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13/11/2015

 

“Morir por mis principios, jamás ¿Y si estuviera equivocado?".

Mark Twain


Chela a sus 14 años ya cargaba con un costal de mañas, una habilidad de oro para iguanear y una fama bien ganada de inaugurar la temporada de xhixhear antes de que el dueño recolectara los primeros frutos. Era una bandida, pues.


Frondosa en carnes, los adultos contemplaban cuando iba por el mandado; una parvada de señores la admiraba, conocidos eran sus senos y nalgas ubérrimas, desafiantes que lo que le agregaba de ropa era lo menos importante.

 

Desde que la adultez prematura le llegó, también  se desataron varias propuestas de otorgarle el título de "querida"; otros, el divorcio y darle un lugar de señora, al que ella reiteradamente no aceptaba, no tanto por moral, sino porque no lo necesitaba.


El paso del río bautizado en honor a su padre ella lo honraba y era dueña de los higueros y sauces de aquel paraíso suyo. Pies fracturados, zafados, sustos no resueltos eran sus medallas de guerra ante aquellos que osaban a retarla a los clavados. Conocida era un entre sobadoras y hueseros, pues sus víctimas ahí paraban derrotados.


Nada irrumpía su amorosa realidad, a no ser por la calentura, que la agarró sin soltarla, y “La Zanata”, como le decían, fue descubierta por su padre con los calzones abajo y sus dedos en la entrepierna, mientras que sus ganas se le iban en un pujido. Ahí le cayó la cuarta de la coyunda que la furia paterna descargó sobre su alma. La llevaron con su maestro de la secundaria. El tipo era serio, temido entre los chamacos, güero de piel y unos ojos claros que la miraban rudamente al tiempo que le preguntaba:

 

–¿Y qué vas a ser de grande, Isela?

 

–Oronda –respondió recordando la ringlera de chamacos que en las tardes se sentaban a su lado para recibir sus clases de uso efectivo de la resortera–. Maestra, maestra es lo que voy a ser, padrino– respondió.

 

–Deja de decir pendejadas –le recriminó el padre. El maestro secundó al padre, pues conocido era su poco éxito en la academia. Su liderazgo nunca estuvo en duda.

Pasaron aquellos años y concluyó la normal en la Mixteca. Los años la llevaron a muchas actividades, hasta que una tarde fue elegida como parte de la comisión política del sindicato de maestros en el que estaba afiliada. En esos andares, se descubrió en la marchas y en las reuniones con altos funcionarios. Poco quedaban de los recuerdos de ella en el paso Zanate, que seguía conservando el nombre, pero no el recuerdo de la mujer que lo reinó por años.


Se despertó Isela en la caseta de cobro, al tiempo que ordenaba a un profesor levantar la pluma del carril para dar paso al autobús rojo que la llevaba a ella y a 42 maestros a la Ciudad de México. Se rio de su padre fallecido y su maestro de la secundaria. Se dijo para sí:

 

–¿No que era pendeja para ser maestra, ta Nicacio? Mira a este pante que traigo hoy a marchar, xha.

 

–Todo listo, mi delegada –le dijo el emisario–. Ya podemos pasar.


El autobús en el frente decía: “Sector Ocotlán, Región Valles Centrales. Sección 22 de la CNTE”. Era de Ixhuatán.

Y sí, llegó a ser maestra

Joselito Luna Aquino

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