Un llamado desde este texto
a analizar los aspectos negativos
que deberían cambiar en nuestra idiosincrasia,
como la cosificación de las mujeres en las tradiciones.
Vivir fuera de mi tierra natal y relativamente lejos (a unas 10 horas por carretera) es uno de los cambios que afronté hace 19 años para materializar mi enorme deseo de estudiar la universidad. Era muy joven y creía firmemente –porque así te lo dicen todos desde que naces- que la educación superior es el mejor camino para alcanzar tu metas varias y contribuir a la comunidad, al mundo entero, pues. No es cierto, ahora lo comprendo. Pero no me arrepiento porque casi siempre tomo mis decisiones sin consultar a nadie y es así como he forjado mi camino.
Esta introducción de índole personal es para añadir otra más: todos los días extraño a Oaxaca y sus tradiciones culturales, artísticas, las familiares, incluso las religiosas pese a que no profeso ninguna doctrina, y mi más constante sufrimiento es añorar la tradición gastronómica. He realizado viajes relámpago solo para ir a comprar ingredientes específicos o para tomarme un champurrado con hojaldras recién horneadas.
De tradiciones están hechos los pueblos, las comunidades, las familias, los países y toda comunidad organizada; son el reflejo de lo que las personas como seres con identidad colectiva consideran valioso como para transmitirlo de generación en generación.
No todas las tradiciones son de mi agrado, algunas han ido transformándose, renovándose o tergiversándose por completo, de acuerdo con la conveniencia de quienes las impulsan o patrocinan porque, hay que reconocerlo, las tradiciones tampoco se escapan del factor económico ni de las jerarquías, de quien esté en ese momento en los espacios de mando. El que esté libre de capitalismo que lance la primera moneda.
Y entre las tradiciones que no me gustan y califico como violentas y peligrosas está la de elegir a las mujeres que representarán a las fiestas patronales, ferias del pueblo, carnavales paganos y demás festejos a través de la exhibición de sus características fisiológicas con base a un estándar de belleza estereotipado sobre el que opinan y deciden en su mayoría varones.
Una vez más, las mujeres colocadas como objetos, insignias, decoraciones, trofeos, COSAS, que representan a toda una población y sus tradiciones. ¿Eso somos en verdad? ¿Eso nos llena de orgullo y satisfacción? ¿Es necesario transmitirles a las niñas de nuestras comunidades que es un sueño a alcanzar ser la reina de un carnaval? ¿Es sano llenar a las mujeres desde la infancia de todos esos estereotipos? ¿El valor de una mujer reside en su fisionomía?
De inicio, ese machismo de sobreestimar lo femenino si eres mujer y ridiculizarlo si se trata de varones. Por ejemplo, al rey de los carnavales se le denomina “Rey Feo”; después, la sobreexigencia a las mujeres en los requisitos para aspirar a ser la reina de cualquier festividad: o ser muy bonita, guapa, alta, con personalidad, garbo, estilizada, delgada y todos esos estúpidos cánones de belleza anglosajona o tener paga, ser la hija del mayordomo, del alcalde o de quien haya patrocinado la celebración; y finalmente, el mecanismo de elección, cualquier que sea es humillante porque está basado en el escrutinio de las participantes por parte de quienes se aplastan a fisgonearlas. Esos es acoso, hay una ley federal que lo establece.
Y precisamente esto es lo que no cambia en las tradiciones. Se modifican y adaptan nuevos elementos, se eliminan otros, se van introduciendo influencias de quienes llegan o van de paso, pero lo relacionado a seguir cosificando a las mujeres persisten, no se mueven, gustan tanto que las mujeres en lugar de rechazarlo y abogar para que deje de hacerse, son las primeras en desearlo y promoverlo.
Y no es culpa de las mamás, porque nos echan la culpa de todo siempre. Hay todo un sistema patriarcal y capitalista –que es lo mismo- con la misión de crear a las mayores consumistas de la sociedad, tan obsesionadas e inconformes con ellas mismas que solo existan para satisfacer el deseo de ser aceptadas: la familia, la religión, los medios de comunicación, las leyes, el gobierno, la iniciativa privada, los programas asistencialistas, los centros escolares, todos son parte del engranaje de esta trampa para las mujeres desde antes que nazcan. ¿Qué color es la ropa que le compran a las niñas que no han nacido?
Este tipo de factores en las tradiciones son los que deben modificarse y, si es posible, desaparecer. No puede ser parte de una tradición algo que daña a un sector de la humanidad, porque tal vez en nuestro hermoso estado solo se quede en un concurso pueblerino o local, pero hay países que lo llevan al plano internacional, como el caso de Venezuela y su fábrica de candidatas a “Miss Universo”.
En la ciudad en la que radico, el gobierno local emitió hace algunas semanas la convocatoria para la reina del carnaval tuxtleco de este año. El documento exigía a las participantas requisitos como facciones físicas destacadas, personalidad, ser jovencitas, solteras, sin hijos, y por supuesto que una de las etapas para la elección de la ganadora implica pasarelas frente a los jueces y, además, facilidad de palabra, o sea, bonitas y listas. Me pregunto, ¿qué es ser bonita? ¿Por qué eso me tiene que dar ventajas como mujer? Y si soy inteligente, además, como por qué razón permitiría que me traten como objeto a acosar sexualmente.
La cuestión es que un grupo de feministas de Chiapas y otros sitios del país elaboramos, difundimos y firmamos un documento de rechazo a ese y todos los certámenes que cosifiquen a las mujeres. No estamos en contra de las tradiciones, sino de que estas conserven elementos que van en contra de la dignidad de nuestro y todos los géneros humanos. Hay convenciones internacionales y tratados que nos respaldan esta lucha.
Logramos que la página de Facebook del concurso se eliminara, la sede fue cambiada porque una de las universidades públicas de Chiapas facilitaría su auditorio y también lanzamos un reclamo al respectivo rector; aún no se ha cancelado el certamen, pero ya les complicamos la organización, y estamos analizando qué acciones siguen para conseguir que no se realice.
Tenemos que sentarnos todas y todos a analizar lo que aportamos a nuestras tradiciones, recurrir a la honestidad, cuestionar lo que tenemos que conservar, enriquecer y lo que debe de desaparecer, no porque no nos gusta, sino porque puede estar atentando contra la dignidad de un grupo determinado de seres “humanxs”.
El sistema patriarcal ha demostrado que no funciona para todos, sino únicamente para quienes lo encabezan, ¿el resto cómo estamos? ¿De qué nos sirve seguir alimentando costumbres y tradiciones que, si bien nos permiten gozar por momentos de nuestro paso por este mundo, no están legando crecimiento, mejoras, ni una mejor sociedad?
No se están perdiendo tradiciones, como mucha gente afirma, se están modificando a favor de unos pocos, de los que llevan la batuta, y sin beneficios de ningún tipo para la gran mayoría, por eso nos hacen eco los cambios. Les invito a reflexionar al respecto. Ni las niñas ni las mujeres somos adornos a admirar ni a ser juzgadas en ningún momento de nuestra existencia. Eso trae repercusiones incluso fatales para la autoestima y en nuestras vidas. No, a la violencia simbólica.