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“No pago para que me peguen”, expresó José López Portillo (1976-1982), uno de los integrantes –junto con Luis Echeverría Álvarez (1970-1976)- de la tristemente célebre “Docena trágica”, y mandó retirar la publicidad gubernamental de los tres niveles en la revista Proceso. Lo dijo harto de que el semanario, con cada número, descubriera la escandalosa corrupción, nepotismo y frivolidad de su gobierno. Su antecesor, en julio de 1976, había ido un poco más lejos: no solo retiró todo apoyo publicitario del gobierno, sino que hizo posible que Julio Scherer García dejara la dirección del diario Excélsior.

 

Al poder en México –y casi en todas partes del mundo- no le gusta ser cuestionado, criticado ni exhibido, así dicha crítica sea sustentada y justificada. El poder parece olvidar que suele equivocarse con demasiada frecuencia, que equivocarse le es casi consubstancial y que no en balde sobre él se ha dicho: “El poder tiende a corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente”.

 

Las sociedades, entre más desarrolladas estén, más vigilantes son de la cosa pública, del poder político, ya que los políticos son figuras públicas y deben estar bajo el escrutinio de lo ciudadanos. Por regla general, en las sociedades verdaderamente democráticas, el ciudadano ejerce sus derechos y es respetado en ellos. En esas sociedades casi todos son tratados por igual, no existen los privilegios o canonjías. Asimismo, sus ciudadanos son responsables, pagan sus impuestos y reciben a cambio los servicios que tales impuestos generan y ellos merecen. Aunque puede haber corrupción en esas sociedades democráticas, cuando ello se da a conocer es un verdadero escándalo que lleva a descubrir a los responsables, quienes son castigados conforme a las leyes que dicha sociedad sancionó y se obligó a acatar. Por ética, muchas veces tales corruptos o negligentes renuncian a sus cargos, si lo tienen, e incluso algunos recurren al suicidio para lavar su falta ante la sociedad.

 

En sociedades como la mexicana, con una democracia que no es tal sino de palabras que la disimulan y nos hacen creer que ya somos modernos, con profundas desigualdades y discriminación, con maltrato sistemático y recurrente a las poblaciones más vulnerables: mujeres, indígenas, pobres, niños, ancianos, iletrados, migrantes, etcétera, el poder hace de las suyas cuantas veces quiere. Si a ello le sumamos que nadie rinde cuentas o que estas casi siempre son  falsas, pues, tenemos un caldo de cultivo, por lo que hemos llegado a ser un país con brechas cada más profundas entre pobres y ricos, con alta dosis de violencia y crímenes de todo género.

 

La educación, a la que tanto hemos apostado, no ha sido remedio eficiente para superar rezagos, ello debido a que siguen operando los compadrazgos, el amiguismo, el nepotismo y todo aquello que los grupos de poder ejercen para su propio beneficio y de sus secuaces, ya que eso son: delincuentes organizados, no de cuello blanco, sino de garras roedoras. El mismo Enrique Peña Nieto (2012-2018) acaba de decir que la corrupción es un problema cultural, cuando, en realidad, es más que eso, es un asunto moral, legal, ético, mental, etcétera.

 

México es un país profundamente corrupto en todos los niveles, desde el micro hasta el macro quiero decir. En México roban más los más ricos aunque los pobres no dejan de soñar en dejar de serlo gracias a un golpe de suerte, a la compra de un empleo –el que sea-, a una trampa que alguien más arriba de él le ofrezca realizar, a un negocio que le deje pingües ganancias aunque este sea fraudulento. En México, ser familiar de un político o un empresario es garantía de mejor suerte porque no tendrá necesidad de demostrar nada para ocupar los puestos de trabajo. Para tales afortunados no existe competencia ni exámenes de oposición, solo basta una buena palanca, una recomendación de alguien bien colocado en el organigrama, incluyendo a líderes de sindicatos. En México algunos puestos de trabajo todavía se heredan, las más de las veces a sujetos que no cuentan con la preparación necesaria. Esto que de suyo debiera ser vergonzoso, no lo es para el común de los mexicanos, sino por el contrario, quien así  obtiene empleo se siente orgulloso al creer que tiene la venia del poder. Ser, pues, parte de la gente del poder, su beneficiario, viste y viste bien. En agrupaciones policíacas lo han traducido así: tener charola.

 

Claro que el poder corrompe, hasta el más pequeño poder lo hace. Lo vemos a diario en nuestra vida cotidiana. A veces basta vestir un uniforme u ocupar un puesto –no importa que menor- en una dependencia, para que el sujeto se transforme en otro distinto –casi siempre para mal- al que era. El que tiene poder fácil y rápidamente olvida que lo tiene gracias a alguien o a muchos, y que en última instancia es un servidor de la sociedad, no su verdugo o explotador. Si este poder es la que tiene un presidente de la República, ya es de imaginar dicha transformación.

 

Hemos visto cómo casi todos nuestros presidentes sufren la transformación –cual Mr. Hyde- en su personalidad, moral  y mentalmente. Solo así explicamos las locuras que comete la gente de poder en México, a quienes hay que seguir manteniendo junto con su familia hasta sus muertes. Lo mismo que hacen los súbditos del Reino Unido, por ejemplo.

 

México ha transitado en más de 200 años de vida independiente por una búsqueda que todos etiquetan como modernidad. Años que no han sido suficientes para borrar 300 años de sujeción a España y a la doctrina católica que esta plantó en nosotros. El catolicismo y todas sus variantes, han hecho que el mexicano –sincrético por religión, historia y su mosaicismo cultural- viva aun reverenciando al poder. Miran en este –me atrevo a compararlo- como su salvador o, en tiempos de la Colonia, como lo mejor y por lo mismo deseable. De ahí la sumisión que el mexicano muestra a la hora de elegir a sus gobernantes. Hasta ahora el poder de los ciudadanos no cuenta como debiera ser ante el inmenso poder –que esos mismos ciudadanos- han otorgado a unos pocos llamados la clase política y funcionarios públicos.

 

El periodismo es una profesión que muestra y hace ver la realidad. Bien ejercido, los periodistas acumulan poder social. Mal ejercido, adquieren también influencia en los círculos más altos de la sociedad, son intocables. Un periodista ético influye en su sociedad, hace lectores conscientes que influyen en su entorno al que modifican de manera positiva.

 

En México desde siempre han sido perseguidos los buenos y excelentes periodistas. Por lo general los periodistas que han trascendido y son hoy parte honrosa de nuestra historia, vivieron en la pobreza y sufrieron persecuciones. Muchos fueron asesinados solo por ejercer con valor, honestidad e inteligencia su oficio. Son legión los periodistas bien nacidos: Filomeno Mata, Fernández de Lizardi, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Altamirano, Francisco Zarco, etcétera.

 

Cada época del país ha contado con uno o dos grandes periodistas. Yo reconozco como excepcionales a José Pagés Llergo y a varios de sus colaboradores de su revista semanal Siempre! También  admiré a  muchos colaboradores de Scherer en Excélsior, quienes, al ser expulsados, fundaron el semanario Proceso, el mensuario Vuelta de Octavio Paz, el diario Unomásuno, primero, y La Jornada, después, cuando abandonaron aquel. Todos ellos sufrieron los embates del poder ante sus críticas, en un tiempo en que el gobierno era dueño del papel y se lo vendía a quien le daba la gana, es decir, a quien no lo criticaba o “pegaba”.

 

Siempre! nació a raíz del malestar del expresidente Miguel Alemán por una foto que se publicó en 1953 en la revista Hoy (1937), la que dirigía Pagés Llergo. El poder hizo que Pagés renunciara a la dirección de dicha revista y fundara la propia. Y lo hizo con esta crítica filosa en su primer número: “¿Pero qué de malo tiene esta foto? Sólo publicamos esta foto porque a ella está estrechamente vinculado el nacimiento de Siempre! De no haber existido un fotógrafo en París en el momento preciso en que ocurría esta escena, es seguro que esta revista no hubiera visto la luz jamás. Siempre! quiere, sin embargo, aclarar que, al ser publicada esta foto por José Pagés Llergo, no hubo –no podía haber- la más leve intención de molestar a nadie. Si alguien quiso juzgar con criterio político lo que solo era un documento periodístico, es cosa fuera del dominio del ayer director de Hoy, hoy director de Siempre! A la dama, que es doña Beatriz Alemán de Girón, y a don Carlos Girón Peltier, nuestros respetos”.

 

En efecto, la foto se la habían tomado a la hija de Miguel Alemán en compañía de su esposo, en un espectáculo nocturno en Paris, de la bailarina Simone Clarins, semidesnuda, en el cabaret Carrols. En ella se mostraba a una esposa enfadada y a un marido encantado de lo que veía. Fue considerada escandalosa, quizá porque Miguel Alemán ya no era el presidente.

 

En febrero del año 2011, Carmen Aristegui, por haber dado una noticia que se generó en la Cámara de diputados, donde se desplegó un cartel afirmando que Felipe Calderón era un alcohólico, fue despedida de su programa de radio en MVS Noticias. Un poco por la presión de su auditorio y otro poco porque el presidente Calderón estaba en declive, la reinstalaron quince días después. La  misma Carmen, en una conferencia, explicó las razones de su despido, la cual tiene de destinatario al presidente Calderón. https://www.youtube.com/watch?v=nIM7ds_7VmQ.

 

En este video se puede ver que de aquel año a este no hemos mejorado sino empeorado como país, ya  que mucho de lo que allí dijo la periodista –solo hay que cambiar los nombres de los protagonistas- fue exactamente lo que le ocurrió el 15 de este marzo cuando fue de nueva cuenta despedida de MVS, ahora porque cometió “errores” que una pléyade de periodistas ricos no cometen nunca: descubrir la corrupción del presidente Peña, el de su esposa Angélica Rivera y el de su secretario de hacienda, Luis Videgaray. Corrupción que no obstante ser descubierta el presidente no ha hecho más que mostrarse cínico y burlón al nombrar a un amigo en la ya muerta Secretaría de la Función Pública, quien tuvo la encomienda de silenciar el asunto.

 

Cierto que ya no son los tiempos en que fácilmente el poder enviaba a matones a liquidar a periodistas incómodos. Tampoco pueden involucrarlos fácilmente con las mafias, tal y como lo pretendieron hacer con Manuel Buendía, al que asesinaron por “quítame esas pajas”. Hoy las redes sociales han combatido en tiempo real las noticias manipuladoras y las trapacerías que periodistas como Carlos Loret de Mola, Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Ricardo Alemán o Carlos Marín, llevan a cabo diariamente y que en el pasado lo hizo Jacobo Zabludowski. Las presiones por parte del poder son de otra manera, con los dueños de las concesiones que el estado otorga a discrecionalidad.

 

Los ciudadanos por desgracia no todos han tomado conciencia que deben aportar a su país transparencia y legalidad en sus acciones y exigir lo mismo a sus gobiernos, sean estos municipales, estatales o federal. No hacer nuestra función de manera correcta tendrá a México en este estado que, si bien es cierto no es el más desastroso en el concierto internacional de naciones, tampoco es el que nos merecemos.   Es tiempo ya que todos y cada uno de nosotros veamos en la función pública un asunto de sumo interés. Solo entonces entenderemos cabalmente la profesión de los excelentes periodistas como lo es Carmen Aristegui. Lo de ella fue orquestado desde Los Pinos, nadie lo duda. Quienes dicen que es un asunto laboral, que el error fue de Carmen, solo saben leer lo que se presenta de bulto. El sitio Méxicoleaks –a la que Carmen dio espaldarazo lógico y deseable- es solo el pretexto para dizque enseñarle buenas maneras.

 

Sea lo que vaya a pasar estoy confiado que la democratización de México seguirá avanzando en la dirección correcta. A veces se necesitan de estos golpes torpes del poder para que más gente despierte y se ponga a combatir en nuevas trincheras. Y los que ya estamos despiertos nos compromete a no bajar la guardia y seguir perseverando en el sentido correcto: buscar que nuestra sociedad esté mejor informada para que tome mejores decisiones que beneficie a todos y no a unos cuantos como hasta ahora ha sucedido.

Poder, corrupción y periodismo

Juan Henestroza Zárate

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