Se fue ya más de la mitad de la actual administración municipal en Ixhuatán, y es cuestión de pocos meses para que la disputa por el cargo de edil se viva de nueva cuenta en nuestro pueblo. Luchas intrapartidistas, primero, y entre fracciones, después, vuelven como cada tres años. Precandidatos de siempre y emergentes tratarán de superar las barreras de las cúpulas, mientras que estas buscarán a toda costa mantener o recuperar las riendas del municipio.
Propuestas, objeciones, promesas, guerra sucia, bardas pintadas, comunicados anónimos lanzados a medianoche, campañas tradicionales, redes sociales, melodías pegajosas con letras modificadas, compra de votos, acarreos, acuerdos clandestinos, camisetas, gorras, tortas, refrescos… Toda la parafernalia electoral y proselitista estará de vuelta en las calles del lugar entre palmeras.
Los procesos de selección de candidatos en Ixhuatán son los más cerrados y menos democráticos dentro del abanico de categorías que ofrecen los analistas políticos: se deliberan al interior del partido (por dedazo del (los) líder(es) o por consenso –solo– entre sus principales integrantes). Esto es una réplica de lo que sucede en las estructuras de dichos gremios a nivel nacional, donde, salvo las excepciones de 1999 en el PRI y 2012 en el PAN para definir a su candidato a la presidencia de la república, predomina el esquema tradicional respaldado en la actual legislación, que, a diferencia de la de países como Uruguay o Argentina, carece de la obligatoriedad de elecciones primarias que involucren a los votantes desde la etapa para discriminar quiénes son los más aptos para participar en los comicios definitivos.
Nunca he terminado de entender cuáles son las características más importantes en las que quienes toman la decisión de postular a un candidato se fijan para competir en elecciones. Lo único que queda claro es que buscan ganar como sea: que el personaje sea carismático o popular o buen orador o persuasivo, etcétera. Pareciera que olvidan que su decisión es crucial para el destino que el pueblo pueda tener y anteponen el triunfo a una propuesta sólida de gobierno.
Siempre he pensado que Ixhuatán tiene que ser gobernado (administrado) por la persona más capaz desde un punto de vista integral. Por la silla del cruce de Libertad e Independencia ha desfilado cualquier ánima sin que yo encuentre una lógica para determinar cómo llega ahí. Teóricamente, por votos, los cuales son resultado de la “magnífica” oferta de dos o tres candidatos definidos por cada fracción. Elitismo, pues (en su sentido más amplio). No hay el más mínimo filtro ciudadano sino hasta el día de los comicios.
Pero ¿cómo proyectar quién es la persona mejor preparada para ejercer el cargo? Yo veo, por lo menos, tres rasgos que necesariamente tienen que ser tomados en cuenta:
1.- Que viva en Ixhuatán y que lo haya hecho la mayor parte de su vida. El conocimiento total de las problemáticas del pueblo des–de a–den–tro es fundamental para tomar decisiones a nivel administrativo. De esta manera se conocen las fortalezas y debilidades de la comunidad, con lo que puede generarse una agenda que busque aprovechar las primeras y contrarrestar las segundas. Una persona sensibilizada directamente y que haya padecido con su piel los fenómenos sociales del lugar posee el factor experiencia que desde afuera es difícil comprender.
2.- Que cuente con una sólida preparación profesional. La “escuela de la vida” tiene sus límites, y estos se hacen evidentes muy pronto dentro de la gestión pública. No basta con identificar cuáles son los problemas de la localidad: es preciso comprender que existe un nivel procedimental que exige lucidez y conocimiento de causa. El sentido común –sobre todo en estos tiempos– puede sugerir que la edificación de grandes inmuebles de concreto o la pavimentación ilimitada de calles son síntoma de ideales de un municipio desarrollado. Idea modernizante inyectada desde el proyecto (trans)nacional en el que se encuentra el país desde hace algunas décadas. Hacer funcionar los recursos en zonas estratégicas a nivel municipal es más inteligente que proyectar solo porque sí a nuestro pueblo como una ciudad a mediano o largo plazo por el paradigma de la “evolución” de toda sociedad.
3.- Que tenga la madurez suficiente. Para gobernar con prudencia, una visión lo suficientemente sobria es un determinante de una buena gestión. Pese a que los jóvenes ofrecen frescura e innovación, estos se encuentran atravesados por las pasiones y emociones. En algunos partidos hasta los han hecho bandera (y cómo no, pues los dinosaurios de siempre terminaron con cualquier síntoma de credibilidad hacia los electores); sin embargo, la evolución (y aquí sí se trata de un tema natural) del sano juicio arroja que la madurez, combinada con el conocimiento y la experiencia, es una característica positiva para decidir entre múltiples opciones. Yo no veo a una persona menor de 60 años madura para encabezar a un pueblo.
¿Cuál de los tres rasgos anteriores es mejor que los otros? Ninguno. Todos son complementarios y precisan ir de la mano para formar a un individuo capaz para gobernar. Sin duda, habrá otras particularidades que refuercen la integridad del perfil de alcalde que aquí presento, pero veo como insustituibles las tres anteriores. Es la presidencia municipal, no un juego de dominó.
Perfil de un alcalde
Michael Molina
Tomada de www.vtv.gob.ve