7/4/2016
A esta hora, mucha gente piensa –incluso gente instruida– que las bravuconadas del siempre llamado magnate inmobiliario por muchos medios, Donald Trump, nos deben preocupar seriamente a los mexicanos. En ese sentido, algunas personalidades del medio artístico le han respondido al ciudadano norteamericano de origen alemán cuando, en su propaganda electoral, se echó furibundo sobre los migrantes, específicamente los llegados de Iberoamérica.
Recientemente, el excanciller en el gobierno de Vicente Fox, Jorge G. Castañeda, difundió un video en inglés –copia de uno anterior en castellano, según él dice– titulado “I am Proud to be Mexican”, algo así como “Orgulloso de ser mexicano”, en donde invita a los norteamericanos a combatir a Trump haciendo ver que los mexicanos no somos lo que este afirma que somos: un mal mayor para EE. UU. Me extrañó que Castañeda no llamara a Trump un peligro para USA, como sí lo hizo en su momento respecto de Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Trump ha repetido una y otra vez que debe evitarse el ingreso de mexicanos a ese país con la construcción de un muro –el cual, por cierto, ya tiene un buen tramo construido– que el gobierno mexicano debe costear en su totalidad, algo así como 1300 millones de dólares, lo que tenemos de sobra en el Banxico. No ha dicho solo eso, sino que últimamente expresó, ante las tímidas críticas del gobierno mexicano y de algunas celebridades, que, de no sujetarse los mexicanos a sus despropósitos, podría hasta declararnos la guerra (la cual, supongo, nos arrebataría todo el norte del país, ya que muchos de los mexicanos de ese rumbo se sienten norteamericanos). No faltó quien dijera que eso nos beneficiaría colateralmente porque solo así nos armaríamos de valor no solo para defendernos de los que hoy por hoy son calificados como los mejores soldados del mundo (como los franceses lo eran en 1862, cuando invadieron México), sino principalmente de nuestro gobierno, que ahora mismo nos está recetando la quiebra de Pemex.
Llama mi atención que los medios y las celebridades se involucren en un asunto que está lejos de ser realidad. Al parecer, no reparan en que Trump ha atacado verbalmente en sus discursos a muchos países y a poderosas compañías, como Apple. China es uno de esos países, y, no obstante ser peores las críticas y amenazas que Trump les ha enderezado, esta, fiel a su costumbre, no ha dicho “esta boca es mía”. Ellos sí saben de política y están conscientes de que la enorme deuda que EE. UU tiene con ellos maniata a cualquier mandatario o Congreso norteamericano. Conocen también el sistema norteamericano y saben que este no permitirá que un émulo de Hitler o del Ku Klux Klan llegue al poder. Y lo mejor: saben distinguir entre propaganda y realidad; hacen política, no politiquería, pues.
Por supuesto que no es el caso de México, quien sí necesita –y mucho– al vecino del norte, por lo que escuchar a Trump que revertirá el TLC y que las empresas trasnacionales volverán a su país hace temblar a la oligarquía que aquí gobierna. Y, aunque en nuestro país cada vez más se presume de ser amigo del en otro tiempo llamado Tío Sam, lo cierto es que ello no es verdad, nunca lo hemos sido. La relación de ambos países –cuál debe ser– se basa en intereses (dixit John Fuster Dulles: “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”) que cuando no coinciden a México le toca la peor parte. De allí que aquello de “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” –atribuido a Porfirio Díaz aunque ahora digan que nunca lo dijo, no obstante poseer la frase el tono socarrón del oaxaqueño– para nuestra desgracia sigue vigente. Ello, agravado porque el gobierno mexicano no cuenta con apoyo popular, sino solo el respaldo de los legisladores, otra élite que de tarde en tarde se rasga las vestiduras y finge defender los intereses nacionales.
Pero de ahí a que Trump nos quiera asustar ahora con el “petate del muerto” dista mucho. Ese señor racista y totalitario lleva a cabo una campaña electoral y, conocedor del estado de cosas que viven Estados Unidos, México y el mundo, está echando mano de lo que sabe hacer muy bien en televisión: propaganda proselitista. El éxito entre sus partidarios nadie lo discute, es evidente, tanto que está en un tris de ser el candidato republicano a la presidencia.
Otra cosa distinta será que gane Trump la presidencia. Si hacemos caso a gente importante de EE. UU, como el presidente Barack Obama, todo parece indicar que Trump hará efectivo el refrán: “Una golondrina no hace verano”. La seguridad de estadista que manifiesta el primer presidente afroamericano al final de su mandado de ocho años es digna de admiración. Sin inmutarse, denota que tiene en sus manos el control de cuanta crisis surge en el mundo, la terrorista, por ejemplo. Su accionar contra el ahora menos temido Estado Islámico –y ayer contra Al Qaeda–, así como en la guerra en Siria, es inobjetable. Y qué decir de su impasibilidad respecto de los ladridos del caricaturesco y demente líder de Corea del Norte. O su papel en la coyuntura económica de China. En un momento en que los líderes europeos titubean y se asustan, Obama toma firmemente el timón del barco. Política de altura, ¡sí, señor! Comienzo a pensar que el Premio Nobel de la Paz que se le otorgó en 2009 no fue del todo zalamería.
Asimismo, el acercamiento de EE. UU a América Latina tampoco es casual. En Cuba, Obama no solo le dio un tajo al nudo gordiano atado desde 1959, sino que mostró al mundo cómo se hacen bien las cosas siempre que se tengan definidos los intereses de la nación más poderosa del planeta. Fue inolvidable verlo caminar con su familia las calles de La Habana, asistir al beisbol y mostrarse relajado todo el tiempo. El tango que le hicieron bailar en Argentina confirmó que el hombre es feliz, como un torero después de realizar sus mejores faenas en el ruedo. Y qué decir de sus sobrios y ponderados discursos en Cuba y Argentina, países ambos sacudidos por dictaduras en donde Estados Unidos tuvo participación estelar, reconocida ahora por Obama. Por unos días el mundo pareció olvidar que EE. UU es el policía del mundo; también que quizá es el único país capaz de evitar que un gran meteoro impacte la tierra con saldo cataclísmico y la paz sea definitivo para todos sin distinción alguna.
En 1994, después del levantamiento zapatista en Chiapas, la entrada en vigor del TLC y los asesinatos de Luis D. Colosio y Francisco Ruiz Massieu, los que se abrogaban el título de intelectuales y académicos del sistema, encabezados por Jorge G. Castañeda, aliados con políticos de distintos colores, organizaron el Grupo San Ángel y lanzaron un siniestro pronóstico: de no tomarse las medidas necesarias –entiéndase electorales–, habría un inevitable “choque de trenes”: ingobernabilidad. No hubo tal, y por lo menos dos de los agoreros, Castañeda y Adolfo Aguilar Zinzer, salieron beneficiados en el año 2000 al formar parte del gabinete de Vicente Fox. Tres años después, y emulando a Fox, Castañeda comenzó una campaña para ser candidato independiente –inexistente entonces–, cosa que no logró pero sirvió para que la CIDH le diera la razón, solo que después de la elección de 2006. Ello sirvió para que en México, finalmente, se aprobaran tales candidaturas y que el año pasado dieran sus primeros frutos.
En esta coyuntura preelectoral, nuevamente Castañeda se ve empeñado en ser el candidato independiente, solo que ahora único –lo cual empuja arduamente–, a la presidencia de la república en 2018. Camina con los mismos personajes de siempre –que a veces dan la impresión de solo seguirle la corriente por ser amigos suyos– y sigue pensando lo mismo de ayer: de manera elitista. Tiene una idea de México que no se corresponde con la realidad, no en balde pertenece a la oligarquía que ha mandado en nuestro país (su padre fue también canciller, priista). No veo cómo logre ser popular con esos aires de sabelotodo que todo el tiempo manifiesta impaciencia por hablar hasta por los codos (véanlo los lunes en Foro TV a las 22:00 horas o en Milenio TV). Sus augurios las más de las veces han sido errados, mismo defecto que acompañó al finado escritor Carlos Fuentes, solo que este supo ocultar sus ambiciones políticas y no derrapó tanto, quizá porque su ambición mayor y quizá única fue ganar el Premio Nobel de Literatura. Castañeda es, digámoslo con menos palabras, un politiquero, alguien que le pone mucha salsa a sus tacos. Y el pez, lo dice el refrán, muere por la boca.
Vemos, pues, que, mientras el señor Obama lleva a cabo política de altura y muestra mesura ante la propaganda xenófoba, machista, racista e incitadora de la violencia de Trump –lo que no quiere decir que este sea valiente; por el contrario, es cobarde, y de ello existe evidencia en un video–, en México andan sueltos de sus lenguas personajes como Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, quienes intentan influir a su favor en el proceso electoral de 2018. Como buen mercachifle que es Castañeda, intenta convencer a la gente del dinero –a quién más– para que lo apoye en su aventura. Por eso libra una cruzada de odio contra lo popular o populachero y quien cree lo representa: AMLO, a quien se le ha metido entre ceja y ceja, y se ha convertido en una obsesión.
Igual que debemos actuar ante la propaganda y politiquería de Trump contra México, es decir, tomándolo de quien viene y de que aún no ha ganado nada, así mismo debemos también hacerlo ante la politiquería de Castañeda. Para desgracia de este, la nada prudente o mal intencionada Xóchitl Gálvez lo exhibió en Pericospe –con motivo del cumpleaños de Diego Fernández de Cevallos– en compañía de muchos otros personajes que han sido etiquetados como “la mafia del poder”. No obstante que mucha gente bien odia esta etiqueta y a su autor, el video hizo patente que no solo es un eslogan irritante –por machacón– de AMLO, sino que hay algo de razón en ese sambenito. Y, aunque públicamente Castañeda, Aguilar Camín, Ciro Gómez Leyva, Carlos Marín le restaron importancia a la reunión balconeada –conducta habitual en todos ellos cuando algo no les favorece, y eso que dicen ser demócratas y fervientes adoradores de la verdad–, lo cierto fue que quedó grabado un documento que será usado a favor de quienes tanto desprecian los politiqueros: los populistas o antisistema.
Así, pues, que no cunda el Pánuco –dijera el finado Chespirito–, ocupémonos en hacer bien nuestro trabajo cotidiano, informémonos del momento que se vive en México y en el mundo para que no nos dejemos manipular por los politiqueros de la hora, modernos conquistadores que nos quieren vender sus espejitos a precio de oro.
Políticos y politiqueros
Juan Henestroza Zárate
Tomada de www.infobae.com