“La religión es el opio del pueblo”, sentenció Carlos Marx a mediados del siglo XIX dentro de su crítica a la escuela hegeliana; sin embargo, ¿puede llevarse esta afirmación a una categoría que abarque a todas las manifestaciones religiosas dentro de todas las sociedades?
En Ixhuatán conviven (o, mejor dicho, hay –pues no necesariamente existe un diálogo, y para ello basta hacer un ejercicio mínimo de nuestra manera de actuar al percatarnos por la ventana de que un grupo de señoras con ejemplares de La Atalaya o ¡Despertad!, así como unos jóvenes de pantalón negro, camisa blanca y corbata, tocan a nuestra puerta en busca de establecer un intercambio de ideas, a los que, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera recibimos-) distintas doctrinas o posturas religiosas: tenemos Testigos de Jehová, pentecostalismo, catolicismo, mormones, una Iglesia del Nazareno, evangelistas y demás expresiones del cristianismo. Asimismo, otras manifestaciones, como el culto a la Santa Muerte o la veneración de santos milagrosos, se agregan dentro de la religiosidad ixhuateca. No nos extrañemos de que, con la narcocultura que cada vez se arraiga más en nuestro país, el señor Jesús Malverde haya ganado adeptos o feligreses. Desconozco si creencias o prácticas no occidentales, como el budismo o alguna religión oriental (seriamente hablando, claro), tienen simpatizantes en el pueblo de hojas. Lo anterior, sin perder de vista a la comunidad atea, quienes cada día son visiblemente más participativos en este tipo de discusiones.
A pesar de esta multiplicidad de creencias, existe una que, por lo menos a nivel pragmático, es la que predomina sobre las demás. Ubicada dentro del imaginario católico, la Virgen de la Candelaria constituye parte fundamental de la historia y actualidad ixhuatecas.
Con la conquista española también llegó a nuestro país una cantidad inverosímil de advocaciones marianas, tal y como sucedió con la patrona de Ixhuatán. Más allá de hacer una apología o lanzar una embestida contra uno de los símbolos más fuertes en el pueblo, el objetivo de esta columna consiste en hacer un análisis sociológico de las implicaciones y alcances existenciales y culturales de esta figura cristiana.
Pensar en Ixhuatán conlleva, necesariamente, a incluir en nuestras reflexiones a la Virgen de la Candelaria. Cada domingo, cada día, en cada festejo social, en el templo, en los hogares y no se diga cada 2 de febrero, los fieles ixhuatecos manifiestan su devoción por quien consideran su madre y a la que se encomiendan al dejar su lugar de origen para cambiar de residencia por el motivo que sea.
Las festividades en su honor resultan sencillamente impresionantes, pues, durante esos días, el pueblo se vuelca en su totalidad para participar en todas las ceremonias que esto conlleva. Piénsese en alguna fiesta patronal de cualquier localidad y podrá constatarse que en Ixhuatán se tiene uno de los cultos más fuertes hacia un santo, deidad o símbolo religioso; estudiantes, profesionistas, turistas, emigrantes y habitantes del lugar, las fechas más relevantes para estos son las de finales de enero y principios de febrero. Quien no haya presenciado o participado alguna vez en esta celebración, simplemente, no ha conocido en su totalidad Ixhuatán.
¿Acaso hay quien alguien a quien le importe (creyente, por supuesto) si esta virgen proviene de Tenerife y fue parte de un proceso evangelizador que incluyó violencia, sangre y muerte? El ixhuateco la entiende y la asume como parte de su identidad, como elemento de sentido existencial que posibilita la vida de cada uno de los sujetos y de la comunidad como totalidad. Ahí se encuentra el eje medular de esta problemática: cómo un elemento que, de primer momento y bajo la visión marxista, podría ser una herramienta represora de la subjetividad es tomado y resignificado por una población que lo hace suyo y afirma: “Virgen de la Candelaria, bríndanos tu protección”.
La relevancia de este tema no es menor. A lo largo de los años, los campesinos, al comenzar muy temprano su jornada laboral y antes de irse al monte, han dirigido sus plegarias a la que, véase por donde se la vea, es el símbolo religioso más importante dentro de la cultura de este pueblo. El ixhuateco promedio se jacta de su virgen y lo que ella conlleva, predica cual misionero lo que sucede en su pueblo en las fiestas patronales y no le pide nada al michoacano por su día de muertos, al tapatío por su peregrinación con la Virgen de Zapopan, incluso a la procesión del 12 de diciembre por la Virgen de Guadalupe, ¡un festejo nacional!
Afortunadamente, Ixhuatán no es un lugar en el que la religión juegue un papel importante al servicio de los poderosos en el sentido económico y, sobre todo, político-administrativo. Hasta el momento no se ha visto a algún gobernante que haya utilizado a la Candelaria con fines propagandísticos o de sometimiento, pues pareciera que actuar de esa manera (como en otros sitios de la república efectivamente sucede) referiría a dicha persona como un miserable que no merece siquiera ser tomado en cuenta como aspirante a algún cargo de elección popular.
Entiéndanse estas líneas únicamente dentro del contexto ixhuateco y cómo opera la figura de la virgen en su comunidad en la vida pública. Mi interés específicamente en este texto no busca obtener reflexiones filosóficas o teológicas, va en el sentido cultural y, si se quiere, antropológico de un factor aparentemente represor convertido en estandarte y brindador de sentido humano.
Finalizo mi escrito con algunas cuestiones que dejo a los lectores para reflexionar internamente:
¿Qué pasaría si a los ixhuatecos se les quitara este fundamento existencial?
¿Se perdería parte fundamental de lo que es Ixhuatán por definición?
¿Es posible pensar a Ixhuatán sin la Virgen de la Candelaria?
¿Aspirar a eliminar esta tradición se asemejaría a un culturicidio?
¿Entre más letrado se es implica tomar distancia de este tipo de creencias?
¿Qué respuesta le daríamos a la sentencia de Marx sobre la religión sometedora?