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Y son como son

porque existen otros como ellos.

Ta Chayo Aquino

 

Me han cuestionado que quién soy. Misma pregunta me he formulado en otras etapas de mi vida. No he tenido éxito para responderme. No creo tenerlo ahora para responderles a esos "auténticos hijos de Ixhuatán" que dan carta de naturalización a los que consideran ixhuatecos y a los que, para nuestras risas, no entramos en sus registros de población.

 

Voy a iniciar con lo que definió un señor que vende boletos de autobús: “Es un hijo de una bayunquera (vendedora ambulante) de camarones”. Tiene razón, somos unos pobrísimos ixhuatecos de la Cuarta Sección. Mi mamá tuvo a bien tomar ese oficio porque era el empleo que tenía a la mano y con ello dar sustento a dos hijos. Estaba dura la cosa como para ponerse exquisito en cuanto al empleo que mi madre tomaría.

 

En cuanto foro y escuela he ido, lo he dicho con orgullo y hasta he exagerado; dije que yo también fui vendedor ambulante. No tuve esa dicha de hacerlo, mi mamá no dejó que lo hiciera. Nací un 27 de marzo a las 6:30 de la mañana. Un sábado de Cuaresma fue el que me recibió, y dicen que me acompañó un estruendoso cantar de zanates, lo que confirma por qué hablo mucho: mi nahual está ligado a los pájaros.

 

Partí al poco tiempo a la ciudad de Oaxaca, la vida y el trabajo de mi padre estaban allá. De ahí pasé una temporada en Tehuacán, Puebla, en casa de los abuelos paternos y regresé a los dos años a la matriz que me vio nacer: Ixhuatán. Fui un niño flaco, enfermizo y solitario. Quienes me conocen recuerdan que era de sumo muy bajo de estatura (aún lo soy), tanto que Irma Marín Zárate, generosa primera maestra que tuve, se apiadó de mí y me consiguió un mesabanco ajustado a mi estatura. Me puso hasta adelante de todos y de ahí no me moví hasta concluir con la vida de estudiante. Y fueron muchos años.

 

Una Semana Santa perdí un dedo en un accidente de bicicleta. Tuve que aprender a fortalecer mi autoestima porque el bullying era implacable para los que, como yo, tenían un defecto. En ese tramo recibí unos diplomas, que mi familia guarda con especial afecto. Le agradezco el gesto.

 

Tengo una madre putativa que me llenó de libros desde la primaria, acto que contribuyó a mi pasión por la lectura. No sabia hacer mejor otra cosa que ponerme a leer. Fui malísimo para las artes del campo y la pesca, actividades que, de todos modos, tuve que hacer porque mi madre quería así educarme en valorar las cosas que la vida me daba, aprendiendo desde la rudeza de dos de los oficios que aprecio y valoro: el de campesino y pescador.

 

En la secundaria me entró la espina por ser chapinguero; tenía ante mis ojos a varios de ellos que cosechaban éxitos en la Ciudad de México sin saber a ciencia cierta si eso era una carrera o una escuela. No pasé el examen de admisión esa vez. Lloré desencantado y no quise saber más del asunto. Una mujer, primero, la que se llevó mi primera vez, y mi abuelo y mi tía, después, me volvieron a dar ese segundo jalón necesario y pasé los dos últimos semestres del bachillerato estudiando la guía. Fui el primero en terminar el examen en Acayucan y por primera vez algo tuve de cierto: pasaba porque pasaba.

 

La ficha 30036 que se me otorgó salió en la relación de estudiantes admitidos en la página 7 del diario Excélsior de aquel 20 de junio. Mi alegría fue  contagiosa y quería cortar camino de Juchitán a Ixhuatán a dar la buena nueva. Murat, mi hermano, fue a toparme en la parada y me abrazó hasta la casa con el orgullo acompañando nuestros rostros. Ahí esperó la noticia el resto de mi familia.

 

Mi mamá lloró la noche anterior al 30 de julio; mi abuelo pidió no extrañarles, y, junto con Deyanira, tomé camino hasta Chapingo. Una calzada larguísima nos condujo a un fresno; ahí me dieron mi acta de naturalización de chapinguero, la matricula 8911396-9 quedó tatuada en mí hasta el último de mis días transcurridos hasta ahora. Puse los ojo a los murales de Diego Rivera y al edificio estudiantil. Fueron cinco años felices en las que me propuse ser todo y conseguí cada todo que se me ofrecía a manos llenas. Estudié Sociología Rural y terminé una tesis sobre género. Mis ganas de ser distinto me llevaban a caminos de aprendizajes de sumo enriquecedores.

 

Pasaba horas leyendo encerrado en la capilla riverina teniendo para mí solo los murales de Rivera y un libro siempre en la mano. De ahí salía a hacer grilla estudiantil y a mis clases. No descansaba porque me apasionaba todo eso, lo amaba y con eso era feliz, muy feliz. Iba con esa felicidad a Ixhuatán de vacaciones y notaba que ya pronto me convertía en un extraño en mi tierra. Ya no me gustaba tanto ese trato. No me gusta aún, me duele ese alejamiento mutuo.

 

Coseché diplomas de estudiante destacado en esa etapa, una mención honorífica y la oportunidad de salir en cadena nacional; negociar con secretarios de Estado y conocer Los Pinos y a dos presidentes. A Zedillo de candidato y presidente después. Vi las locuras y las masacres de la izquierda y cómo a un Cuauhtémoc Cárdenas lo torpedeaban los propios y a un Silvano Aureoles con un discurso ramplón de seudoizquierdista y a entrañables amigos: Elías Tapia, Federico Delgado, Filemón López, Pedro Cabrera, Alejandro Musalem, Alberto Delgado, Toni Díaz, Cristóbal Urbina, Daniel Dávalos, Ricardo Sánchez, Ariel Mendoza, Carlos Mallén.

 

Otro grupo de ixhuatecos me cobijó con su amistad en la casa blanca, nuestra guarida de mil batallas. Ahí estuvieron Bersaín Hernández, Epifanio García, Martín Velázquez, Javier y Julio Vásquez, Marco Antonio López, Juan Carlos Díaz, otra vez Federico Delgado, quienes tuvieron el buen gesto de cobijarme en esa nueva orfandad que da el destierro.

 

No tuve para mí una mejor época en el Tec de Monterrey, salvo que un portafolio me salvó la vida de un asalto a la salida allá por los rumbos del sur de la Ciudad de México.

 

Y sí, mis queridos "auténticos ixhuatecos", mi apellido no figura como "ilustre" a no ser que su lustre opaque sus clasistas clasificaciones. Aquino viene de unos artesanos de la Séptima Sección de Juchitán; Pineda, de un general porfirista, y Luna, por un poblano que se casó con una ixhuateca, que llegó con la Comisión Federal de Electricidad a poner las redes eléctricas al pueblo. Y esa señora sigue en la cocina con su hermana tejiendo éxitos en la capital del estado y gozando de una beca a modo de pensión como justicia por sus horas de insomnio y tesón inquebrantable.

 

Entonces, ¿merezco ser Ixhuateco?

 

Ringlera:

 

No creo que González Iñárritu o Lubezki -ni Del Toro ni Cuarón ni Arriaga- representen el cine nacional. Mal haríamos en cargar sobre los hombros de los talentosos González Iñárritu y Lubezki alguna especie de representación nacional que no han pedido ni creo que desean.

 

No se pongan la bandera nacional para celebrar el #OscarDeTodosLosMexicanos. ¿En verdad quieren ver cómo tratamos a Iñárritu? Échenle un ojo a la taquilla de “Birdman” en México y verán con vergüenza nuestro descaro.

 

Pante:

 

Los hoy ganadores de los Óscares lo son en buena parte porque se fueron de México. Punto.

 

Pante 2: quieren iniciar otra guerra. El tema agrario va más allá de la verborrea y falta de memoria histórica. Ha costado sangre, divisiones y dolor en ambos lados del río Ostuta.

¿Y quién diablos soy?

Joselito Luna Aquino

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