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Escribo una respuesta a tu emotiva carta y la hago púbica porque bien vale la pena dar a conocer tus pensamientos y preocupaciones. Además, considero importante hablar extendido ante esos mensajes cortos y frecuentes de las redes sociales que desaparecen muy pronto.

 

Empiezo por decirte que celebro que en tu peregrinar por la vida acompañes a las comunidades marginales de la ciudad, ese monstruo que avejenta, pero que también ha sido refugio para los nuestros que resisten.

 

Me preguntas, como si no lo supieras, qué pasará en este México que vive en medio del dolor y la digna rabia por las muertes y desapariciones. “¿Hay futuro?”, me dices, y no puedo más que responder lo que ya sabes de antemano. Por supuesto que hay futuro, la vida se recrea a sí misma aun a pesar de quienes la destruyen. La muestra de ello es lo que tú misma haces: reconstruir solidaridades dentro de la gente desconocida de la ciudad.

 

En un contexto de la depreciación del petróleo y el consecuente aumento del dólar, que traen como consecuencia más hambre, se encuentran las múltiples iniciativas de gente que le apuesta a reconstruir sus compostas, sus huertos de jardín, sus reuniones de barrio, sus celebraciones comunitarias que aquí llamamos velas en plena ciudad.

 

El cierre de año y la celebración de Navidad hacen surgir comercialmente el espíritu de Navidad para las empresas que venden ilusiones, pero hay un espíritu real que vibra en medio de la gente común y corriente: los nuestros, los de abajo, los empobrecidos, los que dejamos ganancias a los patrones.

 

Como bien dices, el cambio de año necesita un cambio de régimen, y se va logrando. Poco a poco, para que no pese. Necesitamos optar por una forma diferente de vida y, aunque algunos lo creen imposible, hace falta dejar de usar muchas cosas que nos han dicho que son de extrema necesidad.

 

O necesitamos exigir a los proveedores que creen cosas menos desechables, menos teléfonos, televisiones, antenas y toda clase de utensilios desechables y usar cosas más permanentes. Desde luego que esa otra forma de vida exige sacrificios, pero no hay de otra, si no nos atrevemos a dar un extra, entonces esta vida no será más.

 

¿Será que, ante los soldados de Tlatlaya, de Chalco, de Guerrero y del ahora INE, ante los ejércitos de la democracia, el Leviatán y el Estado, nuestra generación –la de Lalo, Alexis, Anayeli, Edith, Alexander, Ayotzinapa, la de todísimxs todxs nuestrxs muertxs y nuestrxs vivxs, la de la Sexta, la de lxs soñadorxs invencibles, la de lxs de abajo–  es la generación que dará la vuelta a la trampa del Estado, la que no tolerará más los argumentos de que el asunto es sanear sus instituciones, vigilarlo, democratizarlo o demás excusas no ya sólo de clase, sino inevitablemente homicidas? ¿Y si lo que le tocó a nuestra generación es mero esa chambísima urgente e impostergable de defender formas nuevas y no tan nuevas de estar juntxs sin el Estado?

 

Hace fío. Aun aquí en el Istmo, donde siempre hay calor, ahora hace frío. ¿Será que es el frío de la muerte? ¿Es el frío de la usencia? ¿Es frío de la noche oscura de dominar las conciencias? El frío del invierno no es maldad, es invitación a abrazarnos.

 

Muchos abrazos. Que la vida sea sincera y abundante contigo. Cada vez que tengas frío, siente mis brazos cobijándote siempre.

 

Manuel

Respuesta pública a una carta privada de Estela

Manuel Antonio Ruiz

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