Hace tres meses escribí una columna titulada “Historiemos Ixhuatán”; en ella planteaba la necesidad de llevar a cabo una serie de trabajos científico-sociales para recuperar el pasado de nuestro pueblo a fin de que las respuestas en torno a nuestra historia, cultura, identidad y demás manifestaciones colectivas pudieran abordarse desde perspectivas más sólidas y con certezas más claras.
En esa misma oportunidad mencioné que no conocía algún trabajo con las características que tremenda empresa amerita y que tenía muchas preguntas y pocas respuestas sobre el posible origen de nuestros ancestros y todo lo que derivó en el pueblo que hoy conocemos; sin embargo, y quizá como una premonición de la muy grata sorpresa que me llevaría después, apunté que no había tenido la oportunidad de leer la obra del doctor Juan Henestroza titulada “Ixhuatán: Las Hojas de su Historia”.
Hace aproximadamente un mes, una ixhuateca que vino un par de días a la Ciudad de México provocó en mí una enorme felicidad al obsequiarme el libro en cuestión. Me dijo que, si lo revisaba, seguramente vería satisfechas muchas de mis necesidades identitarias en relación al conocimiento de la historia que me antecede. Hoy afirmo que gran parte de mi hambre ha sido saciada.
La obra de Henestroza cumple con todas las características de un estudio hecho con el mayor rigor científico que exige la historia. De principio a fin, esta se sustenta en una extensa bibliografía de otros autores que han abordado las problemáticas indígena, istmeña, oaxaqueña y mexicana desde perspectivas históricas, sociológicas y antropológicas (como José Antonio Gay, Antonio Peñafiel, Francisco de Burgoa, Bernardino de Sahagún, entre muchos otros), así como en documentos pertenecientes al Archivo Municipal de Ixhuatán y trabajos sobre departamentos estatales, de estadísticas y registros gubernamentales. Dicha recopilación de fuentes se conjuga perfectamente con una importante cantidad de testimonios brindados por ixhuatecos que, en su mayoría –ignoro si en su totalidad-, hoy descansan en paz.
El libro consta de 12 capítulos, todos sin título, y un apartado al final en el que se incluye una relación de los presidentes que han tenido los municipios de Ixhuatán, San Francisco del Mar y Reforma de Pineda desde 1884, 1862 y 1927, respectivamente, hasta 1998, un año después de publicada la obra.
De la pluma del autor se dice expresamente que el móvil de la investigación recae en el decreto de Luis Echeverría, en 1972, que restituyó las tierras a San Francisco del Mar y marcó un punto nodal en las relaciones entre ambos pueblos, que hoy sobradamente conocemos.
En el primer capítulo, Henestroza problematiza acerca de antiguas etnias que habitaron en el Istmo en el periodo precolombino, entre las que se hallaban toltecas, olmecas, mayas, entre otras. Asimismo, data de los zapotecos que llegaron a la región allá por el siglo VII de nuestra era, la cual, posteriormente, sería ocupada por zoques, y luego, por huaves. Estas aseveraciones resultan por demás interesantes en lo que respecta al origen de los zapotecos del Istmo, de los cuales se tiene de una manera más convencional que llegaron de Monte Albán a causa de un colapso en dicho lugar y ante el avasallador poderío mexica.
Para comprender este proceso histórico, el escritor ixhuateco explica el dominio que los aztecas ejercían sobre una buena parte del territorio que después sería México, sobre todo en el centro y sur del país.
Más que tomar una postura sobre el histórico enfrentamiento que sostuvieron en el Istmo aztecas y zapotecos-mixtecos -estos últimos aliados-, Henestroza presenta distintas versiones, al menos cuatro, en relación a los hechos en tiempos paralelos a la llegada de los españoles a territorio mexicano, de las que, por lo menos en los libros de historia que he revisado, la más aceptada es la que sostiene que los hombres del rey Cocijoeza y el rey mixteco derrotaron a los aztecas, comandados por Ahuítzol, quien ofreció a su hija Coyolicatzin para pactar la paz; esta se casaría con el rey zapoteca. Por cuestiones de salud pedagógica, no trataré de las otras versiones que presenta.
Para el asunto que nos compete, el nombre de Izuatlan aparece en la historia en 1494, lugar, de acuerdo con la “Historia General de las Cosas de la Nueva España”, cercano a un pueblo de nombre Cuauhtenanco.
Debe tomarse en cuenta que lo que yo aquí presento para nada es un resumen de la obra, sino que se trata de comentarios en torno a los elementos que considero claves.
El escritor se sumerge posteriormente en los vocablos relativos a los dos nombres que tiene nuestro pueblo: Ixhuatán, en náhuatl, y Guidxi Yáza, en zapoteco. Si bien es cierto que ambos tienen variaciones incluso dentro de cada lengua –variaciones que, por supuesto, se encuentran en el libro-, se puede concluir que el primero vale para lugar entre palmeras, y el segundo, para pueblo de (o entre) hojas. El autor llama la atención en la cercana relación que guardan ambos vocablos y lanza una tesis que me dejó bastante sorprendido por ni siquiera haberla escuchado alguna vez: es muy probable que Ixhuatán haya tenido un nombre zoque, pueblo que, como se mencionó párrafos arriba y se desarrolla en la obra, tuvo presencia en la región y en nuestro pueblo. Dicho nombre se encuentra perdido y pudo haber sido del que tanto zapotecos como mexicas se basaron para denominar a nuestro pueblo, ya que ambos topónimos tienen en su definición a un pueblo en el que hay hojas en abundancia.
En el segundo capítulo, Henestroza aborda los inicios del periodo colonial y cómo influyó este en los pueblos del Istmo. Trata del proceso de evangelización y los dictámenes de los virreyes para los territorios ocupados por los pueblos indios. Ixhuatán pertenecía a Zanatepec y fue cedido en 1653 a los pueblos huaves, de los cuales se tienen también muchas teorías sobre su ascendencia, incluida la que señala que provienen de algún sitio de Centroamérica.
Y es aquí donde se encuentra una parte extremadamente valiosa dentro de la obra del doctor Juan: una cantidad importante de documentos, dictámenes y archivos que tratan sobre los acuerdos establecidos en la región y, por tanto, en Ixhuatán. Estos corresponden al desarrollo de la época colonial, por lo cual se encuentran escritos en un idioma castellano de la época, con lo que, en muchas ocasiones, presentan cierta dificultan en su comprensión. El respeto por la transcripción de escritos, a mi juicio, es uno de los elementos más sobresalientes.
Posteriormente, se hace referencia al culto a la Virgen de la Candelaria. Para esto se presenta la leyenda que hoy seguramente la mayoría de los ixhuatecos conocemos: la que apunta que fue encontrada en un tronco seco por unos mareños que cortaban bejucos y los cuales la trasladaron a San Francisco del Mar, de donde desapareció tres veces para volver al lugar donde la habían hallado, sitio en el que se encuentra su templo actualmente en Ixhuatán. Por otro lado se muestra un documento de 1777 en donde se hace referencia a la “Señora de la Candelaria de Ysguatan”. Después de analizar varios factores, el autor concluye que el culto a la virgen debió iniciar poco después del traspaso de nuestro pueblo a los haves.
En el capítulo tercero se tratan cuestiones relativas a las formas de administración y organización social. Aquí se apunta que la municipalidad fue desde un principio el esquema aplicado por los españoles. A lo largo de este capítulo se muestran los procesos y las formas de jurisdicción y división política designadas para Ixhuatán, desde sus formas primitivas hasta el movimiento de independencia. En el camino se van revisando eventos ocurridos en otros pueblos, como la batalla entre juchitecos y tehuantepecanos en 1850-1851 y la lucha entre juchitecos y franceses, en 1886.
Se transita por la denominada Ley Lerdo y la Guerra de Reforma para entender cómo se fue estructurando el país, particularmente en asuntos referentes a la tenencia de la tierra.
En el capítulo cuarto se presenta el documento que fungió durante mucho tiempo como las escrituras de las tierras de Ixhuatán. También se van ofreciendo cifras sobre la cantidad de habitantes que tenían Ixhuatán y Pueblo Nuevo. Hasta 1886, Ixhuatán fue agencia de los mareños, a lo que siguió un periodo de abandono con causas que el doctor Juan aborda extensamente. Todos estos acontecimientos, y los que aquí no señalo, se sitúan ya a finales del siglo XIX.
El quinto capítulo ofrece una riqueza de personajes, datos, momentos y situaciones bastante jugosos. Inicia con algunos de los oficios y el número y nombres de personas que los ejercían. Se ofrece una amplia lista de los habitantes ricos y con terrenos y ganados de su propiedad. Todo esto, como dije al principio, basado en documentos históricos. En el apartado siete de este capítulo sale a la luz otro dato que ignoraba por completo: en 1904, Reforma era la Cuarta Sección de Ixhuatán. Nuestro pueblo seguía modificando su estructura interna y su distribución de las tierras cuando a la vuelta de la esquina se encontraba la Revolución.
Tenía pensado hablar aquí de la primera mitad del libro de Juan Henestroza; sin embargo, considero que el sexto capítulo tiene peculiaridades que ameritan que le dedique una columna completa por razones que ya les contaré en una próxima oportunidad.