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6/2/2016

 

Encimada en festividades ancestrales, las fiestas patronales de un pueblo se volvieron, de alguna manera, celebraciones de santos y con marco en la religión católica, como lo fue votar por el PRI cuando no había más que votar por ese partido.

 

La celebración, en ese marco religioso, fue la manera de mantener los rituales ancestrales. Fue el modo de guardar nuestros saberes propios. Fue la forma de mantener nuestra espiritualidad y religiosidad propias.

 

Sobre nuestros rituales ancestrales se encimó el ritual católico, y sobre este ritual ahora se encima el comercio y la música banda. La cultura se va modificando, y, si fue bueno el pasado ancestral, el pasado reciente nos parece mejor, y el presente parecerá a las generaciones que ahora lo viven una fortuna. Cuando estén viejos dirán que como en tiempos de su juventud nada puede equiparse.

 

En el contexto de la religiosidad católica se ha denominado santos a quienes, al parecer de la curia romana, tienen ciertas características que les hacen ser personas notables en vida. Dependiendo de las épocas se ha resaltado más alguna virtud que la otra o ciertas formas de contar las hazañas.

 

A nosotros llegaron historias fantasmagóricas de personajes excepcionales cuyas virtudes, al parecer, no pudiéramos alcanzar. Se nos habló de milagros mágicos que ahora nos suenan ridículos a los seres comunes y corrientes. Con estas historias se nos negó la posibilidad de perfeccionarse y se nos negó la entrada al paraíso. Nos llenaron de culpas, debido a las cuales un simple mortal no puede hacer milagros.

 

En ese marco se sitúa el ritual católico de la fiesta de la Candelaria. La mujer, madre de Jesucristo que suplanta a Xhunaxhi Do. Muy seguramente la regada de frutas o paseo de flores y estandartes, como le llamamos ahora, tuvo su origen en el compartir el elote, el atole, el pite cuando se recogía la cosecha. Algo que se daba de mano en mano y en la casa pasó a ser lanzar platico en las calles desde cada vez más altos pedestales.

 

Este ritual de lanzar cosas, trastes o utensilios de cocina o artículos de aseo quizá emparenta un poco con el concepto de santidad. Originalmente el santo es una persona auténtica. Alguien que vive su vida de manera coherente. Es decir, piensa como actúa y actúa como piensas. Ser santo es vivir auténticamente, es convertirte plenamente en lo que eres.

 

Para lograr ese nivel de santidad no hace falta más que dar de ti un poco de tiempo, el suficiente para sentirte feliz, a gusto contigo, ya sea en tu profesión o después de las horas de trabajo. O hacer tu trabajo, para el que te pagan, de manera perfecta o perfeccionándolo cada día más.

 

La semana pasada, cuando hablamos de la entrada de la gendarmería como la avanzada de las empresas transnacionales, quienes comentaron en el Face del PANÓPTICO IXHUATECO, de quienes espero hayan leído la columna completa, felicitaban al ayuntamiento por esta gran hazaña. En la página oficial, alguien me comentaba que quizá yo mismo era parte de la delincuencia desorganizada de Ixhuatán y que por eso veía con malos ojos la entrada de la gendarmería.

 

Bueno, buena gente no soy, y, como la delincuencia está desorganizada, pues no soy parte de esa delincuencia. Quizá soy de otra delincuencia, de aquella que el gobierno persigue porque en este país, como lo decía Edith Escalón en el seminario permanente Voces de las juventudes que se lleva a cabo en la preparatoria José Martí –cuya idea hemos vertido en artículos anteriores–, en este país, ser joven es peligroso. En este país ser pobre es un delito, ser defensor comunitario es un delito, protestar es un delito.

 

Al parecer la gendarmería tiene atributos o funciones que desconocemos. El día viernes 29 uno de nuestros visitantes, fotógrafo de medios libres, estaba en la preparatoria tomando fotos y la gendarmería entró a nuestras instalaciones, sin permiso, a interrogar al reportero.

 

Efectivamente, hemos dicho en esa nota pasada que dejar que otro haga el trabajo que a ti te corresponde es muy fácil. No fortalecer la autoridad propia como persona y como pueblo es apostar a la desintegración del pueblo y de nuestra propia cultura.

 

Son nuestros esfuerzos conscientes, disciplinados y persistentes los que constituyen la clave para lograr un futuro abundante y rico para la humanidad. Esta búsqueda disciplinada de la virtud es la característica indispensable para vivir una vida autentica.

 

No podemos seguir siendo rehenes de nuestras propias angustias ni de nuestros miedos ni de nuestras violencias. Estas características son muy nuestras y debemos vivirlas, pero no siendo rehenes de ellas, no siendo víctimas de nuestra propia pasividad: lo que toca es transformarnos. Toca vivenciar nuestra propia espiritualidad para seguir siendo los que somos: los Guidxiyaza, los ixhuatecos e ixhuatecas de corazón.

 

Ahora, pues, que estuvimos de fiesta, es momento de retomar nuestra santidad propia; es momentos de ser auténticos, de vivir la coherencia de lo que somos.

 

Que esta fiesta de la Candelaria nos haya ayudado a reconocer nuestra autenticidad, nuestra forma de actuar en favor de la vida, y de una vez por todas echemos fuera a ese extraño enemigo que profana con sus plantas nuestro suelo sagrado.

Vela de la Candelaria

Manuel Antonio Ruiz

Tomada de Facebook

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