top of page

Hace unos días tocó a mi puerta un hombre de mayor edad que yo. No obstante ser paisano, nunca antes lo había tratado, ni siquiera sabía de su existencia. Una vez se identificó conmigo y me enteré de su petición, de inmediato me simpatizó, y me dispuse a satisfacerlo. Para ello lo dejé unos instantes de pie en la puerta.

 

Ya de regreso con su encargo, y sin yo siquiera esperarlo, me soltó una perorata en contra del PRD. Azorado, mientras hablaba con resentimientos, pensé: “¿Alguien le habrá dicho que yo simpatizo con dicho partido y busca provocarme para caer en una controversia? ¿Busca convencerme de que yo no vote por el PRD el 7 de junio próximo? ¿Creerá que por vivir en el pueblo estoy poco informado en política?”. Lo escuché sin comprender qué era lo que el hombre pretendía.

 

La queja del paisano era la misma que se tiene en contra de los políticos en general –que prometen más de lo que pueden cumplir, que todos son unos Cacos, deshonestos y abusivos, etcétera-, solo que él lo enfocó a los perredistas, con quienes parecía estar muy resentido, cosa por lo demás nada extraño en estos tiempos.

 

Al ver que mi paisano no se marchaba –no obstante haberle ya satisfecho su solicitud-, intenté desactivarlo diciéndole que, en efecto, los políticos son de los personajes más desprestigiados no solo en México, sino en muchas partes del mundo. Pareció no escucharme porque siguió arremetiendo contra los perredistas del estado de Guerrero y los del Distrito Federal. Fue cuando lo supuse priista y, aunque personalmente no lo conocía, repito, recordé que toda su familia en el pueblo tenía fama de serlo, fama que, por supuesto, me tiene ahora sin cuidado, aunque en el pasado, reconozco, me irritaba que las preferencias políticas de la gente no coincidieran con la mía.

 

No sé si la sonrisa que comencé a esbozar durante la inesperada entrevista haya causado algún efecto adverso en la beligerancia del paisano. Lo cierto fue que yo sonreía porque no acababa de creer que un hombre de su edad, radicado en una ciudad la mayor parte de su vida, acumulara aún mucha pasión política. Fue cuando creí confirmar su priismo –por tanto, adversario natural de los perredistas- y me lo supuse activo en la política.

 

No obstante lo anterior, no le pregunté nada al respecto al paisano. No tenía caso hacerlo porque yo estaba dispuesto a no dejarme contaminar por su pasión y caer en una discusión bizantina con él, misma actitud que adopto cuando feligreses religiosos han tocado mi puerta y, antes de que ellos me ofrezcan su mensaje, les pregunto: “Religión, ¿verdad?”. Una vez me lo confirman, les agradezco su visita y les comunico que no soy materia dispuesta. Solo si se obstinan en decirme su mensaje –cosa que, por fortuna, ya no ocurre como en un principio- les digo que no me gustan las religiones y que, por lo tanto, no deseo discutir el tema porque ni ellos me convencerán de sus razones ni yo los convenceré de mi postura.

 

Eso recordé al oír al paisano criticar al PRD y a sus políticos. Quería terminar la charla cuando él lo decidiera, ya que no es buena educación cortar a quien se conoce por primera vez, mucho menos si se sabe que es del mismo pueblo.

 

Mientras él hablaba, me preguntaba a dónde quería llegar o llevarme. Puestos ambos de pie en la puerta de mi morada, pasado del mediodía y con un calor bastante fuerte, no era nada cómodo el lugar ni el momento. “No vayas a picar el cebo. Deja que él se desahogue de su malestar”, me repetía. “¿Qué preparación tendrá? ¿Qué ofensas habrá padecido de los perredistas?”, me decía. “Sea lo que sea, es muy su asunto, y tú solo tienes que respetarlo”, me respondía.

 

En el momento en el que el paisano hizo una pausa, aproveché para decirle que no se confiara de la información que dan los medios tradicionales (TV y diarios); que la manipulación noticiosa es real, que las personas en el poder se valen de todo para seguirlo usufructuando, si no es que detentándolo. Fue entonces que pareció darse cuenta de que yo no iba a defender al PRD, a los perredistas ni a ningún político. No tenía por qué hacerlo, además, así hubiese votado por ellos en el pasado o lo volviera a hacer en el presente y futuro.

 

Ese día, le recordé al paisano que el PRD, con todos los defectos que él aseguraba tenía, había ayudado a construir un mejor país, igual que otras fuerzas políticas lo habían hecho. Cité a Cuauhtémoc Cárdenas y resalté la labor del grupo político que había gobernado la Ciudad de México desde la elección intermedia de 1997. Al sesgo le dije de cierto desencanto mío con dicho partido y sus políticos. No le satisfice gran cosa, pero sirvió para cerrar la discusión. Sonriente, me estrechó la mano muy amablemente y se marchó. Comprobé una vez más que el respeto irrestricto a la ideología política es la mejor manera para convivir.

 

Por supuesto que yo tengo ideología política, y esta ha sido la izquierda desde mi adolescencia. En mi juventud tuve los ardores propios de la edad y dediqué muchas horas de mi vida a despotricar contra el sistema político imperante. Nunca, eso sí, fui un activista en su connotación más gloriosa, y no me avergüenza no haberlo sido, así en su momento haya defraudado a personas que esperaban otra cosa de mí.

Siempre he actuado en el pequeño ámbito que me brindó mi profesión médica y docente, cuando esto último vino a ocurrir de manera inesperada.

 

En aquel tiempo, sentí que era mi obligación hacer proselitismo político a favor de mi ideología. Por fortuna, nunca he tenido ni tendré ídolos: las personas, todas, son falibles. Admiro y agradezco, sí, a muchos luchadores sociales que ofrendaron su vida para que yo disfrute hoy de un país distinto y mejor, muy a pesar de los políticos. En 60 años de vida, he sobrevivido a varias crisis: política, económica, de credibilidad, etcétera; además, nunca he perdido la esperanza de que México y los mexicanos algún día disfrutemos de lo que realmente nos merecemos: buen nivel de vida, seguridad y respeto a nuestros derechos humanos para todos.

 

Confieso que muchas veces me obstiné en no querer reconocer los garrafales errores de la izquierda y discutí por horas tratando de justificarlos. Muchas veces terminé por compararlos con los errores de los adversarios, que ante mis ojos y entendimiento eran mucho peores; sin embargo, nunca quedé del todo satisfecho. Ignoraba entonces que la perfección en esta vida simplemente no existe, menos en el quehacer político, donde el funcionario es acicateado por todos los flancos y sometido al escrutinio de tirios y troyanos. No son Superman ni han nacido para héroes.

 

En mi adolescencia y juventud creí que el partido y la ideología con los que yo simpatizaba necesitaban de mi defensa a ultranza. También consideré imprescindible llevar agua a mi molino partidista en cuanta oportunidad se me presentara. Lo hice. Hoy, ya no más: tengo tareas personales que realizar. Ya me toca atenderme.

 

Comprendo cabalmente que el trabajo de concientizar la realidad social, política y económica debe ser llevado por  cada ciudadano del modo que mejor le convenga y de acuerdo con su capacidad de pensar y circunstancias. Además, el proselitismo político es tarea de los que viven de la política y de aquellos que tienen le edad para emprenderlo sin egoísmos. A un ciudadano, como yo lo soy, solo le toca actuar de manera responsable en su ámbito; mostrar con su manera de vivir lo que cree ayudará a crecer a su comunidad y a su patria.

 

Dirán que ya estoy viejo. Y sí, lo estoy. Solo me queda mi libertad de expresión, a la que nunca he renunciado no obstante de que todo el tiempo dicha libertad en México ha sido socavada en quienes la ejercen en el periodismo, en la cultura y en otras áreas de la sociedad.

 

Estoy consciente de que la política es una ciencia y un arte, así como sé que los políticos que la practican –la inmensa mayoría quiero decir- no tienen la vocación de servicio y que muchas veces se sirven de las oportunidades que se les presenta. Lo mismo que ocurre en los distintos ámbitos de la vida de un ser humano común y corriente, solo que en un político, por ser figura pública, cualquier error, por pequeño que sea, se magnifica porque son aprovechados por sus adversarios. Y, entre más alto vuele, le lloverán más pedradas con intenciones de  derribarlo, con o sin razones justificadas de por medio.

 

Falta poco para que en México se realicen elecciones intermedias. La propaganda electoral de los partidos está a todo lo que da, lo mismo que la coacción y compra de votos por todos los protagonistas. Aun así, los pronósticos aseguran que solo poco más del 40 por ciento del electorado votará este 7 de junio.

 

Las encuestadoras menos serias están en guerra inclinadas al partido de su preferencia y de quienes les pagan. Todas ellas, eso sí, aseguran que el PRI tiene asegurado el triunfo en la inmensa mayoría de circunscripciones y que su alianza con el PVEM le dará la mayoría en la Cámara de Diputados. El PAN, por su parte, aunque va a repuntar cuando muchos lo daban casi por muerto, se instalará en un nada despreciable segundo sitio, seguido del vilipendiado PRD; ello no solo por haberse aliado a ratos con el PAN y participar activamente en el Pacto por México, sino principalmente por lo ocurrido en Iguala en septiembre del año pasado. Como quien dice, presenciaremos casi lo mismo que hemos visto en las últimas elecciones intermedias, excepto la de 1997, cuando el PRD sorprendió.

 

Las encuestas también muestran qué perfil tienen los votantes de los partidos contendientes. Es un lugar común decir que los que votan PRI son personas mayores, pobres y con poca ilustración. Quienes lo aseguran apuestan que, una vez se mueran los primeros, se acaben los segundos y se ilustren los terceros, dicho partido ya no tendrá razón de ser. Un trío de imposibles. Olvidan también algo elemental: el voto de la gente se da por mil y una razones, no solo por fanatismo partidista (voto duro).

 

Solo así se explica que, contra lo esperado, el PRI ahora mismo tenga en sus filas a un buen número de jóvenes ilustrados que, teóricamente, nunca lo serían si hicieran caso a la publicidad negativa de sus adversarios. Ello quizá –me atrevo a aventurar- porque la ideología de la juventud actual tiende más a parecerse a la de los jóvenes de Estados Unidos, donde, como bien sabemos, priman solo dos partidos, opulentos ambos. Más los jóvenes del norte que los del sur de México. Sin contar, por supuesto, que a muchos de estos jóvenes lo que les importa es tener un medio de vida mejor, por lo que se van con quien creen más capaz de proporcionárselos. Y hoy por hoy, ese partido es el PRI por una nada despreciable razón que a veces parece abuso: su permanencia en el poder por decenas de años (más de 70 de manera ininterrumpida).

 

Hay partidos nuevos: Morena, Humanista y Encuentro Social. Solo se apuesta a que el primero permanecerá, quizá por los aún muchos partidarios de su fundador, Andrés Manuel López Obrador, quien postula ser la única oposición verdadera en México. Peligran que desaparezcan el PT,  MC y Nueva Alianza. El PVEM, al que acusan de muchos delitos electorales, con lo que se desprestigia más la autoridad electoral –que parece maniatada- que ellos, tiene asegurada su permanencia, según los pronósticos más conservadores.

 

Hace bien a la democracia como la nuestra la proliferación de partidos políticos, así de algunos de ellos se asegure que tienen dueño (PVEM, MC, Panal, Morena). De igual manera, hará bien que en el estado de Nuevo León y en otras circunscripciones electorales existan candidatos independientes con muchas probabilidades de triunfar. Esa es una alternativa para obligar a los partidos a sanearse y ser democráticos, aunque bien a bien los que hoy se autonombran independientes no lo sean todos,  ya que muchos de ellos han militado antes en partidos políticos y se postularon al ser rechazados por estos.

 

Ojalá que el Congreso haga menos restrictiva la postulación de candidatos independientes y que estos sean verdaderas personalidades de mucho peso y prestigio en la sociedad que los alberga, no personajes populares que no poseen una trayectoria en el servicio a las causas más sensibles de las personas.

 

Sanear la política hará que México en verdad progrese en los hechos y no por el discurso. Por lo pronto, los legisladores llamados plurinominales, aunque aparentan ser una carga onerosa a la democracia, deben permanecer, nos guste o no. Al menos mientras el juego democrático siga siendo poco claro y el piso no sea parejo para todos los contendientes. Ello pasará, obviamente, por la transparencia de los recursos, la rendición de cuentas de todos los actores y la vigilancia escrupulosa para que la delincuencia organizada y los poderes fácticos no incidan peligrosamente en los resultados.

 

Por desgracia, en este país, los legisladores obedecen más a las directrices de sus jefes de partidos que a su conciencia moral, lo que es un grave impedimento para la democracia. En la misma sintonía parece hallarse el árbitro de la democracia, el INE, que, para acabarla, de amolar su consejero presidente, Lorenzo Córdoba, acaba de expresarse de manera racista de los indígenas, daño que ya está hecho a la institución así se diga que fue delito –y lo es- espiarlo y grabarlo. Solo queda el otro agente, los ciudadanos, quienes deben organizarse y cooperar no solo votando, sino siendo constructores responsables del país.

 

Tengo pensado votar, aunque aún no sé por qué candidato y partido hacerlo. No conozco a ninguno de los postulantes, aunque tengo antecedentes de lo que representan sus partidos. Me enteré de sus nombres hace unos días, cuando hubo un debate entre ellos, que, por supuesto, cada uno dijo haber ganado, debate que no tuve interés en escuchar ni ver porque tales eventos son por, lo general, acartonados y sin sustento. Ojalá me equivoque y me sorprendan al investigar en internet sus trayectorias.

 

El mismo desinterés he tenido con los spots televisivos: solo vi uno o dos de cada partido, y cada vez que aparecen en la pantalla utilizo los servicios del control remoto. Repito, conozco el historial de los partidos políticos –excepto el de los nuevos- y estoy convencido de que mucho de lo que ofrecen es solo eso, promesas, casi siempre solo para llenar el ojo de los votantes.

 

Por otra parte, respeto a todo aquel ciudadano que votará anulando su sufragio, lo mismo que a quien se abstendrá de votar por primera o por enésima vez. Sé que la elección no se anulará si anulan su voto millones de sufragistas (20 por ciento) en una casilla, un distrito o en la elección en su totalidad. Tampoco ello ocurrirá si la abstención rayara en un 80 por ciento o más. No será así porque no está contemplado en la ley electoral, por lo que el voto nulo solo enviará un mensaje político de hartazgo a la partidocracia y a los políticos, a quienes, como bien sabemos, les tiene sin cuidado lo que piensen los ciudadanos una vez son electos.

 

Así, pues, hay que votar por quien se quiera este 7 de junio, incluso si se desea anular el voto, lo que no repercutirá de manera negativa en las prerrogativas a los partidos políticos. Lo interesante vendrá después de la elección, cuando los elegidos comiencen a legislar. Entonces será válido presionar –siempre pacíficamente- a los políticos para que cumplan con sus promesas de campaña. Evitar, siempre dentro del marco legal, que legislen en contra de los intereses populares y en todo lo que ordene el Ejecutivo. Ese activismo ciudadano es bienvenido y necesario en todos los medios –incluido las redes sociales-, y cada quien lo hará de acuerdo con su capacidad y en la medida de sus intereses afectados.

 

Finalmente, creo que hemos arribado al tiempo en que los ciudadanos podemos calificar el desempeño de quienes ofrecieron servirnos. De ser reprobados, será necesario castigarlos en la próxima elección, cuando intenten reelegirse. Y, para ello, lector/a, no se requiere preparación universitaria, poseer bienes materiales abundantes ni una edad determinada. ¿Vale?

Perspectiva democrática

Juan Henestroza Zárate

Tomada del sitio vtvv.accioncatolica.org.ar

bottom of page