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13/2/2016

 

“En la noche llevaron a cabo una especie de aquelarre debajo de un gran olivo. Prendieron fogatas, percutieron tambores, danzaron y degollaron animales diversos. Finalmente maldijeron al pueblo. Al amanecer, en las goteras del pueblo, sacudieron sus calzados jurando no volver jamás”.

 

El fragmento anterior, relatado por una anciana, se encuentra en el apartado que lleva por título “Los húngaros”, contenido en el segundo libro del doctor Juan Henestroza, “¡Adiós Café¡”, y hace referencia a la reacción de los gitanos luego de que una mujer de su tribu fuera abusada (interpreto que sexualmente) por un lugareño y cuyas quejas fueron ignoradas por las autoridades municipales. Ahí mismo el autor apunta que voces de la comunidad relacionaron posteriormente dicha condena con la pérdida del territorio restituido a los ikoots de San Francisco del Mar en 1972.

 

Si otorgamos validez a tal relato, hoy habría que considerar si este conjuro no solo se refería al problema agrario que derivó del decreto de Luis Echeverría, sino también al clima de inseguridad que se ha vivido en el pueblo desde los últimos meses/años.

 

Ahora que se ha agudizado el fenómeno al que denomino la democratización de la violencia en Ixhuatán (se terminó el monopolio de esta, y en la actualidad existe en un amplio abanico de modalidades para ser amedrentados por lo que bien denomina Manuel Antonio Ruiz crimen desorganizado), vale la pena pensar críticamente la situación del pueblo. El 30 de mayo del año pasado planteé aquí mismo analizar la efectividad y alcances que tiene y han tenido las policías municipales ixhuatecas (véase http://goo.gl/KceA5m). Entonces apunté lo que el comisionado nacional de seguridad, Renato Sales, señalaría a la postre sobre estas corporaciones a propósito de la creación del mando único: que las policías municipales están diseñadas para cumplir con funciones administrativas, con el cuidado de parques y jardines, con la disolución de riñas callejeras y para atender problemas a pequeña escala. Y José Luis García Henestroza, presidente municipal de Ixhuatán, me dio la razón en su último informe de gobierno, siete meses después: las autoridades locales han sido rebasadas por el crimen.

 

Luego de que nuestro municipio fuera señalado por el fiscal general Héctor Joaquín Carrillo Ruiz como el segundo más preocupante por los índices de violencia en el Istmo de Tehuantepec (solo detrás de Juchitán), se optó por tomar la medida que Felipe Calderón usó para contrarrestar el crimen durante su sexenio como presidente de la república: la militarización. La misma que dejó más de 70 mil muertos en todo el país. Desde principios del año en curso se puede observar a miembros bien armados de la gendarmería recorriendo las calles y haciendo revisiones en eventos públicos o cantinas. Y, obviamente, no han dado un solo golpe contundente contra los criminales. Además de que el modus operandi de estos últimos es bien conocido ya por toda la comunidad, ingenuo sería pensar que no tomarían vacaciones en lo que los marinos hacen su labor de vigilancia temporal y se van del poblado. Entonces podrá volverse a hablar de Ixhuatán en el mismo sentido que se ha venido hablando de él en los últimos meses/años. ¿O se quedará la gendarmería en la localidad por los siglos de los siglos?

 

Manuel Antonio Ruiz señala que la seguridad de Ixhuatán debe estar en manos de los ixhuatecos. Aquí mismo se ha escrito sobre si es viable o no la creación de grupos de autodefensa civil (véase http://goo.gl/Hl29Rs). Otros están de acuerdo con la intervención militar.

 

Lo cierto es que este no es un problema nuevo y existe un tanto de responsabilidad compartida. Desde hace más de una década se ha sabido de “diezmos” y “derecho de piso”, de llamadas que solicitan recargas telefónicas o de la exigencia de la inclusión discrecional en la asignación de recursos públicos. Sin embargo, el hecho de no ser, en apariencia, afectados directos ha provocado el silencio y la indiferencia de muchos ante lo que le sucedía al de al lado. Pensar que muchos estábamos exentos del padecimiento ajeno resultó ser contraproducente. Y hoy que la selectividad criminal mutó en su versión democrática es cuando nos damos cuenta del tremendo error que fue actuar como si no pasara nada.

 

Este es un problema que nos compete a todos y no solo a las autoridades, que debe ser llevado a asamblea y discutido por todas las estructuras sociales de Ixhuatán, que exige trascender las diferencias políticas para centrarse en encontrar soluciones a un fenómeno que no distingue entre preferencias dogmáticas.

 

La omisión ya no es alternativa; la intervención federal provoca dudas; la organización social brilla por su ausencia. O podemos buscar a los húngaros y disculparnos con ellos y pedirles que retiren el maleficio sembrado para volver a tener el pueblo pacífico y tranquilo en el que crecimos. Pensemos qué es más viable.

La maldición de los húngaros

Michael Molina

Tomada de www.esmateria.com

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