En mi última colaboración, realicé un breve análisis sobre los primeros 5 capítulos de esta obra del doctor Juan Henestroza. Lo más lógico es que hubiera abarcado 6 y presentar esta serie de entregas en dos partes, pues el libro se divide en 12 capítulos; sin embargo, considero que el sexto amerita que le dedique una revisión aparte por particularidades que a continuación plantearé.
Una de las peculiaridades que encuentro en este capítulo es que puede leerse prescindiendo de toda la obra. Como ya se dijo la última vez, el libro es un trabajo con bases históricas muy sólidas y, por tanto, guarda una relación cronológica de principio a fin; empero, esta parte da un giro importante a la argumentación al ofrecer memorias a través, principalmente, de los testimonios orales de varios ixhuatecos sobre asuntos culturales del pueblo.
El primer apartado destaca la antigua arquitectura del pueblo: casas de lodo, palma, horcones y trozos. Se relata el estilo español de sus trazos en función de la municipalidad. Se menciona la antigua ubicación de la cárcel -donde hoy se encuentra el depósito de agua potable-, cómo funcionaba la escuela, la constitución del mercado público y cuestiones relativas a la división y nombramiento de calles.
A partir del segundo apartado, y en lo que resta del capítulo, se recogen memorias del pasado que reflejan las tradiciones de nuestros antecesores. El respeto a los ancianos por ser los más sabios fue un elemento presente en nuestro pueblo; a ellos se acudía para escuchar historias y leyendas que guardan el imaginario ixhuateco. Aunque al día de hoy no es ajeno a nosotros anteceder con la palabra ta cuando se trata de ancianos, y na, de ancianas, esto ha ido desapareciendo lentamente. La autoridad que los viejos tenían para dar órdenes y castigar ha sido relegada.
En lo que respecta a la lengua, se apunta que el zapoteco se ha ido perdiendo a causa de que los padres se han encargado de no enseñarlo más. La indumentaria zapoteca de nuestras coterráneas ha sido cambiada por la de la vida nacional. En el pueblo se nació y se creció descalzo; los huaraches se destinaban a trabajar o a alguna reunión social.
Henestroza trata el tema de las bodas de antaño en Ixhuatán (que, por cierto, si sintonizaron el Primer Encuentro Anual del Panóptico Ixhuateco, habrán escuchado a detalle esta manifestación cultural –pronto subiremos los audios completos para que puedan analizarlos a detalle-). Aquí advierte que esto no debe juzgarse con nuestros conceptos actuales, pues eso resultaría totalmente desfasado y fuera de contexto. Se remonta a la relevancia que se le dio durante muchos años a la virginidad de las mujeres y su valor en función de ello; los rituales de las flores y las sábanas blancas operaban como parte de estos eventos. Enhorabuena de aquella que llegara virgen al momento de unir su vida con quien sería su compañero; desprecio y condena para la que hubiera pagado mal.
Los chagolas funcionaban como intermediarios ante las situaciones que pudieran ocurrir. Los roles estaban bien determinados: los hombres, al campo; las mujeres, a la casa. Sociedad machista, afirma el autor.
El doctor Juan trata de la presencia del diablo en el pueblo. Al Sombrerote se le conoció de múltiples formas: con una hora de aparición (medianoche o mediodía), sus metamorfosis como toro, gallo, bola de lumbre, gallina con pollitos, chaneque o duende. Todo esto y otras minucias en el apartado 5.
Se aborda también el tema de los brujos y curanderos, los cuales han jugado un papel clave en la historia de Ixhuatán. Estos personajes sanaban amarres, daños, espanto, chiviguichas y demás males relacionados con la vida transmaterial. Henestroza habla de las camas de pencas y petates, de cómo las madres les quitaban a sus hijos liendres y piojos afuera de su casa como un ritual más dentro de esta sociedad, de las supersticiones sobre enfermedades o castigos divinos. También se menciona el papel que jugaba el presidente municipal, a quien incluso se le llegó a conocer como “El Padre del Pueblo”, como el mismo doctor Juan relató hace algún tiempo en un artículo en este mismo sitio.
Posteriormente, se dedica un breve pero sustancioso espacio a la memoria de los binnigula’ sa’. Aquí se mencionan algunas de las leyendas que forman parte de su cosmovisión, como la creencia en el guenda o nahual, así como su interpretación del Universo. Se menciona también la visión de Andrés Henestrosa en su libro “Los Hombres que Dispersó la Danza”.
El doctor Juan culmina este capítulo con los ritos y cultos practicados en el antiguo Ixhuatán: asuntos referentes al embarazo, el nacimiento y el cuidado de los bebés; cómo se vivían los velorios y entierros –dependiendo de la situación en la que se encontraba el difunto (soltero, menor de edad, etcétera)- entre mezcal, cigarros, café, música y largas bancas de madera. Se trata después de Todosantos y las ceremonias para los muertos en sus altares perfectamente adornados y los cuales tenían que ser vigilados constantemente a fin de evitar los “atracos” de los niños que procuraban robarse el pan o la fruta. Por último, se detalla cómo era vivida la Semana Santa (semana mayor) en el pueblo: se fabricaba un judío de madera que fungía como autoridad durante esa semana, el cual era quemado en el atrio de la iglesia el sábado (deduzco que de Gloria). Días de guardar que después de la Revolución cambiarían con la ida a Aguachil, tal y como se hace en el resto del país.
Una vez terminado este texto, el doctor Juan ofrece 10 fotografías que consiguió gracias a la colaboración de distintos ixhuatecos: una (sin fecha) del palacio municipal, otra (de 1957) del mercado Candelaria, una más titulada “Hijos predilectos de Ixhuatán”, en donde aparecen Andrés Henestroza y el doctor Mario Fuentes Delgado (de quien también nos ha relatado ya este historiador aquí en el Panóptico) en 1964 acompañados por gente del pueblo, una más de Zenón Pérez (de quien el doctor dijo que hablará en algún momento aquí, lo cual espero con ansias, pues, al parecer, este señor tiene mucha historia que ofrecer), otra que ya había visto en un libro que data de mi familia materna, una de la Emilio Carranza, del parque y el panteón municipales, de la iglesia de la Candelaria y una pintura del artista ixhuateco Eugenio Liljehutl.