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Fue na Carmen Orozco quien, apoyada en el Apocalipsis de la Biblia, profetizó no solo los cambios en la vida pueblerina, sino incluso el fin del mundo. Creyente de la doctrina milenarista, estaba convencida de que el mundo se terminaría en el año 2000, de allí que, al igual que lo hizo Juan el Bautista, pedía a la gente arrepentirse y enderezar sus caminos. Aseguraba también que, con la carretera de terracería terminada en febrero de 1959, más gente forastera entraría al pueblo sonsacando la inocencia de la gente y convirtiéndola en maliciosa.

 

Hoy día, el clamor de la finada Carmen no se ha extinguido, por el contrario, a él se han sumado muchos hombres y mujeres que profesan algún culto religioso. No solo ellos, sino también lo hace gente pensante que entiende del cambio climático que los humanos hemos introducido en el mundo. “La catástrofe –dicen unos y otros, aunque con distintos argumentos, claro- está próxima, a menos que hagamos algo para revertirla”, rematan. Los de religión comulgan con lo que na Carmen Orozco sugirió, mientras que los otros se apoyan en las ciencias.

 

Mi pueblo, como todos los pueblos del mundo, ha visto crecer su población y menguar sus recursos naturales. Como consecuencia de ello, la calidad de vida de sus pobladores no es la ideal, existe pobreza y la cauda de males que esta produce. No obstante ello, la pobreza existente es aún tolerable, reversible, ya que se tienen recursos alimentarios en río, bosque y mar. Tierras propias o rentadas donde se pueden ejecutar proyectos alimentarios ecológicos, lo mismo que en las lagunas del mar muerto y en el océano, que no han sido explotados de manera racional, por el contrario, los pescadores no solo han depredado las especies en estadios muy tempranos, sino que han contaminado dichos cuerpos de agua salada con artefactos como las baterías de las lámparas, que sustituyeron al candil tradicional. Y las veces que al gobierno municipal o estatal se le ha ocurrido apoyarlos con cooperativas, las veces que no se ha tenido éxito, por mil y una razones que bien podría sintetizar en tres básicas: falta de organización, poco trabajo y carencia de probidad.

 

¿Qué impide a nuestro pueblo ubicarse hoy día en un estadio de desarrollo sustentable si ya sabemos que ello es posible? A mi manera de ver, son varios los factores, siendo, quizá, el principal nuestra mentalidad actual. Para comprender lo que dije, debo echar una mirada al pasado. En aquel tiempo, las necesidades de la gente se satisfacían casi todas en la misma comunidad; se salía del pueblo solo para curarse alguna enfermedad grave; los jóvenes para estudiar y/o trabajar. Las necesidades básicas en los hogares se limitaban a proveerse de alimentos, casa y ropa. Por cierto, no importaba el tamaño ni la calidad de la casa, la cual era parada entre muchos. De igual manera, tanto al pobre como al rico les bastaba una o dos mudas de ropa. ¿Accesorios? ¡Ni pensarlo! Descalzos o con huaraches, todo el mundo sabía quién era quién y se respetaban; eso era lo que en verdad importaba. Quizá por eso, durante años, escuché decir que en el pueblo no había pobres; es posible que lo dijeran porque todos comían bien, a saber: maíz, frijol, calabaza, pescado, camarón, carnes (res, puerco, venado, jabalí, conejo, iguana, pijije, chachalaca, codorniz, etc.); huevos, leche y sus derivados; frutas de temporada, legumbres y escasas verduras. Vivían, pues, en comunidad.

 

En cuanto el pueblo se comunicó más y mejor, el comercio se intensificó. El intercambio de bienes y de personas repercutió en la población, la cual de inmediato vio oportunidades nunca tenidas. El excedente de décadas pasadas –habido entre los años 50 a 70, por lo menos- comenzó a invertirse en bienes de consumo y necesidades recién creadas con la introducción de la energía eléctrica, en marzo de 1968. Las familias dejaron la sobriedad no solo en el mobiliario y en los inmuebles, sino incluso en la vestimenta y en la alimentación. La abundancia que se vivía dio pie para que ello ocurriera. No solo fue la ostentación, sino que dio inicio a una competencia por un mejor estatus, cosa, por lo demás, lógica. El consumismo, pues, comenzó boyante, entre los que cabe destacar el consumo de cervezas y refrescos.

 

Hubo otro elemento importante generador del cambio: la educación. Al educarse más las personas, experimentaron una metamorfosis. Así, trabajos que habitualmente llevaban a cabo los chamacos en edad escolar fueron confinados a los adultos, con sus excepciones, claro. La ambición de un mejor futuro que la escuela introdujo fue impactante. Las madres, en muchas ocasiones, intervinieron ante sus esposos para evitar que sus vástagos desempeñaran los trabajos del campo, mar o pueblo. Como consecuencia disminuyó drásticamente el trabajo tradicional de mozo. Ello trajo aparejado un periodo de rebeldía de los jóvenes, atenazados en el pasado a una obediencia castradora. Creo yo que aquí jugó papel importante no solo las culpas de los padres cuasi porfiristas –rígidos y castigadores-, sino sus deseos de enmendar lo que ellos habían sufrido en grado superlativo y los había traumado, así lo ignoraran o, de plano, jamás lo reconocieran. Porque, hasta donde yo sé, a nadie le gusta ser maltratado –so pretexto de educarlo-, y menos por los padres, que debieran amar a los hijos.

 

Cuando, el 11 de enero de 1972, tuvo desenlace desfavorable para el pueblo el litigio agrario con San Francisco del Mar, sufrimos la primera gran crisis que obligó a hacer ajustes y reacomodos sociales. “La crisis del Decreto”, la llamo. La lista de los ricos disminuyó, quedándoles a algunos solo el don, mientras que a los pobres, camuflados a ojos de aquellos, comenzaron a vérseles sin empleo en mayor número.

 

Esa crisis reafirmó el papel de la escuela y la ventaja de hablar castellano, idioma que adoptamos casi todos a partir de mediados del siglo XX.  Y, una vez que el gobierno federal priista aportó su cuota de ineptitud y latrocinio (1976-1995), las crisis económicas y sociales (vía devaluaciones) se volvieron recurrentes, lo que hizo aumentar el número de pobres entre nosotros. Para paliarla, llegaron los apoyos federales asistenciales (Progresa/Oportunidades/Pro-campo/Setenta y más, etc.) y, con ello, una manera de manipular políticamente a la gente. Aunado a que las religiones, desde los años 40, habían comenzado a competir por feligreses en la comunidad, hizo posible que la mentalidad del paisano se modificara al incorporar dos factores de división: se hizo partidista electoral y devoto religioso. Estas divisiones terminaron por ajustarse a la ya existente, la división clasista. Un coctel amargo que hemos degustado en estos últimos 40 años.

 

Sin duda, estamos ante un problema social complejo que posee varias aristas, por lo tanto, las sugerencias deben ser enfocadas en cada una de ellas. A ratos parece que hemos caído en un círculo vicioso difícil de romper. Ello se debe a que no hemos sido creativos o a que preferimos la individualidad y/o la competencia salvaje, no porque nos falte el capital necesario para actuar en el sentido correcto. Es buena la competencia que existe en la población, lo que hace falta es organización, trabajar en equipo de manera honesta y responsable, profesionalmente. Las soluciones a corto plazo –dinero enviado por los hijos profesionistas y migrantes, que, a partir de los 90, comenzaron a salir en mayor número- deben ser soportadas por acciones que garanticen que la “gallina de los huevos de oro” no muera. Hay talento en cada familia, me consta, solo falta organización, planear a largo plazo y vernos como comunidad. Urge hacerlo porque la lista de desempleo crece, con el consecuente riesgo de problemas sociales, entre los que cabe destacar la delincuencia, organizada o no. Ello, a pesar de que la natalidad haya sido reducida en los últimos 20 años.

 

Reconocer el problema, pues, es apenas el principio. Los actores sociales debemos actuar, cada quien en el ámbito de su competencia. Los gobiernos de todos los niveles aportarán su parte, pero no lo harán todo, imposible. Así que son los actores económicos, políticos y sociales quienes deben organizarse de la mejor manera y actuar, antes de que el tsunami nos ahogue. ¿Vale?

Profecías

Juan Henestroza Zárate

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