top of page

24/8/2016

 

Ignoro si se haya dicho –en el maremágnum que provocó la noticia de que el presidente de México plagió casi el 29 % de su tesis de licenciatura– que acciones de esa índole son tan frecuentes en México y que casi a nadie indignan. Aunado a que raras veces es castigado el plagiario, dicha conducta no es mirada como delictuosa y por lo tanto merecedora de castigo alguno y, en una de esas, hasta puede vérsele como un acto de viveza sobre personas o instituciones etiquetadas como irresponsables. Ello, sin importar que la Universidad Panamericana, de donde el presidente es egresado, supuestamente sea una de prestigio, al menos entre los ricos.

 

No se necesita leer a Samuel Ramos o a Octavio Paz para saber cómo ambos pintaron al mexicano de su tiempo. A ese retrato, digo, habría que agregarle nuevas pinceladas, aquellas que muy bien pueden obtenerse de la paleta de las redes sociales. Ahí se encuentran variados colores que pueden servir para elaborar la nueva imagen, avatar o perfil del mexicano actual, válgase decir la juventud en su inmensa mayoría, ya que son ellos quienes más usan las nuevas tecnologías. Una juventud que a ojo de buen cubero dista mucho de ser complaciente: por el contrario, muestra poca empatía para todo aquello que huela a poder.

 

Los mexicanos, a través del tiempo, hemos procurado crear la imagen de ser astutos –quizá más que inteligentes–, temerarios, alegres y transgresores, entre otras tantas atribuciones que nos enorgullecen. También hemos vendido la idea de que no le tememos a la muerte e incluso nos burlamos de ella. Por eso, cuando alguien de fuera nos pintó durmiendo tapada la cara con el sombrero de charro sentado junto a un cactus, no nos agradó. Ni qué decir de la irritación que produjo, en el México de Miguel Alemán, la película de Luis Buñuel “Los Olvidados” (1950). O el profundo malestar que una década después, en 1961, causó el ensayo de Oscar Lewis “Los hijos de Sánchez”. Ni hablar de “México Bárbaro”, el ensayo de John Kenneth Turner, escrito en 1908 y publicado en 1911. Todo el lío, porque en dichas obras la fotografía del mexicano que aparecía era distinta al que nos habíamos forjado; así, tras bambalinas, intuyéramos que la nuestra era una impostura e hipocresía.

 

En nuestro país podemos decir que tenemos una especie de marca registrada made in México: el valemadrismo. Dicho de otra manera, y como dicen que dijo Luis XV: “Después de mí, el diluvio”. Tan ello es así que hasta Televisa –una empresa non sancta– hace creer que combate el valemadrismo con sus spots de “¿Tienes el valor o te vale?”. Solo que nadie sabe, nadie supo –diría El Monje Loco– de las auditorías a sus dádivas a niños, minusválidos, escuelas y otras instituciones, a quienes reparte, arbitrariamente, los bienes que anuncia en su programa Gol por México. ¿El Teletón? Televisa ha reiterado que no mete las manos en él, pero extrañamente aquel entró en grave crisis financiera una vez esta lo dijo. Los pobres de México, al parecer, comenzaron a despertar y ya no donan como antes; prefieren sobrevivir a tragarse la píldora de ser etiquetados como los sostenedores del Teletón.

 

A muchos mexicanos también les agrada que los llamen guadalupanos; que cada 10 de mayo la televisión haga reportajes a la madre y a las familias mexicanas, que, a decir de ese medio, viven muy unidas. Quizá a propósito o quizá no, la televisión ha cimentado la idea de que es más frecuente encontrar la felicidad en la pobreza. Y cómo no si el segundo dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, en 1993, dijo a Proceso algo ilustrativo al respecto: “México es un país de clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de esa triste realidad y de su futuro difícil. La clase media, la media baja, la media alta. Los ricos, como yo, no somos clientes, porque los ricos no compramos ni madre”. La resignación, pues, debe ser moneda de cambio en quienes viven en la pobreza. Pan y circo, debió resumir el magnate, quien se definió como un soldado del PRI.

 

Así, pues, si los pobres son mayoría en México, lógico es pensar que el poder y el dinero los deslumbre si alguien en su entorno o más allá los tiene. A veces me da la impresión de que en algún rincón de nuestra cultura vive agazapado el deseo de rendirle pleitesía a quienes tienen poder y dinero, reminiscencia –me atrevo a suponerlo– del temor y reverencia que se tuvo a tlatoanis o caciques del pasado. Tampoco se olvide que, después del férreo control ejercido por estos poderosos, el mexicano cayó por tres siglos en manos de la dictadura del rey de España, por lo que cabe suponer que la obediencia siguió siendo sagrada entre los pobres, mientras que los estratos superiores se caracterizaron por ser zalameros para poder ubicarse en los mejores puestos de la burocracia. Ni más ni menos que una parte de nuestra realidad actual. Por cierto, entre esa burocracia se puede hallar a muchos impostores que viven engrosando un falso currículum lleno de cursos, diplomados y demás adminículos para dicho propósito, si no es que títulos apócrifos, si antiguos, obtenidos en la Plaza de Santo Domingo, México; si viejos, en cualquier lugar de internet de cuyo nombre no quiero acordarme. Tema viejo este, tanto, que lo trató Joaquín Fernández de Lizardi en el “Periquillo Sarniento”.

 

“Como México no hay dos”, quién no ha escuchado decir o gritar ese lema que engloba parte de nuestro orgullo de ser mexicanos. La fascinación que se tuvo ayer por los facinerosos o transgresores de la  ley se mantiene hasta hoy. Ello explicaría –sin justificarlo– la devoción que segmentos de la población –incluso la pudiente– tienen por actividades ilícitas como el narcotráfico, el tráfico de personas, el secuestro y la delincuencia mal llamada de cuello blanco. En ese contexto, un plagio académico como el realizado por Enrique Peña Nieto es visto como peccata minuta (hubo quien recordó los plagios literarios realizados por Arturo Pérez Reverte, académico de la RAE, y Alfredo Brice Echenique, peruano homenajeado en la FIL de Guadalajara en 2012). Y, si le apuramos, puede vérsele como el uso de una licencia a la cual tienen derecho las élites, y, si la universidad donde se realizó es avalada por el Opus Dei, no hay nada más que decir. ¿No el aborto lo condenan rabiosamente las clases altas y muy religiosas y es en ellas donde, cuando es requerido en una de sus hijas, lo llevan a cabo sin contemplaciones ni miramientos? La simulación es muy común en nuestro país con tal de conservar el estatus; las malas lenguas firman que es más común en la gente bien.

 

Nadie cree que el presidente de México sea castigado de ningún modo por el plagio cometido. Como suele ocurrir con personajes de esa talla, este y todos sus escándalos futuros engrosarán su biografía y, pasados unos años, caerán en el olvido biografía y personaje, tal y como ha ocurrido con la inmensa mayoría de presidentes de México. Desde antaño esa élite –donde se incluyen legisladores, jueces, ricos y funcionarios de todos los niveles gubernamentales– no está obligada a cumplir con las leyes porque la misma gente les ha dado una especie de patente de corso. Ah, pero, eso sí, en sus galimatías sobresalen exordios sobre el derecho. Dos de sus frases favoritas: “Nadie debe estar por encima de las leyes” y “Se aplicará todo el peso de la ley, caiga quien caiga”. Y una muy reciente de EPN: “La ley no se negocia”. La ética y moral de los mexicanos, quizá, me atrevo a suponerlo, más tiene que ver con la expresión del cacique potosino Gonzalo N. Santos, quien expresó: “La moral es un árbol que da moras”.

 

Muchos de los comentarios en las redes sociales, aunque han sido miles, fueron en tono de burla tanto para la periodista Carmen Aristegui como para EPN. La Oficina de la Presidencia respondió con algo que abonó al debate al calificar el plagio como “error de estilo”. Por su parte, los funcionarios del gabinete  se quedaron callados, al igual que muchos periodistas, uno de estos, envidioso, incluso vaticinó la ruina profesional de Aristegui, mientras que otros dijeron que defraudó la noticia, que había creado mucha expectativa,  la cual, finalmente, la circunscribieron como venganza, acostumbrados los periodistas de este país a servir al poder y no al público, que es quien otorga los lauros a los muy contados profesionales del ramo. El secretario de Educación, quien debiera preocuparse de la calidad educativa en el país –y quien mucho habla de la reforma educativa–, al ser cuestionado por Carlos Loret, salió por peteneras para finalmente expresar: “Hay cosas, pues, mucho más importantes”.

 

Vaya que hay asuntos mucho más importantes; por ejemplo, la deuda externa de México, que ya se ubica casi en el 50 % del PIB. O el crecimiento de la economía, cuya expectativa de crecimiento una vez más fue reducida, ahora entre 2 % y 2.6 %. Y en ello no solo participa el acontecer mundial, sino también el gobierno, que en los últimos años “no ha aportado valor agregado a la economía” para el crecimiento de esta (Carmen Luna: ADN Político). O qué decir del conflicto magisterial de la CNTE, que ni ese secretario ni el de Gobernación han hallado una solución, y a esta hora nadie en el gobierno sabe a ciencia cierta qué va a pasar. Todo indica que se dejará pudrir a Oaxaca y a Chiapas, que a los gobiernos locales les tocará la incómoda encomienda de la represión. Ya veremos. Vale.

Posturas

Juan Henestroza Zárate

bottom of page