Con amoroso respeto a las más de 90 mujeres oaxaqueñas asesinadas en este año.
Ni una más.
Este año decidí dedicar mi altar del Día de Muertos a las mujeres víctimas de feminicidio. Pese a que no profeso religión alguna, no podría llamarme oaxaqueña si solo por ese motivo dejara de celebrar mis tradiciones y, por supuesto, transmitirlas a mis descendientes.
La celebración a los santos difuntos es mi favorita entre todas las que representan la idiosincrasia mexicana, principalmente la oaxaqueña, que, a mi parecer, es la más rica en todo el territorio mexicano.
No hay forma de que, al oler la flor de cempasúchil, mi cerebro no se conecte de inmediato con los innumerables recuerdos de mi infancia en la casa de abuela paterna y el enorme altar tapizado de comidas y bebidas tradicionales, inciensos, senderos de veladoras, las flores peleando garbosas cada una por sobresalir en aroma y color, los retratos de familiares que no llegué a conocer y, por supuesto, el silencio total al que nos sometían esos días por respeto a los muertos.
Ese culto a la muerte que va desde el respeto hasta el terror es único en México, pasamos del llanto inconsolable a mofarnos de ella con aseveraciones envalentonadas sobre cómo hemos logrado esquivarla, es por esto que, con gusto y veneración, gozamos esta tradición de recibirla en nuestros hogares en estos días, junto con las almas que se ha llevado.
La música, la literatura, la pintura y demás artes nos han servido como instrumento para preservar este entendimiento con la muerte y los misterios que la rodean, y qué mejor fecha que los días de los santos difuntos para impregnar el ambiente con todas sus creaciones.
Al colocar mi altar del Día de Muertos, tenía la plena intención de poner una flor por cada mujer asesinada en el país, así es que me puse a investigar si existían cifras que contabilizaran los feminicidios en cada estado de la República Mexicana, pero me topé con el obstáculo de que no existen registros oficiales, sino algunas estimaciones o monitoreos informales.
Las personas tenemos una obsesión con las cifras para respaldar nuestras aseveraciones, necesitamos esa sacudida previa a la reflexión que nos provocan unos números rojos, estratosféricos y que demuestren lo mejor o lo peor de la civilización humana.
Las cifras revelan que, según un informe del Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad, en los tres años del gobierno de Gabino Cué Monteagudo van 302 feminicidios en Oaxaca; el mismo informe señala que, a lo largo de diez años –de 2004 a 2013-, la violencia contra las mujeres ha cobrado la vida de 567.
Tan solo en lo que va de 2014, las organizaciones civiles estiman que 72 mujeres han sido asesinadas con violencia, lo cual equivale al 92.3 por ciento de los cometidos durante 2013, cuando se cometieron 78 asesinatos de mujeres y niñas en total, cifras impactantes si partimos de que lo ideal y justo sería que no asesinaran a una sola mujer solo por el hecho de haber nacido mujeres.
Y como si no fuera ya demasiado alarmante y preocupante que de enero a septiembre de este año se hayan monitoreado 72 feminicidios en Oaxaca, la Procuraduría de Justicia del Estado reconoce 90 casos, de los cuales se han integrado unas 88 averiguaciones previas.
Entonces, solamente entre Chiapas (53), Oaxaca (90), Nuevo León (58) y Puebla (59), que son los estados con datos más precisos, ya iban 260 mujeres asesinadas por razones de su género, me faltaban 21 estados por indagar, si es que encontraba registros, y, posteriormente, estimar el porcentaje no detectado. Simplemente me detuve.
Mi intención de honrar la memoria y brindar a través de una tradición descanso a las almas de las mujeres asesinadas en México pasó a segundo nivel de importancia y me estanqué en el cuestionamiento sobre cómo es posible que los feminicidios vayan en aumento año con año pese a las nuevas leyes y a la transversalidad de género que se va concretando poco a poco en las diferentes esferas institucionales y sociales.
Y si a esto le sumamos que las mujeres no solo somos asesinadas por la mano ejecutora de un hijo sano del patriarcado, sino por factores también de tipo patriarcal, como la pobreza, la ignorancia, el nulo acceso a todos los servicios básicos, los usos y costumbres, entre otros.
Organismos internacionales destacan que alrededor de 6 mil mujeres se mueren al año debido a complicaciones de abortos en Latinoamérica, debido a que en la mayoría de los países es ilegal la práctica del mismo, y es esta la cuarta causa de muerte materna.
Asimismo, en América Latina y el Caribe mueren cada día al menos 70 mujeres, un poco más de 22 mil mujeres cada año por embarazo o parto, y a nivel nacional, el Inegi registró en 2010 que las entidades con mayor problema de mortalidad materna son Oaxaca, Guerrero, Chihuahua, Yucatán y Chiapas.
Estas cifras revelan una realidad a la que se ha tenido acceso mediante reportes oficiales, investigaciones de organismos civiles o monitoreos independientes, pero, de inicio, tan solo en nuestro país hay mujeres que nacen y mueren invisibles, jamás contaron siquiera con un acta de nacimiento, nunca pisaron una escuela, posiblemente ni hablaban español, es más, tal vez su comunidad solo figuraba en el mapa en temporada electoral.
Con todas estas barreras, ¿podemos tener un acercamiento real a la situación de las mujeres en Oaxaca y en todo el país? ¿No les resulta escalofriante la cifra real que pueda resultar si gobierno y sociedad monitorearan a profundidad la violencia feminicida?
¿Es sano vivir en una sociedad que considera que el asesinato de mujeres puede justificarse desde alguna perspectiva? ¿Es justo permitirlo? ¿No hacer algo al respecto? ¿Debo conformarme con la aplicación de justicia o el descanso de las almas de las víctimas?
Terminé mi altar, ya no conté las flores. No me alcanzarían, fui algo ingenua al estimar los posibles feminicidios de este año. Festejo estos días con gastronomía, música, aromas y plegarias, recibo a mis muertos y muertas con amor y gusto, al igual que los cientos de familias que este 2014 harán lo mismo, algunas por primera vez, para recordar a sus hijas, madres, hermanas, sobrinas, parejas o amigas asesinadas por lo que significa en este país machista ser o no ser mujer.