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Imposible recordar cuándo y  a quién –¿habrá sido a mi abuela Tina Amador?- escuché decir el nombre de Cerro Loco. En cambio sí recuerdo que, cuando lo oí nombrar, llamó mi atención que a un cerro lo llamaran así.

 

Nunca imaginé que Cerro Loco tuviera tela de dónde cortar para escribir una historia en derredor suyo, cierta o más falsa que la realidad. No lo pensé ni cuando supe que en dicho lugar existía una estación de bandera del tren Panamericano llamada Sidar. Tampoco  cuando abordé por primera vez dicho tren en la estación de Reforma –un domingo de un mes (¿mayo?), que ya olvidé, del año 1968- y pasé por el lugar. Ni cuando me llegó el rumor de que había en Cerro Loco minas que explotaban norteamericanos, quienes instalaron un campamento que podía verse desde el tren en los pocos minutos que este pernoctaba.

 

Con el tiempo y por la frecuencia de mis viajes en tren a Juchitán –estudiaba en esta ciudad la escuela secundaria-, aprendí de memoria las estaciones: Las Palmas, Sidar, Yolanda, Riquezas, Unión Hidalgo, Salineras y Juchitán. Años después, sabría –leyendo a Herón Ríos en el periódico Neza- que, en 1936, estos eran los nombres de las estaciones: Zopilote, Sidar, Riquezas, Los Portillos, Unión Hidalgo, Salineras y Juchitán. Por él supe que en Cerro Loco se embarcaba la sal explotada en las salineras de la Laguna Inferior del municipio de Ixhuatán: La Isla, El Roble, Cerritos y Contreras. Sal que comercializaban dos empresas, cuyos dueños eran Vicente Farrera, con residencia en Arriaga, Chiapas, y Eduardo Pascal, quien vivía en Juchitán, y quien se encargaba de las salineras de este era don Honorato Morales Henestrosa (esto último me lo dijo mi tío).

 

Llegó el momento que, cada vez que escuchaba a la gente decir Sidar, añadía: antes llamado Cerro Loco. Tuvieron que pasar años para saber que, en dicha estación del tren, furtivamente, por las madrugadas, don Zenón Pérez abordaba el tren para no ser ultimado por sus enemigos, versión que me dio su hijo, el psiquiatra Miguel Ángel, quien algunas veces lo acompañó en la aventura. Don Zenón, con cuyo nombre tropecé a muy temprana edad –6 años- a mi ingreso a la escuela primaria Emilio Carranza, una mañana en que vi adentro, muy cerca de la entrada, una cruz de madera sembrada en el suelo.

 

“Allí mataron a don Zenón Pérez”, me respondió mi abuela Tina Amador al preguntarle el por qué estaba en ese sitio la cruz.

 

Una vez me contó cómo y el porqué del asesinato, mi abuela aprovechó para decirme que una hermana del doctor Gastón Fuentes –de quien, por cierto, el pasado domingo 14 se cumplieron cien años de nacimiento-, Julieta, había muerto ahogada en el río en dirección de la escuela. También me contó que en esa misma ribera, debajo de un guanacaste, un niño, al enseñar una pistola a un compañero suyo, disparó, con lo que mató al niño Anatolio Nakamura.

 

Esas tragedias las junté con otra que mi abuela ya me había contado y que a ella le servía para que yo fuera obediente: la muerte del niño Olegario, hijo del tío Modesto Matus, quien fue devorado por lagartos en la laguna Biduno (remolino, en zapoteco). Por demás está decir que desde entonces se me quedaron bien grabadas dichas desgracias lamentables como las que más.

 

Que yo recuerde, en aquel tiempo nadie me contó –ni a mí se me ocurrió indagar- la historia de la única escuela primaria. Fue muchos años después que vine a pensarlo pero, igual que vino el deseo, este se fue. Hasta que llegó el momento de hacer la investigación que consigno en mi primer libro. En él expresé que el primer nombre de la escuela fue Pro-Patria, impuesta por don Zenón Pérez Carrasco, quien trabajó arduamente en su construcción en los años 1943-1944, año este de su asesinato, el cual ocurrió en su cumpleaños 47.

 

“Don Zenón sembraba murallas (ornato) en el camellón de la entrada cuando Manuel Castillejos le disparó con su pistola”, me contaron mi abuela Tina Amador y todos mis entrevistados, que fueron legión, quienes me dieron el nombre del probable autor intelectual, que, por cierto –si acaso fue él-, murió en santa paz –así se dice, no me consta- en su cama, viejo de más de 80 años.

 

En mi libro aventuré –nada convencido- que Pro-Patria cambió su nombre a Emilio Carranza en 1946 (p. 161). Lo confirmé en 1999, cuando la profesora que fue culpada de la tragedia de la niña Julieta –acaecida esta en 1945- me proveyó de los documentos de la investigación donde se le exonera de toda responsabilidad.

 

Ahora no solo sé lo anterior, sino que el nombre Emilio Carranza la impuso el primer director de la misma: profesor Clemente Matus Ruiz. También sé que el predio de la escuela originalmente fue de 2.33 hectáreas y que su parcela escolar se encontraba en el lugar donde ahora se ubica el Cobao.

 

Y lo que son las cosas raras que a uno le ocurren. Un  atardecer de fines de diciembre de 1978, camino a Atlantic City en compañía de una amiga norteamericana de Filadelfia, tuve una de las experiencias más extraordinarias. A ella, de solo oír el nombre de la escuela del pueblo en voz de mi hermano Julio César, nunca se le olvidó y hasta es posible que haya investigado más. Solo así explico el que me haya llevado  a conocer el sitio exacto –señalado con un pequeño monumento- donde el piloto aviador Emilio Carranza Rodríguez –apodado “Lindbergh de México” y sobrino-nieto de don Venustiano- cayó con su avión el 12 de julio de 1928: Pine Barrens, Nueva Jersey.

 

“El ciclo escolar 1978-1979, fue el último en que la escuela primaria Emilio Carranza funcionó con 24 grupos…”, escribí en El Independiente No. 4 de octubre de 1999. Allí mismo dije quiénes tramitaron otra escuela primaria –Pablo L. Sidar- que por un tiempo funcionó en casas particulares, hasta que finalmente ocupó los salones de la Emilio Carranza, turno vespertino. Consigné –con datos aportados por el profesor Pedro Cruz, el director en ese momento- que se fundó el 20 de octubre de 1980 y fue reconocida oficialmente el 24 de febrero de 1981. Su primer director, lo dije también, fue una mujer: la profesora Bertha Nivón Velásquez.

 

Llegado a vivir a Ixhuatán en agosto de 1980, al enterarme del nombre de la nueva escuela primaria –la tercera en el pueblo-, me pregunté: ¿por qué escoge mi gente nombre de pilotos aviadores habiendo científicos, artistas e intelectuales? Después me enteré de que el elegir el nombre de Sidar para la escuela vespertina fue algo así como para completar la dupla de héroes –así fueron considerados en su momento, tanto que están sepultados en la Rotonda de las Personas Ilustres- y mantenerlos unidos en un mismo lugar. Respecto de a quién se le ocurrió tal cosa existen divergencias: la mayoría de mis entrevistados afirma que fue idea de la profesora Lucía Delgado López, directora de la escuela Emilio Carranza.

 

Después de  escribir ese texto no me detuve a pensar más en Pablo L. Sidar. Fue a principio de este año cuando, al revisar mi archivo, hallé documentos que tenía olvidados. Hallé sendos oficios -¡oh, vaya coincidencia!- redactados por don Zenón Pérez, a la sazón secretario municipal, de fecha 22 de octubre de 1929, enviados por el presidente municipal a Federico Toledo (padre de don Sebastián, bibliotecario), quien vivía con su familia en Cerro Loco. En un oficio le comunican que el 20 de octubre, por acuerdo del cabildo, se decidió nombrar a un agente municipal para aquel lugar y que dicho nombramiento había recaído en él.

 

En el segundo oficio, dirigido también a Toledo, le resumen ambos oficios en estos términos: “Dada la importancia numérica que a la fecha ha tomado la estación de Cerro-Loco del Ferro-Carril Pan Americano de esta jurisdicción, pues a la sazón cuenta con más de doscientos habitantes, es de ingente necesidad establecer allí una Agencia para que sea ella la inmediata a solucionar los asuntos ligeros de sus moradores, y a fin de que estos normalicen su conducta basándose a la justicia.- Por tanto y en uso de las facultades que la ley de Ayuntamientos vigente, concede a este Municipio, por otra parte teniendo en consideración la rectitud de criterio y civismo que caracteriza al Ciudadano Federico, vecino de dicho, desígnesele AGENTE MUNICIPAL de la Estación de Cerro-Loco, previniéndole comparezca ante esta autoridad a la mayor brevedad posible para otorgar la protesta de ley a fin de entrar al ejercicio de sus funciones.- Comuníquese con copia al Superior Gobierno del Estado para su conocimiento” (sic).

 

Debo aquí decir que, a fines del año 1928, San Francisco del Mar había sido erigido en municipio libre, por lo que en 1929 litigó contra Ixhuatán para que las agencias municipales de Santa María del Mar y Cerro Loco –aún en proceso- pasaran a su jurisdicción, lo que conseguiría poco después.

 

Lo que ahora quiero contar es cómo la estación Cerro Loco se convirtió, después de la muerte de Pablo L. Sidar, acaecida el 11 de mayo de 1930, en estación Sidar. Ello fue en su memoria y porque de ese sitio salió pilotando su avión en compañía de Carlos Rovirosa Pérez con destino a Argentina, a donde no llegó, ya que se accidentó en Costa Rica. También quiero decir que llamaron al lugar Cerro Loco (dani ique ridxé, en zapoteco) porque lo raro, peregrino y extraño lo etiquetan así, sea persona o, como en este caso, un suelo y un cerro con piedras raras, cortantes y discordantes con lo usual que de inmediato llama la atención.

 

Algo que no dije en mi texto del periódico –porque lo ignoraba entonces- fue que a Sidar –mexicano, llamado Alfonso del Bosque, dicen unos;  español, dicen muchos, afirmando que en su primera acta de nacimiento su segundo apellido era Puras, pero que terminó siendo Escobar ya en México, a donde llegó a los 13 años (como se ve, una locura que algo tuvo que ver en Pablo)- lo apodaban “El Loco” por sus temerarias acrobacias aéreas. A él se le puede ver –se lee en internet- en la película “Aguiluchos mexicanos”, filmada en 1924, donde también aparece Emilio Carranza. Vemos, pues, a ambos personajes también unidos por el destino en Ixhuatán, en un inmueble escolar. No solo eso, sino que en Cerro Loco juntaron a Sidar –a quien le encantaba que lo apodaran loco, tanto que se puso una L entre su nombre y apellido para delatarlo- en un feliz y quizá inconsciente maridaje. A Cerro Loco, pues, lo casaron con Pablo “Loco” Sidar. Buen matrimonio, sin duda, por ser ambos iguales en fama, que son las uniones que a la postre funcionan, digo, supongo, no lo sé de cierto, como dice Sabines. Ahora solo falta investigar quién fue el genio que los casó.

 

Si llama la atención y el escepticismo de cualquiera –incluido el mío- que de un lugar olvidado como Cerro Loco haya zarpado Sidar, ¿qué podrán pensar de otra historia que allí dio comienzo en 1946? Recién enterado de ella el año pasado, no deja de asombrarme y a ratos me parece cosa de fábula lo ocurrido. Me refiero a que allí nació y vivió su niñez Óscar Toledo Esteva, a quien una revista llegó a llamar “Padre de las mejores computadoras del mundo”, una exageración, evidentemente. Ello aparte, su vida tiene elementos de leyenda: autodidacta toda su vida que a los 13 años –como Sidar, que llegó a México en esa edad- se abrió camino en el Distrito Federal en la ingeniería computacional y llegó a ser lo que a ratos uno no sabe si creer o no. Para más información, consúltense las dos páginas que, al parecer, son oficiales: http://www.biyubi.com/historia.html y http://www.biyubi.com/. Les prometo que se llevarán una enorme sorpresa, máxime que Óscar Toledo Esteva es un célebre desconocido de esos que pasan desapercibidos a mucha gente.

 

Siguiendo con las coincidencias, debo decir que en el Distrito Federal, justo en la salida oriente de la estación Candelaria del Metro, Línea 4, se da otra casualidad, ahora entre el nombre Candelaria y la calle Sidar, con la que hace esquina. Minucias las que cuento, sí, pero entretienen, ¿a poco no, lector? ¡Hazlo, pue, muca!, dijo ya saben quién.

 

En el año 2010, Pablo L. Sidar tuvo por fin su propio espacio, solo que por poco tiempo, ya que en 2012 comenzó su olvido en Ixhuatán al convertirse la escuela en Andrés Henestrosa, la misma suerte que tuvo Pro-Patria. Andrés Henestrosa, quien su pueblo lo había recluido en un simulado olvido, el 26 de marzo de 1991 escribió a la pintora Martha Chapa en relación a su nacimiento repentino un mediodía: “Solo los locos, o los que van a serlo, nacen así. Loco, si locura es todo lo que nos es ajeno, yo lo soy y lo fui siempre”. Simulado olvido en el que permanece también Óscar Toledo Esteva, quien, como Henestrosa, tiene su vida, historia, fábula, mito y leyenda. Y, por supuesto, don Zenón Pérez: una leyenda viva.

 

“¡Pateen esa cruz!”, me contó la maestra Adela Fuentes que les decía a sus alumnos un viejo maestro resentido con don Zenón más allá de su muerte sin darse cuenta de que escupía al cielo.

 

En efecto, la cruz desapareció del lugar, pero no así el nombre ilustre de don Zenón. ¡Uf!

Cerro Loco

Juan Henestroza Zárate

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