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Desconozco si mi madre me arrullaba con alguna canción en mi niñez o hizo lo mismo que vi hacer a muchas madres de la época, quienes, para arrullar a sus nenes, no cantaban canción de cuna alguna, sino  emitían repetidamente la onomatopeya usada para guardar silencio. Aun así, cuando, en febrero de 1985, escuché la canción de arrullo zapoteca “Gazi si nana” (Que duerma la nana), del disco “Canciones de vida y muerte en el Istmo oaxaqueño”, editado por el INAH en 1984, con investigación y notas de Violeta Torres Medina (INAH-DEMLO), de inmediato la reconocí como si de siempre la hubiese escuchado.

 

Cosa curiosa, de mi abuela Tina Amador recuerdo muchas cosas, menos alguna canción que ella cantara en el tiempo que viví a su lado. En cambio, de mis padres guardo varias tonadas, que, cuando las escucho, me acuerdo de ellos en el acto.

 

En el pueblo fui alimentado de canciones principalmente por las estaciones de radio foráneas y los tocadiscos de don Vidal Ruiz y don Alfredo López Lena, este con su cine Lux. Escuché todo: Cri-Cri, los boleros de la época y, por supuesto, las rancheras y corridos con diversos intérpretes. Dos canciones: “Dios nunca muere” y “Las golondrinas” aún hoy me entristecen –porque me remiten a la muerte- cuando las escucho. “La última palabra” la vine a escuchar tiempo después en Juchitán, cuando allá estudié la secundaria.

 

Adolescente, en el Distrito Federal (DF), continué explorando la música en inglés que en Juchitán había comenzado a hacer, sin olvidarme de las canciones en castellano. La radio y algunas revistas me auxiliaron para satisfacer mi curiosidad musical. De ese modo escuché y conocí todos los géneros musicales, incluyendo aquellos que tienen fama de ser difíciles y selectos.

 

Fue en el DF precisamente, en casa de mis primos Cabrera Nieto –año de 1971-, donde escuché la música istmeña, que, si bien es cierto la había escuchado profusamente en Ixhuatán y Juchitán en las estaciones de radio XEKZ, XEUC y Radio Hit, no le había prestado mayor atención. Desde ese tiempo, a las doce en punto del día, en la XEKZ, tocaban “La Zandunga”. La  otra canción emblemática del Istmo, “La Llorona”,  llamó mucho mi atención el hecho de que la grabara el español Raphael en 1967-1968, así hubiese sido una versión muy distinta a la que yo había oído. Cuando hizo lo mismo con “La Zandunga”, mi decepción fue mucho mayor porque no reconocí a la que tradicionalmente había escuchado y sentí rabia por el plagio. Más tarde comprendí que los orígenes de nuestra “Zandunga” eran andaluzas. ¿Plagio nuestro, istmeño, a España? Así lo ven ellos.

 

Gracias a mi inolvidable tía Adelaida Nieto, lejos del pueblo, en el DF, comencé a apreciar la música de mi raza zapoteca, la que, como ya dije, siempre escuché sin prestarle la debida atención, como algo propio del ambiente o paisaje. Ella, cada vez que le ganaba la morriña, tocaba los discos del juchiteco Saúl Martínez, “El trovador del recuerdo”, acompañándose de la banda Ada, de Juchitán. Sus interpretaciones de “Lucero de la mañana” y “Petenera”, aunadas a “La vida es un momento” y “La misma noche”, del genial Chuy Rasgado –escuchadas en 1969 en casa de mi tía Julia Henestrosa con Los Arieles-,  son de mis preferidas desde entonces.

 

De regreso al terruño, no solo pude aquilatar mejor nuestra música regional, sino que mi interés en querer saber si eran nuestras o de otros lares aclimatados a nuestra región creció. Así, supe que a algunos sones se les había dotado de letra cuando en su origen no lo tenían, mientras que de otros fueron cambiados sus títulos. Leí una publicación de 1964, de la autoría de Carlos Iribarren Sierra,  que encontré en la casa de cultura de Tehuantepec, en los tiempos que escribía mi primer libro: finales años 80. En él acusa a Andrés Henestrosa de haber plagiado un son de título “Micaela”, poniéndole letra y llamándolo “La Martiniana”. En las varias ocasiones que conversé con Macario Matus, cuando fue director de la casa de cultura de Juchitán, me comentó en relación a esa controversia sin que le prestara la debida atención, cosa que llegué a lamentar.

 

En los años 80, leí “Prosa presurosa”, libro con artículos de Henestrosa publicados en Excélsior del año 1980-1981. En un texto titulado “Historia regocijada” apuntó que escribió “La Martiniana” la noche del martes 17 de diciembre de 1957 y que se tocó por primera vez al día siguiente. Ahí dijo también que el nombre no la había puesto él, sino el director de una banda de música de Juchitán. Expone que lo acusó de plagio un músico de Tehuantepec –Iribarren Sierra, apunto- y que otro dijo que el título original era “Laureana”, e incluso afirma que otro músico, por defenderlo, expresó que lo llamó “La Martiniana”, por el nombre de su madre, Martina, cosa que él negó.

 

Adán Cruz Bencomo, por su parte, en el año 2001, al publicar la biografía de Henestrosa, escribió que “La Martiniana” se compuso en Juchitán en casa de un doctor de apellido Marín –quizá Florentino, anoto-, que  había sido inspirado en un son anónimo que lo mismo era conocido como “Micaela” que “Laureano”. Informa también que Henestrosa le dijo que el músico director de la banda al que le preguntó por el nombre de la melodía se llamaba Laureano Martínez.

 

Hay que hacer notar que en ese año de 1957, Henestrosa era candidato a diputado federal por el PRI y que justo el 18, cuando dijo se estrenó la melodía, llegó a Juchitán el licenciado Adolfo López Mateos, candidato presidencial. Henestrosa  era, pues, parte de la comitiva del candidato, amigo suyo desde 1929, a raíz de otra campaña presidencial: la de José Vasconcelos.

 

En una entrevista que le hice en junio de 1999, le pregunté a Henestrosa sobre el plagio del que lo acusaban los tehuanos. Molesto, me respondió que, si había plagiado a alguien, en todo caso lo había hecho a España, ya que, para él, la música istmeña tenía ese origen. En las postrimerías de su vida me dijo que no cobraba regalía alguna por sus 10 canciones más conocidas, ello porque nunca las registró como suyas. Quizá así fue hasta cumplir 99 años de edad, según deduzco de lo dicho por el miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Víctor de la Cruz – www.jornada.unam.mx/2011/01/15/oja165-sones.html-, quien, después de leerlo, me hace suponer que las melodías al parecer fueron registradas, si no por Henestrosa, sí por sus herederos. Por considerarlo de mucha importancia –ya que arroja luz sobre un tema que en Ixhuatán poco se sabe-, cito en extenso a Víctor de la Cruz. Primero, la parte relativa a que dichas melodías no estaban registradas por Henestrosa: “En 1982, los hermanos Toledo Matus, Felipe y Francisco, dieron a conocer un disco de 45 revoluciones, cuatro sones tradicionales con letra de Andrés Henestrosa: ‘Martiniana’ (anteriormente ‘La Micaela’), ‘La Paulina’ (antes ‘Xadaneña’), ‘La Ixhuateca’ (antes ‘Guetabiade sidi’) y ‘La Vicenta’, la única que conservaba el nombre original del son; donde después del nombre del autor de las letras aparecía la palabra pendiente (de registro). El disquito fue presentado en la cuarta de forros por la hija de Henestrosa, Cibeles, quien reconoce: ‘Las canciones que aquí se reúnen se inspiran en viejos sones de la región istmeña, ligeramente retocados, recreados […] La aceptación de algunas de las canciones –letra y melodía- que ha compuesto justifica que autorice su divulgación. Ninguna está registrada’”.

 

Dos párrafos después, anotó: “Para conmemorar los 99 años de don Andrés Henestrosa, en el año 2005, sus descendientes y amigos le dedicaron un disco llamado ‘Homenaje a Andrés Henestrosa 99º aniversario de su natalicio’, en el que aparecen seis títulos, de los cuales tres cambian el nombre original de los sones en los cuales se basaron las letras: ‘La Paulina’, ‘La llorona’, ‘La Vicenta’, ‘La Martiniana’ (antes ‘Micaela’), ‘Oro, coral y bambú’ y ‘La Ixhuateca’ (‘Gueta biade sidi’). Sin embargo ya no aparece la palabra ‘pendiente’ que leímos después de los cuatro sones en 1982, sino simplemente el nombre del escritor y de una compañía, ODESA, que supongo los registró. Y del reconocimiento que hizo su hija Cibeles de los sones tradicionales, en 1982, a los cuales les puso letra, pasamos a su ‘producción’ en música, según las palabras de su nieto, Andrés Webster:

 

“’Se trata de un escritor polifacético cuya obra incluye la narrativa, el ensayo, la poesía y hasta la música. En este último género, quizá su producción no ha sido tan vasta, pero algunas de sus canciones se han convertido en emblema de su tierra, el Istmo de Tehuantepec…’.

 

“Yo diría que su obra tampoco fue vasta en la poesía y menos en la música, donde estamos ante hechos ilegales, ¿en dónde quedó la ética de los intérpretes y los editores? Porque a los 99 años seguramente el escritor ya no se encontraba en condiciones de corregir esas pequeñeces, que en el caso de otra pieza: ‘Oro, coral y bambú’ está cargada con algo más de dudas, pues tiene un poco más de historia”.

 

Historia que Víctor de la Cruz, acto seguido, apuntó: “De acuerdo con Wilfrido C. Cruz, ‘La Sandunga’, encarnación de gracia y donaire, sólo puede ser la mujer juchiteca o tehuana, ‘oro, coral y bambú’, como lo reza una popular estrofa de una canción. Esta afirmación fue publicada en 1946, en su libro ‘Oaxaca recóndita’. Desgraciadamente Cruz no escribió el nombre de la canción y quién fue el autor que hizo semejante aserto; sin embargo, no fue sino cincuenta años después, en los noventa, cuando el arquitecto juchiteco Álvaro Guerra difundió en un cassette una canción con el título del verso citado por Cruz y con una melodía que se toca en los límites de Oaxaca y Chiapas, adjudicándosela al escritor Andrés Henestrosa; pero ni el supuesto autor ni el intérprete aclararon por qué esta adjudicación tardía ni cuál era la extensión del derecho de autor del compositor: ¿fue supuestamente autor sólo de la letra o también de la melodía? Y la mención temprana que hace Cruz de este verso tampoco se menciona. Ahora que los tres están muertos, ¿quién nos podrá dar la respuesta correcta?”.

 

En efecto, en un disco grabado con motivo de los 93 años de Henestrosa, esto es, del año 1999, compuesto por 10 canciones que canta su hija Cibeles acompañada del trío Monte Albán, se lee el título de una de ellas como “Las juchitecas” y subtitulada –entre comillas, señalando el préstamo, así lo entiendo-, de este modo: “oro, coral y bambú”, disco que contiene las siguientes melodías: “La Llorona”, “Algo me dicen tus ojos”, “La Martiniana”, “Las juchitecas: oro, coral y bambú”, “Paulina”, “Recuerdo y olvido”, “Vida y muerte”, “La ixhuateca”, “Vicenta” y “La Llorona”. En lo personal, me encantan los versos que Henestrosa compuso a “La Llorona”.

 

En su texto, Víctor de la Cruz apunta que Henestrosa no fue el único que puso letra y le cambió el nombre a sones antiguos, sino que muchos otros lo siguieron haciendo. Así lo dijo: “Ni los dos más grandes compositores binnizá, Eustaquio Jiménez Girón (Taquiu Nigui) y Juan Jiménez (Juan Stubi) resistieron la tentación de poner letras, ya fuera en diidxazá o en español, a los sones tradicionales; sin embargo, nunca pretendieron apropiarse de ellos. Yo mismo caí en la tentación de poner una letra en español al son llamado ‘Frontera del Sur’, pero respetando su nombre original que interpretó Gonzalo Pineda de la Cruz, quien le agregó otras dos cuartetas”.

 

Víctor de la Cruz también recuerda que el son “Paisanita”, letra de Saúl Martínez García (1914-1969), quien la grabó, es la misma “Guetabiade sidi”, que en manos de Henestrosa se convirtió poco después en “La ixhuateca”. Esta misma observación me la hizo en Ixhuatán el músico Adán Orozco Torres en el año de su muerte, en los 90, mientras que, a finales de los 80, un estudiante juchiteco cuyo nombre ya olvidé me contó lo mismo.

 

Vemos, pues, cómo melodías antiguas del anónimo tientan a compositores y escritores de distintas calidades, quienes no solo buscan traducir en palabras las emociones que dicha música les despierta, sino que, con ello, van en pos de alcanzar la fama perecedera. En ese sentido, el trabajo de Víctor de la Cruz pone a cada quien en su sitio, dejándole al público la última palabra en cuanto a la aceptación se refiere. Muestra el plagio y a los plagiarios como asunto que debiera combatirse y corregirse. Propone lo que debiera hacerse cuando escribe: “¿Qué podemos hacer para salvar a la mayoría de los sones istmeños desconocidos, para salvarlos de los compositores inmorales y de los plagiarios? Yo creo que la tarea pendiente y urgente es hacer un registro de ellos, a cargo de investigadores honestos, en cintas magnetofónicas y discos para no lamentarnos de su pérdida de la memoria colectiva o de su robo; posteriormente registrarlos por escrito, como ya lo está haciendo José Hinojosa mediante arreglos para banda sinfónica”.

 

Plagiarios y piratas de derechos de autor de obra artística los ha habido en todo tiempo y lugar, más en los actuales, según podemos constatar casi a diario. En ese contexto, Andrés Henestrosa no es aceptado -por quienes saben de música- como autor de canciones a las que les cambió el nombre y les puso letra. Desde 1957 lo persigue el sambenito de plagiario. A pesar de ello, es innegable la aceptación popular que sus letras tienen entre la gente debido a la calidad de las mismas, lo que obviamente no borrará la verdad de la realidad.

 

Por mi parte, desde hace un tiempo conjeturo que “La Martiniana” pudo ser llamada así por el apellido Martínez del director de la banda, quien posiblemente se la adjudicaba como propia. O que él la incorporó a su repertorio ya con dicho nombre, quizá proveniente de Tehuantepec, en donde parece que surgió. Ahora que, si revisamos la letra de Henestrosa, esta no habla de mujer en particular alguna, madre o amor materno, sino del olvido, el recuerdo y, principalmente, de la muerte, para la que se pide que, en vez de llanto, tenga melodías  del Istmo, tal y como ocurre entre los zapotecas.

 

Ahora me pregunto: ¿de haber sido Henestrosa quién puso nombre a la vieja melodía, no habrá querido hacerle un homenaje al héroe cubano José Martí, una de sus grandes devociones? De él no solo escribió mucho y prologó cuanta obra se refiriera a su persona, sino que uno de sus últimos actos fue entregar en La Habana, en 2001, a la Biblioteca Nacional José Martí, un volumen de los “Versos sencillos”, quien de puño y letra Martí se la dedicó en 1892 al poeta Manuel Gutiérrez Nájera. El término martiniano/a es más ad hoc para nombrar lo relativo a Martí. Elucubraciones mías, nada más, ya que Henestrosa nunca lo dijo. 

 

En Ixhuatán, la canción “La ixhuateca” de Henestrosa va a la zaga de otra que compuso el juchiteco Gonzalo Pineda con el mismo título. Merecidamente, creo yo, por definir mejor el sentir popular. No así “La Martiniana”, a la cual nadie desbanca no solo en Ixhuatán, sino en el mismo Istmo de Tehuantepec. Asimismo, si escuchamos las viejas canciones originales “Micaela” (“La Martiniana”), “Guetabiade sidi” (“La ixhuateca”) y  “Xadaneña” (“La Paulina”), nos damos cuenta de que las letras que  Henestrosa les compuso no solo tienen una calidad que salta a la vista, sino que gustan de inmediato.

 

Finalmente, en lo que atañe a mi dispositivo de almacenamiento emocional –como alguien llamó atinadamente en Twitter a las canciones-, registra a la banda Donají –fundada en 1964- tocando los sones del Istmo. Y, por supuesto, el vals “Celosa”, de Margarito M. Guzmán, compuesto en 1916, y el son “Tanguyú”, de Carlos Iribarren Sierra, ambos tehuanos, con la interpretación magistral de Elba Cabrera. ¿Quieren comprobarlo? Aquí os dejo los enlaces: https://www.youtube.com/watch?v=MJJouAVwPFQ y https://www.youtube.com/watch?v=syHF6xJagck.

Sobre plagios y plagiarios

Juan Henestroza Zárate

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