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11/2/2016

 

A mis 11 años, como todo ixhuateco, tenía mucha inquietud por descubrir lo maravilloso que es este mundo. Nadie me enseñó a jugar, pues todo lo que a mí me llamaba la atención lo encontraba en la madre naturaleza: mi trompo, del palo de frijolillo; mi papalote, de la penca seca de la palma; mi canica, del bi bi; mi yunta de bueyes, que eran tirados por un par de botellas vacías de cerveza y dos cuajilotes como parte de la armazón de mi carreta. Este maravilloso pueblo encierra en sí un cúmulo de cosas espectaculares dignas para un documental de Discovery.

 

Recuerdo muy bien cuando mi padre me dijo un día: “¡Hey, tú, chamaco flojo, agarra tu canasto, llena tu pumpo de agua y párate galán, ¿na?! Vamos a ver si de verdad es que eres gallo”. Mi padre hacía referencia a que lo tenía que acompañar tempranito, a las 4:00 de la madrugada, con mi canasto, mi atarraya, a la pesca. Entonces no había moto. ¡Qué diablo! Ahora un ratito van a pescar y vienen a dormir a su casa los pescadores.

 

Comenzamos a caminar. Sí, ¿lo leyeron bien? A caminar. Antes los pescadores ribereños íbamos en busca del camarón a la laguna del mar muerto a pie, no como ahorita. Era un martirio porque teníamos que atravesar la mojonera, el camino del rodeo, para llegar al pie del cerro. Pero déjenme decirles, amigos, que antes había un montón de pescados y camarones; como decía mi abuelito: a traer nomás íbamos. Era cuestión de una media hora que trabajábamos, y el canasto lo llenábamos hasta la oreja.

 

Recuerdo que mi papá me dijo: “Mira, tú, chamaco inútil, déjate de faramayadas; agarra nomás lo que vas a poder cargar, porque ni creas que te voy a ayudar este, ¿na?”, al referirse el viejo a la cantidad de camarón que podías cargar de regreso. Son aproximadamente unos 16 kilómetros el camino de regreso. Era un desafío enorme la vida de antes, pero también muy bonito porque no batallabas mucho para encontrar la comida; no como ahora, que hasta pedo chachi echa uno cuando vamos a buscar el marisco al mar: casi ya no hay.

 

Reflexión: me sorprende cuando escucho en los parlantes de mi bello Guidxiyaza los anuncios sobre los mariscos que se ofrecen en el puesto denominado El tamarindo. Mayormente son productos de primera calidad, como ningún otro lugar. Encontrarás el robalo, la mojarra plateada, el pargo, el gulusho, el camarón, entre otros. Mayormente esos productos lo traen de San Francisco del Mar, viejo poblado. Son productos finos, que, a gusto del paladar de las familias ixhuatecas, pasan a formar parte de la alimentación primordial, o sea, que nos damos el gusto de reyes.

 

Pero algo muy importante para reflexionar, amigos, es ¿por qué en Ixhuatán no podemos hacer lo mismo? Simple y sencillamente porque es cuestión de cultura. Me refiero a la cultura de preservación, que por muchos años los hermanos huaves les han inculcado a sus hijos para que el producto del mar les perdure por muchos años. No como nosotros: no nos importa el tamaño de los mariscos, sino la cantidad, aunque estos sean del tamaño inapropiado para el consumo.

 

Conversación con el señor Jorge Hernández Vázquez, pescador originario de nuestro bello Guidxiyaza.

'Ser pescador no cualquier canijo lo aguanta'

Clemente Vargas Vásquez

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