En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo,
cuyos lamentos suben al cielo cada día más tumultuoso,
les suplico, les ruego, les ordeno,
en nombre de Dios, cese la represión.
San Romero de América
La última carta que dirigí a la iglesia fue para declarar en pecado mortal al obispo de Tehuantepec, Óscar Armando Conteras, por su omisión ante la problemática de la invasión del Istmo de Tehuantepec. Tiempo atrás, le había pedido que escuchara a la resistencia istmeña y diera una palabra pública al respecto; simplemente, se negó.
En el espacio social y de las letras, hay muchos que piensan que soy ateo o estoy contra la iglesia, pero no es secreto que soy católico, fui seminarista y misionero y voy a misa. Tampoco es secreto que en algunas comunidades me conocen como “el padrecito”. Tampoco es secreto que tengo un pensamiento diferente y decolonizador.
Una vez hecha mi profesión de fe, voy a contarles mi homilía del día:
Hay, un acontecimiento que, en lo personal, ha sido de gran relevancia. El pasado sábado 23 se ha añadido el nombre de Óscar Arnulfo Romero Galdámez, obispo asesinado en San Salvador en 1980, a la lista de los hombres y mujeres felices y que merecen ser recordados, es decir, fue beatificado.
Un santo es un referente de una forma de vida y una obra realizada. Para nada es alguien que hace milagros, esta forma de pensamiento es un agregado griego, concretamente del pensamiento de Platón y su mundo de las ideas. Hacer santos para hacer fiestas no me parece buena idea: pienso que debemos asumirnos fiesteros y simplemente festejar sin poner a nadie de pretexto.
Al elevar a los altares a una persona, lo que se busca es reconocer a una persona por su acción. Tiene mayor valor cuando quien a se reconoce es un mártir, es decir, un testigo de Dios. Generalmente, los mártires se reconocen por su gran amor a la vida y su compromiso social, tanto que su presencia estorba.
La iglesia de Roma beatificó a un Romero angelical, pleno de amor a la humanidad y de grandes virtudes. Nosotros, el pueblo, reconocimos a Romero santo inmediatamente después de su asesinato, aquel 24 de marzo de 1980, y nos reunimos, cada año, con marchas a nivel internacional para honrar su memoria. Es el santo defensor de los pobres y oprimidos.
Los medios hablan de un San Salvador con guerra civil, quienes tenemos memoria histórica sabemos que en esos años había una invasión de Estados Unidos en Centroamérica, que eso era parte de la Guerra Fría o la llamada Tercera Guerra Mundial.
Un migrante que militaba en las filas revolucionarias me contó que, en esa época, quien perdía un trabajo lo pedía todo porque era difícil que otro patrón lo contratara y porque las casas eran propiedad de los patrones. Quedabas totalmente en la calle.
Romero, que era un cura conservador, empezó a entender a la gente ya viejo, cuando la muerte alcanzó a curas amigos verdaderamente comprometidos con los pobres. Comprendió que la guerrilla tenía razón, aunque no estaba de acuerdo con ella. En uno de sus viajes a Roma, salió a la plaza de San Pedro a mendigar una audiencia con el papa Juan Pablo II. Ya en la audiencia, el papa no hizo caso a la petición que le hiciera, pues llevaba las pruebas de que el gobierno de El Salvador estaba asesinando al pueblo y concretamente a sacerdotes.
Cada domingo, sus homilías eran transmitidas por la radio y eran escuchadas en todo El Salvador. En una ocasión, dijo que no sabía por qué lo escuchaban: si era por el noticiero que daba o por los chistes que contaba.
Sabiéndose de gran poder, utilizó el medio para levantar la voz y mostró que las transnacionales estaban detrás de tanta masacre. Se volvió incómodo y le prepararon su muerte. El 24 de marzo, mientas celebraba una misa en la capilla de unas religiosas, un francotirador católico enviado por un gobierno católico y con la complicidad de un papa católico disparó una sola bala que le atravesó el corazón.
La tarde anterior a su asesinato dijo:
“Si lo que se pretende es decapitar la organización del pueblo y estorbar el proceso que el pueblo quiere, no puede progresar otro proceso. Sin las raíces en el pueblo, ningún gobierno puede tener eficacia, mucho menos cuando quiere implantarlo a fuerza de sangre y de dolor.
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles.
“Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que de un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice no matar.
“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra le la ley de Dios.
“Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla.
“Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.
“La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben al cielo cada día más tumultuoso, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios, cese la represión”.
En el Istmo, ante la invasión de tanta empresa transnacional, ante la muerte, la represión, el asesinato de tantos líderes indígenas y estudiantes, la acción de Romeo tiene vigencia. El reconocimiento que se ha hecho de su obra nos dice ahora que vale la pena seguir luchando y “poniéndole la otra mejilla”, no la misma, al poder que mata.
Y hacen falta personas comprometidas que estén dispuestas a hacer fila para defender la vida, el trabajo, la comida nuestra. Amar Ixhuatán no es solo extrañarlo en la lejanía. Amarlo implica defenderlo, poner el cuerpo, hacer cosas concretas.
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Profesión de fe
Manuel Antonio Ruiz
Tomada del sitio www.infocatolica.com