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El activismo para el logro de los derechos de las mujeres y de quienes integran la comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero y demás elecciones de diversidad sexual abandera diversas demandas, pero expone un argumento común: la lucha contra la misoginia.

 

El feminismo ha expuesto en las últimas décadas que el sistema patriarcal promueve desde sus más profundos cimientos el odio hacia las mujeres para sostener la opresión hacia las mismas, alimenta la idea de la posición de subordinación de ellas ante ellos a través de las instituciones que rigen a las civilizaciones de todo el mundo.

 

Las mujeres vistas no como personas, sino como objetos con respiración propia y un enorme corazón que están sujetas a las decisiones e imposiciones de los varones, seres humanos, pensantes, poderosos y fuertes capaces de dirigir exitosamente al mundo sin que nada los cuestione.

 

Esta misoginia que se propaga hasta en el oxígeno que respiramos afecta a todas y a todos, pero en mayor medida a las mujeres y niñas del planeta entero y, por ende, va encaminada también a oprimir a la comunidad de la diversidad sexual porque han decidido no vivir dentro del esquema heteronormado que impuso el patriarcado.

 

Esto no lo puede aceptar el sistema patriarcal y desborda su misoginia también sobre quienes decidimos rechazar la heterosexualidad y vivir fuera de los estándares binarios de género: hombre-mujer.

 

Y aquí es donde entran los temas de la discriminación, exclusión, violencia de género en todos sus tipos y modalidades, englobados en un término madre: la misoginia, que no es otra cosa que el fomento del odio hacia las mujeres, porque quienes son agredidos por su condición de diversidad sexual se han atrevido a mostrar una condición femenina, ya sea vistiendo como mujer, hablando como mujer, eligiendo como pareja a un hombre siendo hombre, rechazando su miembro viril, ansiando uno, atreviéndose a vivir como hombre aún cuando nació mujer y un largo etcétera que se resume a la trasgresión de desear pertenecer otro género que no acepta la heterosexualidad como un mandato a seguir ciegamente.

 

Si bien esta discriminación se ejerce hacia todas las personas que no encajamos dentro de la heterosexualidad, lo cierto es que se enseña más hacia quienes mostramos una condición femenina.

 

Por ejemplo, un varón que se asume como homosexual, pero que muestra una apariencia “masculina”, no es igualmente discriminado que uno que actúa de manera masculina o que se viste, camina, maquilla, mueve, gesticula, habla y respira “como mujer”; el segundo recibe más saña en los actos discriminatorios, ¿por qué? Porque es socialmente percibido como mujer, es decir, como algo que la mayoría del mundo veja, agrede, somete y excluye.

 

En el caso de la comunidad lésbica, las condiciones son similares. Son mujeres –léase objetos- que se atrevieron a excluir a los varones de su ámbito personal y social, que ponen en riesgo al igual que los varones homosexuales, transexuales, intersexuales, etcétera, el principal objetivo del sistema patriarcal: la reproducción “natural”.

 

Y, si vamos más allá con la comunidad transgénero, transexual, lesboterrorista, pansexual y demás construcciones de género, el rechazo es aun mayor porque comúnmente somos personas que nos oponemos tajantemente a las convenciones y estereotipos socialmente validados por el patriarcado, como las instituciones familiares, los dogmas religiosos, los perfiles masculinos y femeninos concordantes con los géneros hombre y mujer como únicas opciones, la monogamia, entre otros que sí son permitidos a los hombres, pero a las mujeres, no.

 

En conclusión, la comunidad de la diversidad sexual es altamente rechazada, condenada y discriminada por la misma razón que a las mujeres: porque no somos vistas y vistos como varones, que son los únicos que tienen permisividad en todo, y, si no somos vistos como varones en una sociedad binaria y heteronormada, entonces ¿como qué nos ven a todxs? ¡Pues como mujeres! Y por eso nos discriminan.

 

Es algo mucho más complicado, aquí solo es posible presentar el planteamiento como un esbozo que busca por encima de todo unificar esta lucha por el derecho a ejercer la sexualidad elegida con la lucha de las mujeres a una vida libre de violencia.

 

La misoginia es el principal enemigo a erradicar en esta sociedad que condena y mata a quienes nos oponemos a vivir dentro de un sistema que solo funciona para los varones, pero es un odio tan arraigado y alimentado durante tantos siglos y absolutamente desde todas las instituciones y rincones del mundo que es indispensable despojarnos de las formas patriarcales que siguen permeando aún dentro de la comunidad no heteronormada y las mujeres que también deberíamos considerarnos dentro de esta comunidad por el simple hecho de trasgredir el sistema patriarcal.

 

No es posible establecer como luchas separadas al feminismo y a la de la diversidad sexual; por supuesto que las demandas, las necesidades, los planteamientos y movimientos son particulares y específicos para cada género, pero el objetivo es común: acabar con el sistema patriarcal heteronormado y binario.

 

Juntas, juntos, juntxs, todxs, así, con la x de inclusión, debemos iniciar esta trasgresión desde el lenguaje, desde la vida diaria, desde la movilización, desde la academia, desde las redes sociales. Es urgente unificar a momentos esta lucha que no solo nos complica la vida que elegimos, nos está asesinando por la diferencia que estamos estableciendo socialmente. Nos están matando por rechazar el patriarcado, y ya fue suficiente tolerancia, permisividad y pasividad.

Urgentísimo, unificar las luchas feministas y por la diversidad sexual

Cinthya Lorena Vasconcelos Moctezuma

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