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Todos toman, y no dinero, al contrario: todos dejan, todos gastan, todos tomamos.

 

En el roblito, allá en la Isla del León, en donde mi abuelo vigilaba el horizonte desde su hamaca mientras el sol se apagaba dándole su vida al candil de mecha, se escuchaba el arrastrar cansado de las parlamas que lloraban en las costas magentas aquellas noches, cuando la luz azul de las estrellas distantes iluminaba a mis abuelos en sus noches calladas; ellos solos cenaban al calor del horno y dormían como dioses en aquel ambiente extraterrestre, lejos del mundo, lejos del sol.

 

Esos recuerdos de aquellos lugares siguen vivos en mi memoria. Cada que alguien destapa una cerveza era escuchar ese sonido, el olor cuando mi familia llegaba a ver a los viejos y por cartones cargaban las caguamas, se intoxicaban hasta el amanecer, con canciones de arena y músicas del mar, todos tomaban, desde aquellos tiempos. El único que no se encuentra ahora es el abuelo, pero otros tomamos su lugar cada que alguien pasa el alcohol.

 

“Se encuentra al sur de Oaxaca. Tiene las coordenadas 94°29' de longitud oeste y 16°21' de latitud norte, en una altura de 10 metros sobre el nivel del mar”, reza una página de “información”.

 

Debido a su ubicación geográfica, nuestro pueblo es un lugar con climas a los cuales cualquiera se puede adaptar, con ligeros vientos fríos en invierno, vientos secos en octubre, vientos cálidos en mayo y vientos húmedos cuando San Lucas quiere. Ixhuatán se abre paso en una variedad bastante agradable, pero existe algo que nos identifica con aquel pueblo del que se refiere Abundio:

     “Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno, regresan por su cobija”. Aquí aún no es un Comala, pudiera ser que algún día lo fuera, quizá regresaría preguntando por Agustín Carrasco, y el calor seria el mismo como el que ahora nos envuelve, ahora no quiero ver almas en pena.

 

Las altas temperaturas requieren que el cuerpo haga un esfuerzo por mantener su estado normal. A veces se le “echa la mano”.

 

Desde que naces y vives en el pueblo, ir por las cervezas es un mandado hasta que te tomas las tuyas. En Ixhuatán, esa cultura del alcohol es algo que nos tiene presos en ese mundo del que no sabemos más, bueno, no tiene nada de malo que tomemos dos o tres cartones, pero ¿qué pasa con las nuevas generaciones que algún día fuimos, imitamos eso, crecimos con eso, creyendo que estaba bien o que no estaba tan mal, y así vamos creando más esa cultura que nos pesa como pueblo, que parece tenernos ahí dentro de ese capullo?, pero, claro, hasta en las fiestas escolares hay cerveza. No quiero radicalizar el asunto como antes me gustaba hacerlo, solo pensar un poco en cómo y qué tanto nos afecta como ciudadanos, hasta qué punto un alcohólico perjudica de una u otra manera, como la gente trabaja toda la semana para ir a derrochar su dinero el viernes, sábado y domingo en El Suspiro, en El Resbalón o, ¿porque no?, en alguna tienda. ¿Qué hacen las autoridades? ¿Qué han hecho o que piensan hacer? Hasta dónde yo sé, todos tienen un horario y nadie lo respeta, el alcohol es irrespetuoso, es arrogante y barato, así mismo es un alcohólico.

 

En las venas de Ixhuatán fluye la historia de un pueblo que se ha fermentado cual taberna bajo las luces amarillas, sobre la arena caliente en un ambiente caluroso al ritmo de un Son Calenda que entra por las tejas de las casas y se pega en el lodo de ellas, que pudre las maderas y las casas se olvidan y afuera es bastante la gente que, bajo el efecto que cuatro o cinco grados, habla tranquilamente.

 

Es la tradición del cartón y la botana, una tradición que sigue viva y lucha contra la modernidad en su intento por ser más libres bajo ninguna regla.

Todos toman

Franco Carrasco Aguilar

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