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Las últimas palabras son para idiotas

que nunca tuvieron que decir. Karl Marx.

 

Estuve en conversación con algunos jóvenes que cursan la carrera universitaria en el Istmo (ixhuatecos todos) el pasado fin de semana. Algunos de ellos estudian en Juchitán, Comitancillo, La Ventosa, Ixtepec y Zanatepec. Cada uno, por separado al inicio y después juntos, concluían que era necesario ya la pertinencia de contar con una casa de estudios en la cabecera municipal y que eso ayudaría en mucho a las menguadas economías de sus padres. Citaban los casos de municipios más pequeños que Ixhuatán con universidad, hacían cuentas sumando poblaciones y concluían que estaba más que justificado no solo por población, sino porque nos convertiría con ello en una suerte de olimpo de la enseñanza superior por la zona oriente del Istmo.

 

Hasta ahí todo iba bien con los jóvenes hasta que mi cabeza empezó a cuestionar el tema de cómo garantizar que la enseñanza que recibieran ellos no estuviera en desventaja con la del resto de los futuros profesionales del país (aunque fuera de Oaxaca), sobre todo para no enfrentarse con eso que he padecido cada vez que he recibo a muchachos para realizar sus prácticas profesionales donde laboro y que, al detectar el lamentabilísimo nivel académico en que vienen, pues, simplemente se les rechaza, aun con mi pesar a cuestas.

 

Pues los junté de acuerdo con sus carreras y empezaron las consabidas preguntas y sondeos de acuerdo con el perfil y lo que descubrí no solo confirmó mi sospecha, sino incrementó mi tristeza. Para mal de sus alegrías.

 

Pues sí, los que cursan Administración o algo similar aun en su último año desconocían temas que son básicos a estas alturas, y solo pregunté dos temas: Planeación Estratégica y Gestión de Calidad. No esperaba eruditos ni versados recitadores de teorías, solo que le pensaran un poco acerca de lo que se espera de un profesional. Descubrí que ni las competencias ni las habilidades de estos futuros administradores estaban desarrolladas y, de seguir con esta tendencia, estaban destinados a ser frustrados cajeros o asistentes administrativos de alguna empresa local o nacional. Aunque uno me soltó que él iba para maestro: “Aunque fuera de primaria”, me espetó, lo que incrementó aun más mi angustia por considerar esa etapa como crítica en la formación de las personas.

 

A los dos futuros ingenieros, uno Industrial y otra en Gestión de Negocios, les solté las mismas preguntas que a los administradores y una complementaria, pero necesaria, para sus futuros, teoría de colas y tiempos y movimientos. Me quedaron viendo como quien escucha el alemán por primera vez en su vida, les repetí la pregunta, reformulándola, para quitarle alguna pretensión mía y pudiese no entenderse por algún tecnicismo. La respuesta fue unánime: “Esa materia no nos la dieron”, uno porque no había maestro y el otro porque quien se los dio, pues, no les enseñó lo que yo preguntaba.

 

Volví a la carga, previa consulta con tres colegas vía WhatsApp que estudiaron esas carreras y me confirmaron que esas materias eran no solo fundamentales, sino básicas y que se veían en los primeros semestres. A mis preguntas, me reclamaron, les faltaba aun más “rigurosidad” técnica.  No les hice caso, pues ya, a estas alturas, mis temores tenían la altura de una nube tipo cirrus (por allá de los 10 mil metros de altura).

 

Y, volviendo a la realidad, me preguntaba si este no era un riesgo para la universidad en Ixhuatán, y me respondí que sí;  algunos cuestionarán mi ligereza académica, sobre todo si me espetan la consabida de que en una casa de estudios superiores se debe enseñar más allá de técnicas, se desarrollan otros talentos y competencias. Sí, tienen razón, pero lo que observé (ojalá sirva la muestra tomada como representativa) dice mucho de cómo estamos formando a esos muchachos porque de lo encontrado con ellos no pude distinguir a un universitario de un técnico, así de sencillo.

 

Si se va a formar una universidad, se requiere que la plantilla del profesorado sea lo suficientemente competente para esta labor. No es fácil conseguirlos, también lo sé, pero, si lo que va a salir de las aulas no alcanza para medio desarrollar a un técnico superior universitario, decirlo tal cual porque, de lo contrario, sumaremos a unos jóvenes a la gran masa de desempleados y mal formados licenciados, que en nada sobresaldrán del resto que hoy egresa de cuanta escuela patito surge a lo largo y ancho del país.

 

A esta plantilla se le debe ofrecer no solo sueldos competitivos (no nos vaya a pasar como a los policías, a quienes se les paga una miseria para protegernos y terminan metidos a delincuentes por lo mismo: víctimas de su hambre o miseria), sino, además, un plan de carrera a largo plazo para mantenerlos formados en los últimos conocimientos de sus áreas, darles cabida a que mantengan contacto con otros profesionales, oportunidades para la investigación y desarrollo del conocimiento. En suma, que realmente sea una universidad la que los contrata.

 

Recuerdo mi lamentable experiencia con una “profesora” de química en la preparatoria, allá en Zanatepec, de formación técnico agrícola con experiencia en secretariado; de pronto, súbitamente, se convirtió en excelsa mentora de química con la consabida deficiencia en su formación pedagógica y técnica, que por lo único que la recuerdo es por el dolor de manos que tuve en ese semestre, pues nos hacía escribir lo que leía de un libro de ABC de química y nunca se paró frente al pizarrón, aunque fuese para explicar las diferencias entre la química orgánica de la inorgánica, menos aun esperamos que la tabla periódica pasara por sus manos. De la serie OH, dijera un amigo afecto a los destilados, mejor ni hablamos. ¿Resultados? Pues, en la universidad a tragar camotes porque de otros dulces no se vendían por los rumbos de Chapingo, Texcoco o alrededores.

 

Sumando estas realidades encontradas, pues, con la pena de un sociólogo en ciernes entrevistador de futuros universitarios, me quedé helado como aquella vez que me pidieron citar las obras de Max Weber en el primer semestre de la licenciatura. Pues que nada, que es una responsabilidad enorme pretender iniciar con una universidad cuando ni lo básico tenemos: las aulas, los laboratorios de ciencias, bibliotecas y un sinfín de cosas que se requieren para medio ir armando una escuela decorosa. ¿Y de los maestros, apá? Pues, como dijera mi abuelo, eso lo dejamos para la siguiente temporada de camarones, a ver qué agarramos.

La pertinencia de una universidad en Ixhuatán

(Cómo resolver el problema de la calidad de la enseñanza)

Joselito Luna Aquino

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