Cuando alguna persona me dice que el feminismo no es necesario que las mujeres y los varones tenemos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo, o que el empoderamiento de las mujeres es un pretexto para sentirnos superiores, me basta recordarle que, hace 61 años, las mexicanas no podíamos ejercer el voto, mucho menos ser consideradas para contender por un cargo de elección popular. Las mujeres no éramos ciudadanas.
El 17 de octubre de 1953 y tras casi seis décadas de lucha política feminista, apareció en el Diario Oficial de la Federación un decreto en el que se anunciaba que las mujeres tendrían derecho a votar y ser votadas para puestos de elección popular, por lo que en las elecciones de 1955 las mexicanas pudieron depositar su decisión en las urnas, es decir, 131 años después de que los ciudadanos varones mexicanos lo hicieron por vez primera.
Antes de esa fecha, las mujeres que vivíamos en la República Mexicana no teníamos voz ni voto –literal- en la vida del país, pero sí contribuíamos desde nuestros roles impuestos a la conformación de la vida democrática nacional: desde la época prehispánica en las actividades productivas, en la colonia sirviendo sin más opción al proceso de mestizaje, en la lucha de Independencia y la Revolución Mexicana como la base trabajadora que mantuvo al país económica y socialmente a flote, así como en la construcción del México contemporáneo, cuando ya pudimos asistir a las universidades.
Pero siempre habíamos tenido el papel de la pre producción de las luchas sociales y políticas del país. Antes de 1953 no habíamos sido las protagonistas de estos cambios que se estaban registrando y fue gracias a la lucha feminista que no busca más que eliminar toda desventaja y alcanzar la paridad de circunstancias y derechos para la gente que habita este planeta.
Es por eso que hoy es un día para reconocer los avances que hemos ido logrando las mujeres de México, pero también es un día para reflexionar si esta lucha realmente nos está encaminando a materializar esta equidad, porque estamos votando por las y los candidatos que creemos mejor nos representan, y seguimos pugnando porque nos dejen ser votadas en los procesos electorales pese a toda la misoginia y discriminación que priva al interior de los partidos políticos, pero ¿realmente están los políticos elegidos abanderando y trabajando por nuestras demandas?
Para que las mujeres estemos adecuadamente representadas en los puestos de toma de decisiones en nuestros municipios, entidades y congresos locales y de la Unión, estos tienen que estar ocupados por mujeres, en lo cual llevamos un incipiente avance.
Por mostrar un ejemplo, actualmente en Oaxaca hay 570 alcaldías de las cuales sólo 15 son presididas por mujeres pese al trabajo político constante que muchas de ellas desarrollan a diario. Es decir, cuando se trata de acarrear gente a los eventos de campañas políticas, cuando hay que organizar a las y los ciudadanos para que emitan su voto, o el día exacto de los comicios electorales, las mujeres existimos, en el resto del universo democrático mexicano no existimos, seguimos sin ser tomadas en cuenta, tenemos derecho al voto pero nos dejan sin voz, nos sacan vilmente de los acuerdos internos de los partidos políticos, nos aplastan si intentamos perseguir una candidatura.
De acuerdo a la Asociación civil feminista “Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca” la desigualdad social que priva en Oaxaca y en especial en sus municipios indígenas afecta doblemente a las mujeres, como lo demuestran los bajos niveles de bienestar básicos.
“La participación de las mujeres en los espacios de toma de decisiones sigue siendo deficiente y marginal debido a un contexto político y social que propicia y sostiene las inequidades, sumado a factores culturales que limitan la participación de las mujeres”, explica el organismo feminista.
Es así, no hay forma de aspirar a puestos de representación popular si se mantienen esos niveles de rezago, pobreza, violencia de género, discriminación y analfabetismo, en los que las niñas y las mujeres son las principales afectadas, y esto no va a cambiar si quienes nos representan siguen ignorándonos.
Entonces, la reflexión debe ir en torno a quiénes son las personas que estamos eligiendo. Las mujeres no estamos decidiendo conforme a nuestras necesidades y las de nuestro género, y si sí lo estamos haciendo pero no nos están cumpliendo, entonces tenemos la obligación y el deber de alzar la voz y exigirles que los hagan.
Por otro lado, con nuestro voto a favor de candidatos varones impuestos por la cúpula y gracias a la falta de movilización política en apoyo a las mujeres que buscan un cargo de representación popular, las mujeres estamos echando por la borda la lucha democrática que las mujeres iniciaron en México hace más de seis décadas.
De nada servirá contar con una legislación electoral que nos garantice paridad de género en las candidaturas si nosotras seguimos votando por los varones que difícilmente representarán los intereses de las mujeres antes que los de su propio género, es más, antes que los de su partido político o los propios.
Es momento de impulsar la lucha de otras mujeres, incluso de analizar si en nuestros intereses personales se encuentra aunque sea muy en el fondo el de abrirse paso en la política, incluso desarrollar proyectos de ley o ciudadanos que tengan como fin el empoderamiento político de las mujeres de nuestro país.
El derecho a sufragar y a ser electas es un avance significativo en la construcción democrática de nuestra nación, pero es el inicio. No nos conformemos con eso, la crisis que envuelve a México y que impacta con mayor fuerza y peores efectos a las mujeres, urge a que nos levantemos del cómodo letargo y comencemos a alzar la voz, las ideas y a pensar mejor nuestro voto.