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Hay un tema que siempre me ha inquietado. Cada vez que visito ese lugar donde se encuentra mi ombligo enterrado, vuelvo una y otra vez a la misma pregunta: ¿por qué algunas paisanas no hicieron lo posible por alcanzar sus sueños?, esas metas que tenían cuando eran niñas, esas ganas de salir adelante, de ser una enfermera, maestra, ingeniera, cantante, bailarina, futbolista profesional, etcétera. “Ya qué más me queda”, me comentó una buena amiga que, con una sonrisa nerviosa, puntualizó: “No supe aprovechar el esfuerzo de mis padres”.

 

Algunas han dejado inconcluso su nivel medio básico. Lo curioso es que no abandonan la escuela por motivos económicos, sino porque el destino es tan cruel que les puso al amor de sus vidas a esas alturas. Muy pocas terminan su nivel medio superior. Es aquí donde los ingresos de papá y mamá no son suficientes para salir de casa e ir a estudiar lo que quisieran. El consuelo para algunas es presentar examen en alguna escuela normal del estado, pero, cuando eso no pasa, el único escape es desilusionarse, buscar algún trabajo y el destino de casi todas: casarse.

 

Son una minoría las chicas que se aventuran y logran concluir una carrera profesional, lo que trae consigo una gran motivación al ser las primeras en la familia en lograr concluir la universidad.

 

Lejos de la fuerza de voluntad que debe existir en cada integraleña, término con el que se nos conoce por vivir en ese bello lugar rodeado de árboles y donde el salitre hace de las suyas, puedo asegurar que existen algunos fenómenos que impiden que mujeres con una mente brillante cumplan sus sueños.

 

La deserción escolar tanto en el nivel medio básico como en el nivel medio superior se da por la edad de la punzada. Muchas adolescentes pierden la cabeza con el primer chico que les hable bonito. Lo que no logro comprender son los motivos por los cuales ellas deciden huirse con el novio, que ellas decidan es lo más ideal.

En muchas ocasiones y lo más común es ver el patriarcado disfrazado de costumbres y tradiciones. Cuando mamá y papá se enteran de que la hija ha perdido su virginidad, en lo primero que piensan es en casarlos sin tomar en cuenta si la chica o el chico están decididos a dar ese significativo paso. Lo triste es que, cuando el novio no quiere casarse, viene algo muy cruel e inhumano: ponerle precio a la virginidad de la mujer. El chico tiene que pagar la cantidad que los padres pidan por la virginidad y “honra” de su hija.

 

Por otra parte, se encuentran las chicas que sí pudieron concluir su preparatoria o bachillerato y que, al no ser aceptadas en alguna escuela donde hayan presentado examen para la universidad, regresan a casa con una gran decepción. Unas se van a buscar oportunidades que les permitan cumplir algunas de sus metas, pero lo más común es quedarse en el pueblo y casarse. En este caso, hace falta el hambre de la superación, las ganas de cambiar el rumbo de la historia y no repetir las mismas acciones de siempre porque, cuando se quiere, se puede.

 

No dudo de que la felicidad las acompañe, y eso es lo importante, pero hay mucho que trabajar para apoyar y orientar desde la infancia a mis paisanas y juntas trabajar por una mejor calidad de vida y, sobre todo, para que cada una de ellas logre cumplir por lo menos una de sus metas.

 

Las incógnitas seguirán estando en mi cabeza mientras no haya alguien que me las responda: ¿qué hace falta para que exista un mayor número de integraleñas profesionistas? ¿Por qué hay tantas bodas adolescentes? ¿Cuándo dejaremos de atentar contra los derechos de las mujeres a través de nuestras costumbres y tradiciones? ¿Hará falta educación sexual? ¿Es necesario mayor comunicación y confianza en las familias? Estas y un sinnúmero de preguntas recurren a mi mente cada vez que regreso a mi tan amada cuna.

Sueños frustrados

Anel Sánchez Cortés

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