Hace unos días, en una de esos hermosos atardeceres aquí en nuestro bello Guidxiyaza, me topé casualmente con el diálogo de varias personas: unas con la idea de ir al palacio municipal a solicitarle expresamente al presidente actual que evite de una vez por todas el tránsito de las carretas y carretones por las vías públicas de nuestro pueblo con el propósito de detener la contaminación por las heces que defecan las bestias en su caminar por las pavimentadas calles de este bonito lugar.
Todos estaban enfrascados en tan sonora discusión. De las seis personas (la mayoría entre 25 y 30 años) destacaba un señor mayor de edad que era dueño de una yunta de bueyes. Como leerás, era el único que se oponía a que se les quitara esa oportunidad de usar sus bueyes, ya que con su yunta realizaba trabajos cotidianos que le sirven para subsistir. Con justa razón, no depende de ningún sueldo; él sobrevive al día, lo que le ofrece la vida, con su esfuerzo acude a sacar arenilla del río para venderla en las diferentes construcciones; además de que se dedica a labrar con el arado antiguo la tierra cuando lo buscan, todavía realiza la arrima de tierra en el campo, es decir, esos bueyes y su carreta representan su vida misma.
Después de escuchar esa explicación que solo la da un hombre exigiendo justicia, me atreví a participar en tan acalorada discusión y pedí primeramente respeto por el arte de subsistencia del viejo, además de que gracias a la carreta Guidxiyaza se refundó. Porque en ella llegaron paisanos zapotecas a pagar promesa a la Virgen de la Candelaria después de que los huaves la encontraron de este lado del río, lugar donde se construyó su primera ermita (aproximadamente en el año 1777 –tomado del libro “Ixhuatán: Las hojas de su historia”, del autor Juan Henestrosa Zarate–.
“¿Cómo de que la carreta se debe ir, amigos?”, pregunté con tono serio, “¿acaso no es motivo de orgullo el que la carreta transite todavía por nuestras calles? Si el problema es la defecación de los animales, creo que buscándole encontraremos una solución a ese detalle; pero, insisto, la carreta tiene que seguir viviendo porque es motivo de orgullo para los Ixhuatecos: es parte de nuestra identidad como pueblo zapoteca porque en ella llegaron nuestros ancestros, los Binni gulazaa (gente de antes, nuestros abuelos o gente vieja de edad en zapoteco)".
“Gracias a la carreta, conocemos los diferentes caminos que entrelazan a nuestras comunidades hermanas, fueron sus llantas de metal, las que cortaron la hierba por primera vez y nuestros ancestros, mostraron el camino por donde deberíamos continuar las demás generaciones , y que ha sido el lugar donde se plantaron las principales vías de comunicación de nuestro bello Guidxiyaza”.
Clemente Vargas Vásquez (J.L.C.).
Reflexión: un hermoso monumento original estaba ubicado a la entrada de nuestro pueblo. Era un montículo circular del cual mostraba una hermosa carreta, una verdadera obra de arte para nosotros. La persona que lo ideó tenía presente y, sobre todo, conocía la historia de nuestra comunidad; desafortunadamente, alguien convirtió esta bella obra en un reloj que, por cierto, dejó de funcionar muy pronto.
Alguien interesado en la historia de nuestro pueblo leerá estas líneas. Lo invito a que reflexione sobre el valor cultural de la carreta y se atreva a llevar a cabo una en alguna parte de nuestro hermoso Guidxiyaza.
El día en que cambiaron el monumento a la carreta por un reloj
Clemente Vargas Vásquez
Tomada de www.josemonge.com