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4/11/2015

 

Alguien me dijo que vio flaco a AMLO, aunque más blanco de lo que la televisión lo muestra. Yo, quien nunca lo había visto en persona, lo vi más alto de cómo me lo había imaginado. En la hora que estuve allí no dejé de pensar que para muchos AMLO es la viva imagen de la derrota, del pobre diablo ambicioso que se aferra a una idea obsesiva: ser presidente de México a como dé lugar. En México y en todas partes ser exitoso es encumbrarse: tener poder y dinero. Lo contrario es fracaso, así a los fracasados de nuestra historia una vez muertos se les erija monumentos y se les llame héroes y se les dé la gloria aunque en vida se les odió y se les negó un techo y hasta el sustento.

 

También pensé en que, si alguien le quisiera hacer daño, fácilmente lo lograría. Me compadecí de él al verlo tan desprotegido, vestido de manera sencilla, humilde, igual que su séquito –así siempre visten los intelectuales, y AMLO está casado con una poeta y su religión es la de los protestantes, que en la moral emparienta con los masones, como lo fue Juárez, su modelo–. Ello despertó mi acendrado orgullo de ixhuateco feudal porque me dije: “¿Qué anda haciendo por estos lares, arriesgando la vida, hombre tan valioso e importante de la nación? Un atentado a su persona sacudiría al país hasta sus cimientos. ¿Eso está buscando o no es consciente de ello? ¿No sería mejor que viviera en la comodidad a que tiene derecho por ser el pedazo de líder que es? AMLO, de ello estoy cierto, con la mano en la cintura se ganaría no digamos una senaduría plurinominal, sino también una por mayoría. El mismo gobierno estaría encantado de darle una secretaría de Estado si él la pidiera. Muchos políticos mediocres, sin merecimientos, disfrutan –cual impostores que son– de puestos y desorbitados sueldos y lujos, departiendo con sus pares, esto es, con gente sin merecimientos que se sirven con la cuchara grande el erario”.

 

Contra todos ellos habló AMLO, principalmente contra el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, como todo opositor digno de serlo. Hizo un repaso, sin aspavientos, mesurado –y a ratos hasta con dosis de buen humor, que lo tiene, así sea iracundo, sarcástico y burlero–, de la realidad del país. Detalló la manera como los distintos gobiernos, los gobernantes, han conducido al país. Dijo: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Debemos aplicar la máxima del presidente Juárez: ‘El funcionario tiene que aprender a vivir en la justa medianía’ (frase que aparece completa, off course, en ‘Flor y látigo’). Y para eso es este movimiento y a eso venimos a decirles: sí se puede, pero tiene que haber un cambio. Si seguimos con lo mismo no vamos a encontrar la salida y cada día va a estar peor. Aquí aprovecho también para decirles que vamos a poner a consideración de la gente lo de las llamadas reformas estructurales. Cuando triunfe Morena tenemos que atender este asunto. Yo soy de la opinión que deben cancelarse esas llamadas reformas estructurales; que tenemos que cancelar la llamada reforma laboral que afecta a los trabajadores; que debemos  cancelar la llamada reforma educativa que afecta al magisterio; que debemos cancelar la reforma fiscal que afecta al comercio, a la pequeña y a las medianas empresas, a los contribuyentes, y que debemos cancelar, desde luego, la llamada  reforma energética porque el petróleo no es de Peña Nieto ni de Salinas ni de los extranjeros, el petróleo es del pueblo, es de la nación, y lo tenemos que recuperar. Por eso venimos a Ixhuatán a informarles, y también a decirles que vamos a participar en las elecciones de Oaxaca del año próximo; no somos más que nadie, pero tampoco somos menos que nadie” (frase que me encantó y emocionó).

 

El público, también mesurado y tímido, aplaudió enérgicamente esta parte del discurso, principalmente cuando AMLO se refirió a la reforma educativa, ya que había docentes jubilados y activos, estos, no en el número que cabría esperar si atendemos que en el pueblo ninguno, teóricamente, habla bien de la reforma educativa. Iba a extrañarme de ello cuando recordé que en Ixhuatán muchos docentes en la práctica no son opositores al gobierno; por el contrario, lo apoyan, así se desgañiten gritándole ¡mueras! en las marchas y mítines a los que concurren.

 

Este discurso machacón de AMLO –la de echar abajo las reformas estructurales– preocupa al grueso del gobierno y a la élite empresarial. También da pábulo a cierto número de intelectuales afines al gobierno –encabezados por Jorge G. Castañeda– para atacar a quien ya demostró saber gobernar una gran ciudad como lo es la Ciudad de México, donde por cierto no aplicó lo que ahora sugieren haría de llegar a la presidencia: política populista de corte socialista al puro estilo del extinto Hugo Chávez en Venezuela. Uno de esos intelectuales –agrupados principalmente en el diario Milenio, donde escriben 40 firmas, dice su publicidad–, Rafael Pérez Gay, hijo de José María Pérez Gay (1944-2013) –este amigo y consejero internacionalista de AMLO, hasta su muerte–, lo llama, rencoroso y despectivamente, “Líopez” o el señor López, a secas.

 

Esos intelectuales –muchos hijos de exfuncionarios priistas del pasado, y varios han estado al servicio de algunos presidentes– temen que con AMLO en el poder el país retroceda si no a la Edad Media, sí a un periodo que ya se vivió con los últimos gobiernos priistas entre 1970 al año 2000, por lo que sin darse cuenta escupen al cielo. Les da pavor que AMLO, una vez en el poder, se reelija como Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador. Ideas que divulgan y asustan, claro, a los beneficiarios del régimen, esto es, a quienes se creen ricos o viven cómodos y a los que no están bien informados de que México no es un país sudamericano y que tiene su propia historia. Desde el año 1997 nuestro Congreso, bien que mal, ha sido el contrapeso al poder ejecutivo. Y, aunque en los últimos tiempos la independencia del poder judicial ha sido puesta en entredicho, ha mejorado si lo comparamos con el servilismo de aquellos años del presidencialismo. Por si ello fuera poco, nuestras fuerzas armadas no ha sido golpista desde Victoriano Huerta, de esto hace más de un siglo.

 

Extraño encono este de los intelectuales –Enrique Krauze, proclive a etiquetar a los personajes históricos, llamó a AMLO “mesías tropical” por sus características caudillistas y autoritarias– de quienes se esperarían juicios no solo inteligentes, sino serenos y no viscerales, apegados a la realidad, esa misma que ellos mismos califican de espantosa por la tremenda corrupción y la falta de una democracia verdadera. Por todo ello es que AMLO tiene frente a sí un obstáculo del tamaño del mundo, quizá insalvable como muchos piensan, aunque ya existe un antecedente en Brasil que contradice ese derrotismo. Allá, en su quinta candidatura, Luiz Inácio Lula da Silva logró hacerse de la presidencia, con lo que dio inicio a una democracia que, si bien ahora está en tela de juicio por la tremenda corrupción en todos los niveles gubernamentales y de la sociedad, no toda la culpa es suya. Como bien se sabe, si las oportunidades no son bien aprovechadas, se vuelven hándicap. Solo que allá –como recientemente sucedió en Guatemala– la gente sí puede cambiar el rumbo de su gobierno.

 

Lo mismo que ocurrió en Brasil puede suceder en México, a menos, claro, que la mayoría de la gente de este país, los pobres y descontentos, digan lo contrario en las urnas en 2018 y no espere una quinta candidatura de AMLO. Por eso es a ellos a quienes él se dirige en sus discursos. En Ixhuatán, así lo dijo: ”Y, si desean ayudarnos, si se convencen, lo que les pedimos fundamentalmente es que nos ayuden a orientar a la gente porque estos mañosos tienen un truco bien ensayado: empobrecen al pueblo, y ahora lo que les da más resultado es la compra del voto; trafican con la pobreza de la gente, en temporada de elección empieza la ‘repartidera’, empiezan a entregar despensas, dinero en efectivo, 500, mil pesos, hasta 2 mil pesos por voto; materiales de construcción: bloc, láminas de zinc, láminas de cartón, tinacos; pollos, patos, chivos, borregos, puercos, cochinos, marranos, ¡cerdos!, eso es lo que son. Hay que orientar a la gente, decirles que eso que dan es pan para hoy y hambre para mañana, que el pueblo ya no está para limosnas, el pueblo lo que exige es justicia, y, si la gente va despertando y está consciente, que se permitan decir una mentira piadosa cuando lleguen los mañosos: ‘Te voy a apuntar. Vas a tener tu despensa, pero ¿vamos a contar con tu voto?’. ‘¡Sí!’. ‘¿Y con el voto de tu familia?’ ‘¡También!’. Y a la hora de la hora, ¡toma tu voto! No puedo hacer aquí la señal, el ademán, porque entonces sí salgo hasta en el Canal de las Estrellas. Pero ayúdennos a eso porque eso es lo que más les funciona. Ya el control de los medios de información no es suficiente porque ya la verdad se está abriendo paso y llega hasta el último rincón. Ahora, aun cuando no todo México es territorio Telcel, ya hay más internet y redes sociales y ya la gente no se deja manipular, no se deja engañar por el periódico, por la radio, por la televisión. Pero lo que sí les funciona todavía es la compra del voto, y no hablo al tanteo. En la pasada elección nosotros sacamos los votos –que nos fue muy bien, por cierto, porque ganamos en la Ciudad de México, fue Morena el partido que más votos obtuvo en la capital de la república–, pero ¿dónde ganamos? ¿Dónde obtuvimos los votos? En las ciudades con la clase media. Y en las zonas más pobres del campo y de la ciudad arrasa el PRI, arrasa el PAN, arrasan los partidos de la mafia del poder, los verdugos del pueblo, y es por el tráfico, por la pobreza de la gente”.

 

¡Vaya que tiene razón AMLO! En Ixhuatán, a esta hora, ya comenzó lo que él llama la “repartidera”, y la manipulación política –con miras a las elecciones de junio de 2016– ya está a todo lo que da, principalmente en las agencias municipales.

 

AMLO, en Ixhuatán, insistió en que la lucha debe ser pacífica, confía en las elecciones aunque tenga fama de despotricar contra ellas y mandar al diablo a las instituciones, esto es, por cómo las vienen manejando los poderosos.  Poniatowska, al respecto, apuntó en el texto que vengo comentando: “(…) solo me resta decir como mujer y como madre que lo que más admiro de López Obrador, además de su capacidad de hacer historia –después de haber entrado él mismo a la historia– es su no violencia, su rechazo a la lucha armada, su reiterado llamado a que actuemos pacíficamente y su petición de racionalidad. Supo y sabe, como antes lo supo Luis Villoro, que objetivamente la violencia tiene en las actuales circunstancias efectos contrarrevolucionarios. En ese sentido, Andrés Manuel es también un filósofo porque sabe que la violencia solo engendra más violencia y en un México, de por sí desequilibrado, solo serviría de justificación al grupo dominante. Andrés Manuel nos cuida, sólo nos resta cuidarlo a él”.

 

Luis Villoro Toranzo (1922-2014) fue filósofo, padre del prestigiado escritor Juan Villoro –cercano a AMLO–, lo mismo que el grueso de intelectuales que no cobran en las nóminas gubernamentales, de las televisoras y de los diarios afines al gobierno.

 

Precisamente, al verle a AMLO fajada la camisa y sin guardaespaldas –al menos de manera visible– me lo imaginé solo contra el mundo. De manera inevitable lo comparé con José Vasconcelos (1882-1959), quien en su campaña por la presidencia de 1929 –donde Andrés Henestrosa fue uno de los jóvenes que lo siguió por casi toda la geografía de México– portaba un arma de fuego entre sus ropas. Solo que Vasconcelos –llamado por sus enemigos despectivamente loco o iluminado, siendo que su título ganado legítimamente era “El maestro de América”–, después de la derrota de noviembre del 29 –antecedida por otra cuando compitió por la gubernatura de Oaxaca–, se amargó y contradijo toda su historia intelectual que tanto había fascinado a la juventud de su tiempo; renegó de México y de los mexicanos, a los que, mínimo, llamó ingratos. Se volvió un ultraconservador religioso y político. A pesar de eso, el que fuera rector de la entonces Universidad Nacional –que se haría Autónoma de México en julio de 1929– y autor de su lema “Por mi raza hablará el espíritu” es hoy uno de nuestros grandes personajes ilustres en sus vertientes de político y escritor.

 

AMLO ha resistido, estoico, los fracasos a la gubernatura de Tabasco y a la presidencia –su físico solo registra un infarto al miocardio el 4 de diciembre de 2013–, cierto que lo ha hecho endureciendo –y a veces hasta radicalizando en largos trechos su discurso político, lo que han aprovechado muy bien sus adversarios–, pero confiado que quien persiste en un empeño es recompensado con el éxito. A veces, también hay que decirlo, adopta posturas que asustan al electorado más ilustrado, aunque esas mismas locuras o radicalismos atraigan a otros de esa misma estirpe. Claros y oscuros que poseen todos los personajes de gran calado.

 

Por encima de todo, AMLO tiene una virtud moral que solo niega quien lo odia a ultranza y sin conocer su trayectoria: su honradez a carta cabal, la misma que de tarde en tarde es cuestionada por la constante guerra sucia a la que está siempre sometido y que no deja de perseguirlo. Porque no hay en México otro político más investigado y espiado como AMLO. Hasta ahora nada grave le han encontrado, aunque sí han dicho de él lo peor y hasta lo inimaginable. Todo ello lo ha convertido, a estas alturas, en la única oposición real al gobierno y al sistema.

 

Mientras escuchaba el discurso antisistema de AMLO, que duró 52 minutos –que una amiga me hizo favor de grabar y transcribir íntegro, lo cual mucho le agradezco–, recordé el título de un libro publicado en diciembre de 1956: “Las palabras perdidas”, de Mauricio Magdaleno, quien junto con Henestrosa y muchos otros jóvenes acompañaron a Vasconcelos en la aventura que emprendió con “loca audacia”, a decir del historiador Carlos Pereyra (1871-1942); “perseguido de Dios”, como lo llamó la poeta chilena Gabriela Mistral (1889-1957), Premio Nobel. Libro que, en palabras de Henestrosa, es una novela que tiene mucho de autobiografía. El 31 de enero de 1957, en “Alacena de minucias”, el ixhuateco apuntó: “Al contar su participación en la campaña vasconcelista –Magdaleno, recuerdo–, pinta el ambiente de México de aquellos años, que no ha dejado de ser del todo. Convoca a sus amigos, muchos perdidos actualmente en el anónimo, muchos ya muertos y no pocos a espaldas de lo que entonces defendieron. Algunos, también, desde los altos cargos que ahora ocupan, gozando de la íntima dicha de verificar que algunos de sus viejos ideales se van cumpliendo”.

 

Exactamente lo que ha ocurrido con muchos políticos que comenzaron con AMLO, desertaron y hoy ocupan altos cargos en el gobierno o en el Congreso, lo cual lo obligó a formar Morena. A Vasconcelos le tocó sufrir a uno de sus más fieles discípulos: Adolfo López Mateos, quien llegó a ser presidente de la república (1958-1964). Este no solo desconoció el hechizo que el fundador de la hoy SEP ejerció en él cuando muy joven, sino que le negó una pequeña ayuda pecuniaria –a modo de beca solicitada por intermediación de un amigo en común– que el escritor y filósofo oaxaqueño le mandó pedir en las postrimerías de su vida para mantenerse, a decir de Henestrosa.

 

Ese viernes 23 de octubre –fecha histórica de Ixhuatán, pues cumplía 124 años de erigirse ayuntamiento: véase aquí mismo mi texto del 21–, y mientras el huracán “Patricia” estaba por tocar tierra en el occidente de México, abandoné el domo municipal un tanto apesadumbrado por constatar el desinterés de la gente pobre en la política y por oler el fuerte olor a dejadez y desorganización –y no me extrañaría que hasta pleitos para ser fieles adeptos de la izquierda– que desde siempre acompaña a la oposición, lo que lo hace poco atractiva a la gente, acostumbrada por los políticos gobiernistas a “echar la casa por la ventana” –por lo que no tienen empacho en desviar recursos del erario municipal, estatal o federal–, esto es, la parafernalia que tanto subyuga a la gente humilde y de poca ilustración: banda de música, muchos cohetes, flores, confeti, vivas para el candidato que lleva del brazo un séquito de mujeres bien ataviadas con el traje regional tehuano y mueras para el adversario –real o ficticio–; alcohol, comida y baile. Acá no: templete rústico, unos pocos asientos traídos a regañadientes y de última hora; ninguna edecán que recibiera a los invitados –y por ende que diera atención al candidato, quien es verdad está acostumbrado a esa pobreza de atenciones– mientras llegaba AMLO, más de una hora después de lo programado, ya que venía de San Francisco del Mar, Pueblo Nuevo.

 

Molesto, pensé: “¿Qué no saben los organizadores que su guía ideológico es, sin duda, el personaje histórico más importante de México actualmente? Con tanto descuido será más difícil y hasta imposible que algún día gane la oposición de izquierda. Y para colmo nadie parece cuidarlo, no se dan  cuenta de la valía del hombre, del tamaño de personaje que tienen a la vista. Quizá lo sabrían si llegara el día en que el poder, empavorecido por su inminente derrota en las urnas, decidiera deshacerse de él por la mala. Pero, como aún no llega 2018, lo dejan ir por el país, quizá hasta piensan que es otro loco Nicolás Zúñiga y Miranda, el que dicen fue patiño de Porfirio Díaz, cada vez que este convocaba a elecciones para reelegirse”. Me tranquilicé al ver que los simpatizantes de Morena en Ixhuatán, allí presentes, aún se pueden contar con los dedos de las manos.

 

Toda la noche del viernes y el sábado retumbó en mi cabeza el título del libro del también guionista de cine Magdaleno: “Las palabras perdidas”, así, en afirmativo. Hasta que llegó el momento en que lo transformé en una interrogante que me dio escalofríos porque pensé: “¿Las palabras perdidas serán siempre las de la oposición en México?”. Así lo deduje cuando supe de dicho título por primera vez y creí confirmarlo cuando leí el prólogo que Henrique González Casanova escribió el 17 de mayo de 1964 al libro de Henestrosa, “Una alacena de minucias”, colección de textos de “Alacena de minucias” y que a este le publicara el INBA en tal año. En él expresó: “La vida de Andrés, joven, en ese tráfago de ideas y de gente que desecha muchas de las cosas que ha tenido (aún sin darse cuenta, siempre, de que eran suyas), por el hecho de tenerlas, y busca otras, cerca de los grandes de su tiempo, compartiendo las ambiciones democráticas, precipitadas, arrebatadas, de una generación que oyó las palabras perdidas y siguió a quien las dijo”.

 

En efecto, Henestrosa fue vasconcelista en su origen político, aunque no por mucho tiempo, así diga él que fue el último que claudicó ante el gobierno. En 1958, su amigo el presidente López Mateos lo hizo diputado federal por primera vez. Pero de la militancia política de Henestrosa he escrito un capítulo completo en un libro inédito que sobre él tengo y que solo espera ser publicado para que no llegue a ser palabras perdidas.

 

A pesar de mi duda lacerante, no soy pesimista porque me niego a creer que sean palabras  perdidas las de la oposición de izquierda –quizá sería mejor decir oposición nacionalista– en mi pueblo, estado y país. Han transcurrido ya 86 años de la campaña frustrada de Vasconcelos, y sé que México ha cambiado gracias a todas esas palabras que gente como él –y antes de él, como las de los tres oaxaqueños ilustres, los hermanos Flores Magón– han dicho a lo largo y ancho de la nación y que en el momento de ser expresadas muchos creyeron que clamaban en el desierto. Palabras que buscan –a través de las urnas– que todo un pueblo las ponga en acción para construir un México más justo: justamente aquel que nos merecemos todos y que para muchos es una utopía. A eso apuesto yo, un hombre que no ha militado nunca en partido político alguno y que me resulta imposible erigir ídolos, pero sí puedo reconocer la calidad de quienes hacen la historia patria, y AMLO, de ello no tengo la menor duda, la está haciendo, gane o no la presidencia algún día.

¿Palabras perdidas?

Segunda parte

Juan Henestroza Zárate

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