy quitados de la pena por el arroyo, siendo ello muy peligroso porque no siempre quien maneja un vehículo lo viene haciendo con sus cinco sentidos y de buen humor. Hasta hoy, los más expuestos son los jóvenes estudiantes de nivel secundario y bachillerato. No hay educación vial, y la cultura en quienes se portan así de temerarios deja traslucir que esta aún está en pañales.
En 1972 –mismo año del decreto de restitución de tierras a los mareños-, las autoridades municipales, apoyadas por las escolares, pusieron nombres a las calles y numeraron las casas. Con esta sencilla acción, las casas dejaron de tener solo la numeración de la CNEP –la que nunca se usó para localizar un domicilio, lo mismo que ocurre con las anotaciones de medidores que hacen los empleados de la CFE de manera impune en la pintura de las casas- y las cartas e invitaciones dejaron de padecer un escueto: “Domicilio conocido”, “Casa S/N”, así estuvieran acompañadas de primera, segunda, tercera o cuarta sección, según fuese el caso. ¿El código postal? Bien, gracias.
En efecto, en ese tiempo, toda la gente se conocía, por lo que no había necesidad de nombrar las calles ni ponerles número a los inmuebles. Algo más: muchas familias contaban con un apodo/sobrenombre, de tal manera que, si este no era nombrado, se dificultaba hallar a quien se buscaba.
Han pasado ya 43 años de aquel primer ordenamiento municipal sin que ninguna otra autoridad se haya ocupado del asunto. De nueva cuenta, ha vuelto a aparecer nuestro otrora conocido S/N, ello porque no se proporcionó lo que bien podríamos llamar números catastrales a cada solar, o porque estos se dividieron, lo que ocasionó que algunos particulares asignaran a sus nuevos inmuebles el número que creyeron les correspondía –en vez de hacerlo la autoridad-. Se olvidaron de que un Bis o una letra del abecedario funcionan mejor que introducir números repetidos o números pares donde corresponden números nones y viceversa. Asimismo, hay más de un callejón que espera le asignen un nombre oficial –elegido democráticamente por los interesados, por supuesto- y no quede solo con una asignación de “interior”. La ventaja de ordenar desde ahora es ahorrarse problemas –que incluso llegan a ser legales- en el futuro. La anarquía no da buenos resultados, y muestra de ello lo vemos en el panteón municipal.
Es necesario el ordenamiento oficial del pueblo: arterias principales, manzanas, colonias, barrios y fraccionamientos. Autoridades y particulares deben tomar cartas en dicho asunto. Es mucho más importante que asignarle sentido vial a las calles, a las que solo debieran ponérseles señalamientos de doble sentido, principalmente para quienes nos visitan. Ahora que, si en las esquinas hubiese un letrero de “Alto” que advirtieran a todo el mundo del peligro inminente, cuanto que mejor.
Respecto al código postal, hace más de una decena de años, una autoridad municipal, al mandar a poner placas con los nombres de algunas calles céntricas, asignó erróneamente 70179 como código postal. La confusión partió de la oficina de correos, ya que tales dígitos corresponden a una clave postal que sirve para derivar toda la correspondencia postal de Ixhuatán a la administración situada en Santo Domingo Zanatepec, una vez que la administración que se estableció aquí en 1985 dejó de funcionar en 1999. Lo de hoy son los correos electrónicos, el teléfono y las redes sociales para comunicarse.
El pueblo crece, y con él los problemas consubstanciales a su urbanización. Hoy somos un pueblo con aspiraciones de villa, así no tengamos el número de habitantes que se requieren para ser pueblo con todas las de la ley –según el Artículo 15 de la Ley Orgánica del Estado de Oaxaca-: no menos de 15 mil. Todo el municipio, según el último censo, de 2010, cuenta con 9138 habitantes.
Todos los ixhuatecos en algún momento hemos deseado que Ixhuatán se transforme en ciudad. Uno de ellos fue, en los años 70, el finado ingeniero Antonio Santiago Toledo, si no me traiciona la memoria. Su tesis de licenciatura fue sobre el drenaje en Ixhuatán, su construcción, incluido su costo. Estoy casi seguro de que a él se debe el primer plano o croquis formal del pueblo.
En 1990 visitó Ixhuatán el entonces presidente de la república, Carlos Salinas. En su discurso dijo que, al sobrevolar el pueblo, vio el mal estado de sus calles, no dignas de ser caminadas por las hermosas ixhuatecas vestidas de tehuana reunidas ese día en las inmediaciones de donde estuvo La Carreta y hoy está El Reloj. La una de viaje de negocios por Juchitán en una gasolinera, según me contaron y me lo señalaron, mientras que el otro permanece en su sitio, de cara al sol, olvidado poéticamente junto con su tiempo detenido. Ese día 20 de marzo –vuelvo al tema-, Salinas prometió dinero para pavimentar las calles, obra que comenzó en noviembre de ese mismo año 90 el entonces alcalde profesor José Luis Toledo Fuentes (1952-1996).
La primera calle pavimentada por las autoridades municipales –sin nivelar el terreno respecto del de las casas, lo que dio al traste con toda la obra que vino después- fue la Avenida Libertad. Conjuntamente en ella comenzaron los trabajos de alcantarillado, el cual tuvo dicha avenida en casi toda su longitud, la cual fue interrumpida cuando en otro trienio se construyó el primer tramo de la Avenida Reforma, justo aquel que corre en su intersección con Avenida Libertad hasta la esquina que forma con la calle Constitución.
Después, en recuerdo de ese deseo costoso de tener drenaje, las autoridades dejaron una especie de aviso –una franja independiente de concreto de medio metro justo en medio de la calle- de que tarde o temprano se haría la obra. Señalamiento que finalmente dejó de hacerse, no sé si por olvido o por estar convencidos de que era mejor seguir con fosas sépticas en el pueblo o porque a alguien se le ocurrió pensar que sin una planta de tratamiento de aguas negras –cara y por ello fuera del presupuesto municipal- la contaminación de nuestro río y mar sería inevitable y a la larga un error muy costoso y lamentable. Un acotamiento: los alcaldes municipales, excepto el profesor José Luis, establecieron una moda: pavimentar su calle –si es que aún no lo estaba- e ir dejando “pedazos” o casquetes sin construir, lo que sugiere algo que a ciencia cierta no acabo de dilucidar, aunque me lo supongo.
Si aspiramos a ser villa, debemos mejorar mucho más en urbanización, así no tengamos el número de habitantes que se requieren. Al respecto, el ya citado artículo 15 estipula: “VILLA: Al centro de población que tenga, censo no menor de dieciocho mil habitantes, servicios públicos, servicios médicos y de policía, calles pavimentadas o de material similar, edificios adecuados para los servicios municipales, hospital, mercado, cárcel y panteón, escuelas de enseñanza primaria, media básica y media superior”.
Ordenamiento municipal
Juan Henestroza Zárate
Tomada de www.espaciourbanoyarquitectura.com.mx