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4/6/2016

 

La volatilidad de mis recuerdos son presa fácil del tiempo. Pienso en la fragilidad de mi vida y del ecosistema hoy; hay una gran diferencia entre mi conciencia y la realidad.

 

En Ixhuatán ha existido una diversidad en la fauna que conforma su gastronomía; todavía en la actualidad se preparan platillos con el venado, la iguana, guéla y gran variedad de especies, principalmente animales silvestres que son un manjar para el paladar local. Imagino que todavía han de existir, y la gente ha de seguir consumiéndolos.

 

Los supermercados que hoy nos facilitan comidas rápidas y alimentos chatarras  van a derivar en una sociedad más obesa y enferma si no tomamos las medidas a tiempo. La constitución física de nuestra gente –propia de los campesinos y pescadores– era delgada; recuerdo cuerpos delgados debido a la alimentación más sana. Aún hoy en día podemos observar que esta tradición se mantiene. Yo veía en la infancia hombres curtidos de sol sobre caballos cansados con sus canastos repletos de camarón colgados a los costados mientras le vendían a su paso a quien así lo quería.

 

Todavía se consume carne de res de ganado recién sacrificado o productos del mar recién pescados. Desconozco si hoy las tortillas y totopos de la región se elaboran con maíz transgénico. La gran variedad de alimentos preparados por nuestra gente se ha vendido desde hace tiempo en el mercado, y es un gusto recorrerlo para degustar variedad de platillos.

 

Pese a que en nuestro pueblo la gente aún siembra maíz para autoconsumo, algunos productos ajenos han invadido el gusto de la gente, sobre todo en niños y jóvenes. Hoy la salud en el país está en riesgo grave en un proceso de transición que todavía no es tan alarmante, pero me asombra que la mayoría de los niños de la localidad pueblo no son obesos, a diferencia de otros estados.

 

Consciente del consumo de estas especies en peligro de extinción –aunado al comercio de aves tropicales como nuestro loro real, cenzontle de Mayo y otras que sirven de adorno en las casas–, es alarmante que esa cultura todavía persista. Un ave o cualquier otra especie merecen un respeto, y no se debería lucrar a costillas del sufrimiento de un animal, sobre el cual, para colmo, se piensa que con sus cantos adornan el ambiente y no que denotan el sufrimiento de su prisión.

 

Recuerdo –y mucha gente no me dejará mentir– cómo sobre Ixhuatán parvadas de guacamayas adornaban el cielo con sus graznidos; quisiera pensar que actualmente sucede este hecho. En sus relatos, mis amigos dueños del rancho Piedras Negras me comentaban la presencia de leones que normal u ocasionalmente en sus tierras atacaban al ganado para su sustento; este hecho llamó mi atención, y siempre tuve la curiosidad de ver en su hábitat a uno de los depredadores más evolucionados (en América serían pumas, pero así se les nombraba por el parecido físico con los leones africanos).

 

Sobre el hecho de encarcelar aves me gustaría hacer un exhorto a la sociedad para prescindir de dicha práctica abominable. Se supone que somos la especie más evolucionada (y, si no nos consideramos evolucionados porque nuestro origen es divino, pues en nombre del dios que crean déjenlas libres; adornan más un árbol o el cielo que una jaula. Déjenlas volar, así serán libres, y nosotros, también.

 

Pido una disculpa, pero tal vez nunca me perdonaría no revelarme ante lo injusto, ante quien no se defiende. Somos nosotros los que hemos tomado el destino de nuestro planeta, y debemos ser quienes corrijamos ese rumbo.

 

Si existe Dios, que nos permita ser dignos representantes de su creación y no de lo absurdo, porque el intentar asumir con falsas virtudes el poder y pretender usurpar su lugar en la historia de la humanidad con fines de lucro ha sido una mentira que se postergará para quienes así lo permitan. Porque estaremos en el umbral de nuestra destrucción si sucumbimos ante nuestra necedad.

 

Solo pido –abusando de este medio– que, aunque sea en este pequeño rinconcito de paraíso terrenal, reine la cordura para que futuras generaciones sigan disfrutando, así como quienes un día emigramos regresemos siempre con la alegría de disfrutar esa naturaleza inalterada con sus olores a monte, a tierra después de una lluvia; con la sensibilidad a flor de piel, y, por qué no, ver a nuestras aves volar libres y que adornen el paisaje con sus cantos a todo un pueblo, así como a las iguanas, venados y demás especies transitar en su espacio con toda libertad. No quiero pensar que solo sea una utopía o el sueño de un loco.

 

Un recuerdo vago todavía me viene a la mente cuando en la vieja casa de mis abuelos en Reforma de Pineda, frente a la estación del ferrocarril, solía salir a la calle a caminar un venado macho propiedad de la familia; es inevitable decir propiedad, pero solo de esa manera creo yo era respetado. Era el centro de atención para mucha gente que viajaba en tren, quienes veían con asombro tal hecho sin que nadie alterara su andar con la confianza de quien es respetado.

 

Siendo realista, no dudo de que nuestros pueblos estén en la mira de la avaricia para explotar otros recursos que se sabe existen en la región. Oaxaca se ha caracterizado por defender su entorno para preservar su cultura y su medio. En el estado sus pueblos han sido autosustentables y no han dependido de la importación de los alimentos básicos para subsistir; pero es un arma del sistema para la exigencia de votos y arrodillar a un pueblo.

 

Me pregunto: ¿no hay nada más allá de la gloria del dinero? Si este es más grande que la vida misma, prefiero el exilio de la soledad antes que ver a mi pueblo hundido en la miseria de la industrialización.

Valores perdidos

de un pasado perdido

Manuel Eugenio Liljehult Pérez

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