Llegó Semanasanta (como pronunciamos los ixhuatecos, lo mismo que Salinacruz), y, con esta, el retorno de muchos de los hijos del pueblo entre hojas a la tierra que los vio nacer, así como el de quienes se han vuelto sus hijos adoptivos por el cariño que le tienen.
Este periodo vacacional se espera con ansias por grandes y pequeños por la oportunidad que da para que las familias ixhuatecas vuelvan a encontrarse, para reunirse con los viejos amigos y para disfrutar de nuestro maravilloso Aguachil, el río y el calor primaveral.
Los hay quienes van a clases el último día hábil acompañados con las maletas hechas, algunos dejan todo listo para salir muy temprano y llegar lo más pronto posible al pueblo. Nadie quiere perderse el más mínimo momento de este fugaz evento.
Lo que en el resto del país se realiza la noche previa al Día de Muertos nosotros lo llevamos a cabo el Martes Santo: visitar a nuestros muertos y quedarnos a su lado hasta altas horas de la madrugada. Todo entre charlas, risas, huevos de ceniza y confeti (idealmente, pues no son pocas las gallinas que, al volver al nido, se percatan de que sus hijos han sido hurtados y terminarán en la cabeza de algún niño en la noche), comida, unos tragos y todo lo que se presente dentro y en los alrededores del panteón municipal.
Pero el acontecimiento más importante ocurre en las costas del Pacífico más cercanas a nuestro pueblo, en Aguachil. Algunos se mudan desde el jueves, la mayoría a partir del viernes, mientras que otros solo van el Sábado de Gloria (aunque, hay que decirlo, muchos comerciantes llegan incluso desde antes), pero lo cierto es que ese pedazo de cielo resulta un escaparate de la realidad para cualquiera.
Entre el intenso calor característico del Istmo, las enramadas, los campamentos, el partido de futbol o volibol en la playa, las garnachas, un buen trago con los nuestros, Aguachil se convierte en un lugar paradisiaco que nada le pide a las playas turísticas de México con capacidad hotelera rebasada de principio a fin de este periodo vacacional.
La noche del viernes, las fogatas, las guitarras, las caminatas junto al mar, los encuentros amorosos, los bailes, fiestas y demás prácticas forman un ambiente inmejorable en donde lo imperdonable es que te quedes dormido.
¿Quién no ha sido revolcado por una ola de Aguachil? ¿Acaso hay alguien que no haya tragado medio litro de agua salada de este mar abierto? No hay motivo para no pasarla bien.
Cuando se acerca el atardecer del sábado es momento de regresar a casa. Todos golpeados, quemados, con ganas de que no los toque ni el aire. Pero lo bailado nadie se los quita.
Al día siguiente, a sacudirse el agua de sal en los brazos del Ostuta. Éxtasis total el que se vive bajo los viejos sauces de ese río.
Es Semanasanta, ixhuatecos, y hay que disfrutarla. Les deseo unas muy gratas vacaciones y que todo salga mejor de lo planeado. Hay que tenerle respeto al mar, pues es más fuerte que nosotros; evitemos dejar la basura que desechemos en sus orillas. En esta ocasión, una inédita enfermedad vírica ronda nuestro estado -el chikunguña-, así que procuren ir preparados con repelente lo suficientemente fuerte para no ser alcanzados por los moscos que la transmiten.
Disfrútenlo, ixhuatecos. Ese paraíso es suyo.