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15/10/2015

 

Ya viene tu xandú, y me faltas, na Chica.

 

Na Chica: amanecí hace días con esa tristeza que no sabes, que no explicas, que no te es conocida. De repente, un olor a tortilla fue la respuesta, pues te recuerda tu infancia. ¿Que por qué te cuento esto? Pues esa fue mi comida cuando faltó el dinero. ¿Lo recuerdas? Una tortilla envuelta en taco, un rastro de manteca, una pizca de sal, y listo. La comida estaba resuelta. Por ahí un chilito, y a darle. Y era mole de olla. Y uno era feliz.

 

Al rato una memela, un pedazo de carne seca y dura para ir dándole sabor a la tortilla. Administrar esa carne era un reto: comerla, chuparla, volver a untar la carne en la memela y así tu cocina de adobe se volvía el restaurante de tres estrellas Michelín. Un manjar.

 

De repente una iguana, una guela, un día un armadillo, y de tus generosas manos y de mi bisabuela salían los adobos nunca más paladeados por mí. Nunca más volvieron. Uno no se daba cuenta de que era pobre hasta que nos lo dijeron. Nos lo dijeron el compañerito en la escuela, el maestro, la directora, la sociedad misma. Nos pusiste hasta antes de esos años en una burbuja para no saber qué lugar ocupábamos en eso que se llama clases sociales. Nos vertieron las miasmas de sus escalas, y nos la creímos.

 

Recuerdo una beca negada, justamente para ser entregada a otro porque era el sobrino del presidente municipal. Era importante quedar bien con el presidente, eso me dijo la directora, y de ahí salí desolado porque uno se cree el cuento de la superación.

 

Y hasta que le roban a uno la inocencia, se sabe desnudo y hambriento. Ahí te das cuenta de que el estrenar ropa no era para los que como tú nacieron en la periferia, ceca del monte, atrás del mundo que nos separaba de los que vivían en el centro. Uno a uno, cada gramo de inocencia se fue por el río, por el mar, por los caminos que se juegan con las reglas de los que tienen, los que marcan el pensar, el hacer y el obedecer.

 

De ahí venía esa tristeza. Porque hoy cómo extraño esa tortilla con sal, esa carne seca y ese abrazo de aquella mujer (tú, mi abuela) estrechar mi cuerpo permanentemente enfermo de alergias mientras rezabas para que tu nieto no se te muriera, mientras otro ataque de asma lo atacaba y lo ahogaba hasta casi llevarlo a la muerte.

 

A pesar de eso, como quisiera regresar a esa vida, ingrata.

Recordatorios

Joselito Luna Aquino

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