Aunque suene a discurso político, el mensaje de unidad tiene origen ciudadano. Este valor universal ha sido el catalizador de los grandes movimientos sociales y revolucionarios que permitieron el surgimiento de nuevos sistemas económicos, formas de gobierno y diversas conquistas en materia de derechos humanos y, por supuesto, jurídicas, incluso se han creado países y comunidades autónomas en nombre de la unidad.
Unidad es uno de mis sustantivos comunes preferidos no sólo porque es femenino, sino porque tiene al menos cinco definiciones para diversos usos, desde el matemático hasta para organizar las áreas de un hospital o nombrar a un conjunto habitacional, es la maravilla del lenguaje: es personal y universal a la vez.
De acuerdo con los diccionarios del español, “del latín unĭtas, la palabra unidad permite nombrar a una determinada propiedad de las cosas –o entidades- que está relacionada con la imposibilidad de división o separación”, y otros compilados sugieren que, de darse esta separación, se modificaría irremediablemente la integridad o esencia de lo que permanecía en unidad.
Es por eso que la simple fonética de la palabra “unidad” nos sirve de motor para alcanzar objetivos comunes como colectividad que tal vez como seres individuales no tendríamos oportunidad de lograr; la tenemos arraigada desde la infancia porque, además, es un término sobre explotado por la política y en los medios de comunicación.
Hasta hace unos meses, me parecía que las y los mexicanos no teníamos claro ese concepto, el país permanecía indiferente ante las erróneas y malintencionadas decisiones de nuestros gobiernos, no comportábamos como seres egoístas que argumentaban la necesidad de ganarse el sustento diario por encima de los cambios que urgía el país.
Algo pasó. Ese mensaje politiquero para alimentar la paciencia del pueblo, esos sendos sermones que usan las religiones para cooptar más seguidores, esas frases publicitarias que pululan en los medios de comunicación para mantener la conformidad de su público consumidor, que tenían como base la unidad ciudadana, salió a las calles.
Desde los últimos días de septiembre, cuando se difundió el asesinato de seis personas y la desaparición de 43 estudiantes normalistas en Iguala, Guerrero, se desató el nudo de la apatía ciudadana y la unidad impregnó las conciencias y las calles de varios estados del país para exigir justicia.
Y no solo las calles, cientos de centros educativos suspendieron sus labores, las carreteras fueron tomadas y las redes sociales se inundaron de un mensaje de unidad que llamaba a protestar por esta masacre y a exigir justicia. La unidad regresó a quien realmente pertenece: a la ciudadanía.
La desaparición forzada de los 43 jóvenes no es el único crimen de Estado que mantiene a México en la zozobra y colocando los cimientos de un movimiento social, están los feminicidios de 45 mil mujeres desde 1985 a la fecha, la lucha magisterial, las demandas ancestrales de los sectores productivos, el deterioro y la contaminación ambiental, la corrupción en todos los niveles de gobierno y una extensa lista de las problemáticas que están hundiendo al país.
Sin embargo, el crimen de Estado que más requiere de la unidad ciudadana para contrarrestarlo es la miseria en la que vive más del 40 por ciento de la población mexicana según datos oficiales, que en sus encuestas de papel y manipuladas le llaman “pobreza “extrema” e internacionalmente se mide como Índice de Desarrollo Humano (IDH).
El combate a la miseria es la clave para ir quebrando los eslabones de toda la cadena de ilícitos que el Estado comente en perjuicio del pueblo que lo sostiene, es el origen de toda la podredumbre en la que hemos permitido que se convierta esta nación, y aunque es responsabilidad de los gobiernos de los tres niveles reparar el desastre, los ciudadanos y las ciudadanos no podemos seguir sentados esperando a que lo haga, es una ilusión, no ha intención, no lo hará.
El IDH se mide a nivel municipal en México y es en este nivel en donde la unidad de las y los mexicanos tiene que nutrirse y organizarse para superar esos niveles de miseria y rezago en materia educativa, salud, crecimiento económico y desarrollo social.
¿Cuál es la fórmula para erradicar la pobreza? No lo sé. Lo que sí tengo muy claro es que la unidad que estamos demostrando en las calles, en las redes sociales, desde lo personal por el caso de los normalistas secuestrados y presuntamente asesinados en Guerrero, tiene que trasladarse urgentemente a las comunidades de cada municipio del país.
Ese enojo, esa indignación, esta conciencia social que se está impregnando a cuenta gotas en los y las habitantes de este país, no es más que una lenta simbiosis que se ha venido procesando en nosotros a través de décadas de hartazgo provocado por el daño de gobierno “democráticos” que no lo fueron jamás.
Que ese dolor y enojo colectivo mute en la unidad que requiere cada municipio de nuestro estado y de todo el país. La respuesta la tenemos individualmente pero es indispensable construirla de manera colectiva para que exista el compromiso de hacer cada quien la parte que asuma y le corresponda.
Los que estemos fuera, regresemos a nuestros municipios de origen aportar lo que sabemos, a terminar de derribar escombros y a construir un mejor realidad para nuestros paisanos y paisanas.
Quienes nunca nos hemos ido, sirvamos para la guía y el consenso de las necesidades apremiantes y reales de nuestras comunidades; quienes estamos muy lejos de nuestra raíz pero ya somos parte de otro territorio, nos volquemos en estas nuevas tierras a fecundar paz y bienestar social.
Tenemos que despojar a la política y a las instituciones de la palabra unidad, que no siga siendo un sueño que nos venden en cada campaña electoral, en los informes de gobierno ni en la publicidad gubernamental.
La palabra unidad es nuestra, de las y los ciudadanos, es la bandera que ondeará en cada ejido, comunidad, municipio y estado de la república mexicana, seamos esa entidad imposible de separar o dividir. Convoquemos, discutamos, propongamos en nombre de la unidad y con miras a reconstruir estos restos de país sobre los cuales nos levantamos a sobrevivir cada día. Es posible.