top of page

Otra vez. Sí… otra maldita vez. Una peste que ni en sueños se vislumbró en la aldea de los duendes décadas atrás se volvió parte intrínseca de ella.

 

Y sí, otra vez a bajar la voz. Otra vez a acatar las órdenes para que todo “salga bien”. Otra vez a esperar que pasen cuatro o cinco meses para que el esquema se repita y los murmullos apenas se asomen.

 

Pero qué se le va a hacer si dicha colectividad está en un rincón recóndito del mundo, allá donde la luz llega solo cada 3 o 6 años, cuando los aldeanos sí importan y cuando hay que catapultarse para alcanzar un escaño.

 

Qué se le va a hacer si quienes personifican a la masa amorfa son simples aficionados de dicho espectáculo tenebroso. ¡Cómplices mediocres! es la expresión sin tapujos. Ah, pero no os atreváis a cuestionarlos porque, entonces sí, se indignarán y escupirán llamaradas disfrazadas de indignación por tú ser parte de un “macabro plan que no quiere el bien de todos ante la segunda venida de Jesucristo”. Bufones ridículos. Bien definidos en “Queso seco”.

 

Se dirá que todos los extraviados han vuelto. Y efectivamente, pero sin su alma o con esta completamente marchitada, con el eterno recuerdo del infierno en la tierra y con pesadillas que difícilmente desaparecerán con sesiones espirituales.

 

Curioso, extraño y lamentable resulta que lo anterior suceda cuando el florecer de los jóvenes aldeanos pareciera más vivo que nunca. No se recuerda si en alguna otra época hubo tanta preparación profesional y técnica: licenciados, maestros y doctores en todas las áreas. Pareciera que el fracaso de la Ilustración occidental se reflejara en este desarrollo frustrado.

 

No, no es normal. No lo es ni lo ha sido ni tiene que ser visto como normal. Muchos duendes nacieron y crecieron con una aldea realmente suya; saltaron, se rasparon, rieron y lloraron con total libertad; se enamoraron, coquetearon, danzaron y brindaron con total libertad.

 

¿Qué sigue? ¿Se dejará la decisión al viento? Las trancas se rompen, así que protegen solo por un par de días. Cuando las estructuras formales están podridas, lo mejor es derribarlas y tomar el destino en manos propias. ¿Ilegal? ¿Anarquista? ¿Revolucionario? De todo un poco.

 

Ojalá que los futuros duendes no sean parte de una generación a la que, como a sus antecesores les narraron mitos y leyendas sobre Cadejos, Cortamortajas y Charros Negros, les cuenten que en ese mismo espacio que habitan, en alguna época del pasado, existió la paz, la luz y la tranquilidad.

 

Pero todo esto es solo literatura barata, apenas una parábola mal lograda.

Desapariciones

Michael Molina

bottom of page