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Zalamera, S. A. de C. V., Maya Minas y Minerales, S. A. de C. V., y Radius Gold-Geonorte. Memoricen bien estos nombres y no digan que no fueron advertidos.

 

Desde hace seis años fueron otorgadas concesiones por autoridades federales a estas tres empresas mineras en un espacio que comprende 30 mil hectáreas, la mayor parte en los municipios de San Miguel Chimalapas, Zanatepec y Tapanatepec, para la extracción, entre otros minerales, de oro, plata y cobre a través de minas a cielo abierto.

 

Lo anterior ha dejado de ser esa historia casi mítica y que sucede en otras latitudes para amenazar la vida de los ixhuatecos ahora de forma directa. El pasado 6 de agosto, el río Sonora padeció las afectaciones provocadas por el derrame de 40 mil metros cúbicos de sulfato de cobre de la mina Buenavista del Cobre, de Grupo México, lo que contaminó más de 200 kilómetros de este cuerpo acuífero.

 

En fechas posteriores -días, semanas-, las consecuencias fueron evidentes: contaminación del agua, mortandad alarmante de las especies de aquel río que se tiñó de naranja, daños en la piel de las personas que tuvieron contacto con el Sonora. Grupo México creó un fideicomiso de 430 millones de pesos para atender los daños y, a la fecha, la versión gubernamental señala que la emergencia ha concluido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el territorio istmeño concesionado escurre, entre otros, el río Ostuta, que desemboca en el Golfo de Tehuantepec y forma parte esencial de la vida de Ixhuatán. Un derrame por parte de alguno de los miembros de este triángulo de la muerte como el de Sonora sería catastrófico para la flora, la fauna y los mismos pobladores que habitan dicho espacio, los ixhuatecos.

 

No deja de sorprenderme la inacción que, como pueblo, presentamos ante esta amenaza; sin embargo, no deja de sorprenderme aun más el hecho de que, al señalar estos hechos alarmantes, haya personas que pretendan descalificar a quienes exigen respeto a la vida.

 

Tanto en este espacio como en el de su vida real (la preparatoria José Martí), Manuel Antonio Ruiz ha sido el único columnista que ha mantenido una constante postura discursiva de rechazo total ante el embate que ya desde hace algunos años, con la entrada del corredor eólico, nos afecta sin que así lo percibamos. ¿Cuál ha sido la respuesta de algunos fanáticos? “Porros utilizados con fines políticos” -en referencia a los alumnos de la José Martí- o “Un ‘López Obrador’ que corrompe a la juventud”. En el mejor de los casos: “Otra vez hablando de lo mismo”, “Radical e intolerante que quiere imponer su forma de ver el mundo”. O, lo peor, el desinterés total.

 

La dimensión del problema es mayúsculo y no concibo cómo permanecemos impávidos ante esta situación. Ya no es solo la defensa de la tierra por el respeto a los imaginarios de los pueblos indígenas que en ella habitan, sino la urgente necesidad de evitar consecuencias catastróficas que violentarán nuestro pueblo tal y como lo disfrutamos actualmente.

 

Espero que no llegue el día en que no podamos siquiera bañarnos en el río o que, a causa de la emisión de sustancias tóxicas de esta bomba de tiempo, los ixhuatecos sufran mayores afectaciones.

 

Si en verdad quieres a Ixhuatán, ¡cuídalo! Exige la no intervención de las mineras en el Istmo a cambio de migajas que son nada para el gran negocio que representa la minería.

El triángulo de la muerte

Michael Molina

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